Han pasado 24 horas desde que InfoVaticana desvelara la intrincada red en la que parece moverse el arzobispo de Madrid, José Cobo, y aquí sigue sin pasar nada. Ni un comunicado, ni una aclaración, ni un desmentido. Ni siquiera una respuesta. El silencio es ensordecedor, y resulta imposible no preguntarse: ¿qué clase de Iglesia lidera quien parece desenvolverse con tanta naturalidad en medio de semejante clase de vínculos y lealtades?
Más preocupante que el silencio de la diócesis madrileña es la realidad que este episodio deja entrever. No es solo el caso de un vídeo comprometedor o de un grupo de sacerdotes con relaciones cuestionables; es la figura de un arzobispo que, en teoría, debe ser pastor, guía y modelo moral. En cambio, se presenta como una figura cuya carrera parece haber ascendido con más rapidez que transparencia, y que podría estar condicionada —o incluso comprometida— por su entorno. En este contexto, cualquier posibilidad de chantaje debería ser motivo de alarma. ¿Es esta la clase de liderazgo que necesita Madrid?
El arzobispo Cobo, señalado por muchos como el «nuevo hombre de confianza del Papa en España», no puede escapar al escrutinio de sus propias decisiones y alianzas. Cuando se exponen las relaciones que mantiene, el impacto no se limita a cuestiones internas: socava la confianza de los fieles, pone en riesgo la credibilidad de la diócesis y deja entrever una estructura de poder más interesada en protegerse a sí misma que en rendir cuentas. La convivencia de Cobo con el polémico «Josete» y la relación de amistad que ambos compartieron son ciertamente alarmantes.
La situación es un reflejo de algo mucho más profundo: la cultura de encubrimiento y permisividad que aún persiste en ciertos sectores de la Iglesia. Mientras algunos líderes eclesiales muestran un entusiasmo desmedido por pedir perdón por hechos históricos lejanos o causas globales, no parece haber el mismo interés en purgar las sombras que habitan en su seno. Si el arzobispo de Madrid tolera o cede al chantaje, si permite que el escándalo quede oculto bajo un pacto de silencio, la confianza depositada en él queda reducida a cenizas.
¿Cómo se puede dirigir pastoralmente una diócesis cuando se está atado a los intereses de otros? ¿Qué clase de Iglesia queremos cuando el amiguismo y el chantaje son una moneda de cambio más poderosa que la transparencia y la rectitud? La Iglesia está llamada a ser sal de la tierra y luz del mundo, pero cuando sus líderes parecen enredados en una maraña de favores, lealtades y sombras, la luz se apaga y la sal se vuelve sosa.
Este tipo de situaciones no son nuevas, pero la paciencia de los fieles sí que se está agotando. Si esta situación no genera una reacción firme y decidida, entonces la crisis de confianza no será una excepción, sino la norma.
La «patrulla canina», como se ha denominado a este grupo de sacerdotes, se encuentra en un mal momento, y lo que salga en los próximos días puede ser la diferencia entre una Iglesia que enfrenta sus sombras y una que, como tantas veces antes, decide ocultarlas bajo la alfombra.
Madrid merece respuestas, no silencios. Y los fieles merecen pastores que actúen como tales, no como piezas de un juego en el que la verdad, la integridad y la fe quedan relegadas al último lugar.