La moda de pedir perdón por los pecados ajenos: el nuevo deporte de la Iglesia

La moda de pedir perdón por los pecados ajenos: el nuevo deporte de la Iglesia

En los últimos tiempos, parece que la Iglesia se ha aficionado a un curioso deporte: la autoflagelación pública. Es un espectáculo que mezcla la moralina fácil con la gimnasia emocional.

Lo último ha sido un acto del cardenal José Cobo en Madrid, donde reunió a un nutrido grupo de víctimas de abusos. No está mal el gesto, si no fuera por el detalle de que se tiende a poner en el mismo saco a un chaval al que, con torpeza, lo invitaron a meterse al Opus Dei, con un niño que fue violado por un fraile progresista homosexual. Pero claro, en esta nueva moda de la autoflagelación, cualquier cosa vale.

Esto de pedir perdón por cosas abstractas es una auténtica genialidad. En lugar de afrontar los problemas reales de hoy, mejor desviar el foco hacia los pecados del pasado o hacia lo que hicieron otros. ¿Que el tema es la conquista de América, la esclavitud o los abusos sexuales? ¡Perfecto! Mejor si se trata de algo lejano, ajeno, y sobre todo, inatacable. Así, mientras las heridas de hoy supuran, nos damos el lujo de parecer buenos pidiendo perdón por lo que otros hicieron hace siglos o por lo que hacen los ‘malos de siempre’.

Asistentes al acto de reparación organizado en la explanada de la catedral de la Almudena
Asistentes al acto de reparación organizado en la explanada de la catedral de la Almudena

La estrategia de escurrir el bulto

Este acto no es solo un lavado de conciencia, es una obra maestra en el arte de escurrir el bulto. ¿Por qué pedir perdón por mis fallos o por los problemas reales que enfrento hoy si puedo desviar la atención hacia algo que todo el mundo ya sabe que está mal? Y, de paso, quedo como un héroe moral. Al final, el truco es tan viejo como efectivo: si hablo de la esclavitud o de los abusos sexuales cometidos por curas de décadas pasadas, me ahorro tener que explicar por qué la Iglesia de hoy es incapaz de dar respuestas contundentes a los desafíos presentes. Desviar la atención es un arte, y en este campo, la Iglesia moderna parece haber alcanzado la maestría.

Este juego de desviar el foco tiene ecos marxistas. La culpa nunca es tuya, siempre es del sistema, de la estructura, de lo abstracto, de lo que hicieron otros. No hay solución concreta, solo un sistema perpetuo de reparación de agravios, pero que nunca se acerca a lo real. ¿Es casualidad que muchos de estos «perdonadores de pecados ajenos» se alineen con las ideas de izquierda? Seguro que no. En este esquema, la solución siempre está en el chiringuito, en el aparato, en el sistema. Nunca en el individuo o en lo que tú puedas hacer. Y hablando de chiringuitos…

Tomemos, por ejemplo, el caso Cuatrecasas. El padre del joven que fue víctima presunta de abusos en Gaztelueta no acabó como una víctima anónima más, sino ¡como diputado del PSOE! Claro, porque la victimización, bien gestionada, puede ser muy rentable. De ahí a convertirla en una forma de vida, hay un paso. En esta sociedad donde todo el mundo tiene que ser víctima de algo, los Cuatrecasas del mundo se han convertido en especialistas en navegar las aguas del dolor ajeno para subir unos peldaños en la escala social. Triste, pero cierto.

Pedir perdón sí, pero por lo propio

La moda de pedir perdón por lo que hicieron otros es un refugio seguro para aquellos que no quieren asumir su responsabilidad hoy. El cardenal Cobo, y tantos otros, deberían tomarse un tiempo para reflexionar sobre lo que realmente está fallando en la Iglesia actual en lugar de escenificar actos de contrición por lo que hicieron otros.

Los problemas de hoy no se solucionan con gestos simbólicos, ni con la cortina de humo de la autoflagelación pública. Si realmente queremos una Iglesia que avance, tal vez sería mejor que empezáramos por pedir perdón, pero por lo nuestro.

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