«Los Papas pasan, la Curia permanece»

«Los Papas pasan, la Curia permanece»

Primer encuentro del Papa con el personal de la Santa Sede, el Vicariato y el Governatorato

Este sábado 24 de mayo, a las 10:00 de la mañana, el Papa León XIV se ha reunido por primera vez con los oficiales de la Curia Romana, los empleados del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de Roma. La audiencia ha tenido lugar en el Aula Pablo VI, en un ambiente familiar y festivo que incluía también a varios miembros de las familias de los trabajadores.

El Santo Padre, que hace apenas dos años fue llamado a Roma desde la diócesis de Chiclayo para asumir el Dicasterio para los Obispos, ha querido expresar gratitud y cercanía. En un discurso breve pero intenso, ha ofrecido dos claves fundamentales para entender su visión del trabajo en la Curia: la memoria viva de la Sede Apostólica y su dimensión misionera.

Una memoria que orienta el presente

León XIV ha comenzado con palabras sencillas y personales, recordando con humor la acogida recibida: “¡Gracias! Cuando los aplausos duran más que el discurso, tendré que hacer uno más largo”. Pero el núcleo de su mensaje ha sido teológico: la Curia no es un mero aparato administrativo, sino el órgano que custodia y transmite la memoria de la Iglesia. No una memoria nostálgica o museística, sino una memoria viva, que “nutre el presente y orienta al futuro”.

“Los Papas pasan, la Curia permanece”, ha dicho, citando una verdad que vale tanto para las diócesis como para Roma. Esta continuidad, lejos de una rutina burocrática, es lo que permite que el ministerio petrino no se improvise, sino que esté enraizado en la historia de la salvación.

Una Iglesia que construye puentes

En segundo lugar, el Papa ha recordado que la Curia está al servicio de la misión universal de la Iglesia. Siguiendo la estela de sus predecesores, en especial de San Pablo VI, San Juan Pablo II y el Papa Francisco, ha reafirmado que la reforma de la Curia tiene sentido solo en clave evangelizadora.

Desde su propia experiencia como misionero agustino en Perú, el Papa ha insistido en que incluso el trabajo de oficina más rutinario debe vivirse como parte de una misión común: “Cada uno contribuye con su trabajo diario, con empeño y con fe, porque la fe y la oración son como la sal: dan sabor”.

Unidad, humildad y humor

Finalmente, León XIV ha pedido a todos los trabajadores del Vaticano que vivan la unidad no como consigna, sino como estilo de vida concreto. “Cada uno puede ser constructor de unidad” —ha dicho— si supera malentendidos con paciencia, si evita prejuicios, si actúa con humildad… y también con una buena dosis de humor, “como nos enseñó el Papa Francisco”.

Tras encomendar a todos a la Virgen María en este mes de mayo, ha rezado con ellos un Avemaría y ha impartido su bendición apostólica.

El discurso, que reproducimos íntegro a continuación, traza con claridad las prioridades de este pontificado que apenas comienza: fidelidad a la tradición y apertura al mundo; unidad en la verdad y caridad en la misión.


? Discurso íntegro del Papa León XIV (traducido al español)

¡Gracias! Cuando los aplausos duran más que el discurso, ¡tendré que hacer un discurso más largo! Así que… ¡atentos! ¡Gracias!

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la paz esté con vosotros.

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra poder saludaros a todos vosotros, que formáis las comunidades de trabajo de la Curia Romana, del Governatorato y del Vicariato de Roma.

Saludo a los Jefes de Dicasterio y demás Superiores, a los Jefes de Oficina y a todos los Oficiales; así como a las Autoridades de la Ciudad del Vaticano, los directivos y los empleados. Y me alegra mucho que estén presentes también varios familiares, aprovechando que es sábado.

Este nuestro primer encuentro no es ciertamente el momento para hacer discursos programáticos, sino más bien la ocasión para deciros gracias por el servicio que prestáis, ese servicio que yo, por así decir, “heredo” de mis predecesores. De verdad, gracias. Como sabéis, yo llegué hace apenas dos años, cuando el querido Papa Francisco me nombró Prefecto del Dicasterio para los Obispos. Entonces dejé la diócesis de Chiclayo, en Perú, y vine a trabajar aquí. ¡Qué cambio! Y ahora… ¿qué puedo decir? Solo lo que Simón Pedro dijo a Jesús en el lago de Tiberíades: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» (Jn 21,17).

Los Papas pasan, la Curia permanece. Esto vale en cada Iglesia particular, para las Curias episcopales. Y también vale para la Curia del Obispo de Roma. La Curia es la institución que custodia y transmite la memoria histórica de una Iglesia, del ministerio de sus Obispos. Esto es muy importante. La memoria es un elemento esencial en un organismo viviente. No está sólo orientada al pasado, sino que alimenta el presente y orienta el futuro. Sin memoria el camino se pierde, se olvida el sentido del trayecto.

Pues bien, queridos, este es el primer pensamiento que quiero compartir con vosotros: trabajar en la Curia Romana significa contribuir a mantener viva la memoria de la Sede Apostólica, en el sentido vital que acabo de mencionar, para que el ministerio del Papa pueda realizarse del mejor modo posible. Y, por analogía, lo mismo se puede decir de los servicios del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Hay otro aspecto que deseo subrayar, complementario al de la memoria, y es la dimensión misionera de la Iglesia, de la Curia y de toda institución vinculada al ministerio de Pedro. En esto insistió mucho el Papa Francisco, quien, coherente con el proyecto expresado en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, reformó la Curia Romana en clave de evangelización, con la constitución apostólica Praedicate Evangelium. Y lo hizo siguiendo la estela de sus predecesores, especialmente san Pablo VI y san Juan Pablo II.

Como quizás sabéis, la experiencia de la misión forma parte de mi vida, no sólo como bautizado —como para todos nosotros cristianos—, sino porque, como religioso agustino, fui misionero en Perú, y en medio del pueblo peruano maduró mi vocación pastoral. ¡Nunca podré dar suficientemente gracias al Señor por este don! Luego, el llamado a servir a la Iglesia aquí, en la Curia Romana, fue una nueva misión, que compartí con vosotros en estos dos últimos años. Y sigo en ella, y seguiré, mientras Dios quiera, en este servicio que se me ha confiado.

Por eso, repito lo que dije en mi primer saludo, la noche del 8 de mayo: «Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construya puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger […] con los brazos abiertos a todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, nuestro diálogo y nuestro amor». Estas palabras iban dirigidas a la Iglesia de Roma. Y ahora las repito pensando en la misión de esta Iglesia hacia todas las Iglesias y hacia el mundo entero: servir a la comunión, a la unidad, en la caridad y en la verdad. El Señor dio a Pedro y a sus sucesores esta tarea, y todos vosotros, de formas diversas, colaboráis en esta gran obra. Cada uno aporta su contribución realizando su trabajo cotidiano con entrega y también con fe, porque la fe y la oración son como la sal para los alimentos: dan sabor.

Si debemos, pues, cooperar todos en la gran causa de la unidad y del amor, tratemos de hacerlo ante todo con nuestro comportamiento en las situaciones de cada día, comenzando por el ambiente de trabajo. Cada uno puede ser constructor de unidad en su trato con los compañeros, superando las inevitables incomprensiones con paciencia, con humildad, poniéndose en el lugar del otro, evitando prejuicios, y también con una buena dosis de humor, como nos enseñó el Papa Francisco.

Queridos hermanos y hermanas, ¡os agradezco de corazón una vez más! Estamos en el mes de mayo: invoquemos juntos a la Virgen María para que bendiga a la Curia Romana y a la Ciudad del Vaticano, y también a vuestras familias, especialmente a los niños, a los ancianos y a las personas enfermas y que sufren.

¡Gracias!

Entonces, digamos juntos: “Dios te salve, María…”

[Bendición]

¡Gracias de nuevo, muchas felicidades!

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