No hace ni dos semanas desde que llegó de su viaje por Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur y el Papa emprende otro viaje.
Como si quisiera huir de Roma a toda costa, el Pontífice ha iniciado su 46º Viaje Apostólico que le llevará a visitar Luxemburgo y Bélgica. En la mañana de este jueves, el Papa ha dirigido su primer discurso ante las autoridades de el diminuto país europeo.
El Papa Francisco ha instado a una mayor cooperación entre las naciones para evitar «masacres inútiles» y dejar de lado la «miope» búsqueda de intereses propios. Esta reflexión fue parte de su primer discurso en Luxemburgo, el 26 de septiembre, durante su 46° viaje apostólico que también incluye una visita a Bélgica. Ante unas trescientas personas, entre autoridades, representantes de la sociedad civil, diplomáticos y líderes del mundo cultural y empresarial, el Papa habló en el Círculo Cité, un lugar histórico de la capital que acogió las primeras audiencias del Tribunal de Justicia de la Comunidad del Carbón y del Acero, precursora de la actual Unión Europea.
Este encuentro tuvo lugar tras una visita de cortesía al Gran Duque Enrique de Luxemburgo en el Palacio Gran Ducal, donde Francisco destacó en el Libro de Honor los pilares fundamentales de un Estado: la dignidad humana, el bien común y la colaboración internacional. Posteriormente, el Papa profundizó en estos conceptos, siguiendo las palabras del Primer Ministro, Luc Frieden, quien subrayó el papel de las religiones en los debates sobre cuestiones éticas, sociales y ambientales. Frieden también recordó la labor del misionero San Willibrord, primer obispo de Utrecht, y abogó por la defensa diaria del proyecto de paz europeo.
En su discurso, el Papa Francisco destacó la posición geográfica de Luxemburgo, en la encrucijada de los grandes acontecimientos históricos de Europa. Subrayó el pasado de invasiones y privación de libertad del país, así como su papel fundamental en la construcción de una Europa unida y solidaria. Según el Pontífice, Luxemburgo ha aprendido de su historia, siendo un ejemplo de cómo superar divisiones, conflictos y guerras provocadas por nacionalismos extremos e ideologías destructivas.
El Papa también resaltó la importancia de una sólida estructura democrática para prevenir la discriminación y exclusión. A su juicio, la construcción de instituciones y leyes justas es fundamental para garantizar la equidad y el respeto al Estado de Derecho, colocando a la persona y al bien común en el centro de la vida pública.
Asimismo, Francisco recordó las palabras pronunciadas por San Juan Pablo II en 1985, haciendo un llamado a fortalecer la solidaridad entre las naciones, para que todos participen de un desarrollo integral. El Papa señaló que la riqueza es una responsabilidad y advirtió contra la degradación de la «casa común» y el abandono de los sectores más desfavorecidos, lo que puede generar un aumento de la emigración en condiciones inhumanas.
En su mensaje, el Pontífice denunció el resurgimiento de «fracturas» y «enemistades» en Europa, lamentando que el trabajo diplomático a menudo sea infructuoso frente a la lógica de la destrucción y la guerra. Según él, es necesario que las naciones estén guiadas por valores espirituales profundos para evitar repetir los errores del pasado.
Finalmente, el Papa Francisco subrayó que es el Evangelio el que tiene el poder de reconciliar los corazones y transformar profundamente el alma humana. Al concluir su discurso, apeló al liderazgo basado en el «servicio» como la máxima expresión de nobleza, recordando el lema de su viaje «Pour servir». También instó a las autoridades a comprometerse en negociaciones honestas para resolver los conflictos actuales, y destacó el ejemplo de Luxemburgo en la integración de inmigrantes como un modelo frente a la segregación y el conflicto.