Monseñor José Ángel Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla, estrena en este Tiempo de Adviento una extensa carta pastoral dedicada a los jóvenes.
El prelado hace un diagnóstico sobre las heridas que afligen a los jóvenes en estos momentos. Ante ese análisis certero, que ahora abordaremos, el arzobispo hace un llamamiento a la esperanza, a la santidad, a soñar y a evitar la mediocridad. Metas altas, son las que propone Saiz Meneses a los jóvenes de hoy en día. La carta pastoral del arzobispo de Sevilla comienza relatando cuáles son las heridas del corazón de los jóvenes en estos momentos.
Las cuatro heridas en el corazón de los jóvenes
«Se nos dice que la vida está llena de oportunidades, pero es difícil ver dónde están esas oportunidades cuando el dinero no alcanza, cuando no se consigue trabajo y cuando tener acceso a la educación es, en la práctica, muchas veces imposible», escribe el arzobispo.
Esta situación es causa de agobio y preocupación para muchos jóvenes. Es por ello que el arzobispo de Sevilla afirma que «el futuro para muchos de ellos se presenta oscuro y sembrado de incertidumbres: ¿encontraré un puesto de trabajo?, ¿podré encontrar una vivienda, ¿llegaré a encontrar un amor para siempre?, ¿podré emanciparme y formar una familia? En resumen, ¿qué futuro me espera?»
Soledad
La segunda herida que experimentan los jóvenes -según José Ángel Saiz Meneses- es la soledad. «La realidad de muchos jóvenes es que se sienten terriblemente solos, incluso cuando están rodeados de gente. Su soledad, y esto es durísimo para ellos, no es puramente física, sino que tiene que ver con la falta de conexión con los demás y con la falta de relaciones sociales auténticas», explica el arzobispo.
Además, afirma que «muchos jóvenes sienten tristeza por estar solos, por carecer de compañía, o por la distancia de personas importantes en su vida. Pero también por sentir que nadie les entiende, que nadie se preocupa por ellos de verdad, que nadie conoce aquello que tienen en el corazón».
Depresión
«Las ansiedades y depresiones, los problemas de identidad, la pérdida del sentido de la vida, hasta el punto de preguntarse si merece la pena vivir, es la tercera herida», escribe Saiz Meneses en su misiva.
Subraya que «la ansiedad crónica puede ocasionar problemas graves de salud mental, depresión, uso de sustancias que afectan a la salud y a la calidad de vida. Incluso está llevando a muchos jóvenes al suicidio, que en nuestro país se ha convertido ya en la primera causa de muerte entre adolescentes y jóvenes y es un auténtico drama social».
En ese sentido, argumenta que «hoy sabemos que la ansiedad interfiere en la capacidad de concentración y aprendizaje, tan importantes en la infancia y juventud, y desemboca en problemas ya desde la etapa escolar, con el consiguiente impacto a largo plazo».
Adicciones
Como cuarta herida, el arzobispo apunta a las diferentes adicciones que atrapa a los jóvenes como pueden ser las drogas, la pornografía, o el alcohol, «y que vuelven a caer cada vez que intentan levantarse». El arzobispo lamenta que como consecuencia de esto, los jóvenes terminan «refugiándose en sus pantallas, lo que en realidad sólo empeora su situación».
Sin embargo, para el arzobispo de Sevilla el problema radica en el hecho de que los momentos de estrés y ansiedad «se han convertido prácticamente en algo habitual» y esto provoca que «muchos jóvenes viven con un enorme vacío existencial, tratando de evadirse en las sensaciones cada vez más fuertes que les ofrecen el ruido, las drogas, el alcohol, la adrenalina, la dopamina, el deporte extremo, la velocidad o el sexo desprovisto de vínculos emocionales permanentes o de una concepción del ser humano que trascienda lo inmediato».
Saiz Meneses pone el foco en que «hoy muchos jóvenes padecen un vacío existencial, y no encuentran sentido a su vida. Tratan de escaparse a través de las recompensas rápidas y de los estímulos que les ofrecen las redes sociales, los juegos online, las apuestas deportivas, las aplicaciones de citas, las compras inútiles, la pornografía».
El arzobispo hace hincapié en que estas cosas «no logran esquivar su tristeza porque nada material puede llenar el gran vacío de su corazón». «Socialmente son considerados débiles, como una “generación de cristal” que es prisionera de sus adicciones, cuando la realidad es que ya no tienen fuerzas humanas para romper las cadenas… porque han perdido la fe», agrega el arzobispo.
José Ángel Saiz Meneses expone con gran acierto que «la adicción permite evadirse por un momento de la realidad o huir de conflictos no resueltos, o de responsabilidades, de forma que se convierte en un recurso fácil para evitar problemas y compromisos. Así, para los jóvenes es más fácil refugiarse en este consumo autodestructivo que enfrentarse a la realidad».
Tiranía de la imagen
Por último, el arzobispo critica la ya consolidada «tiranía de la apariencia, de la imagen». Saiz Meneses defiende que el cuidado del cuerpo y de la imagen tiene su importancia para adoptar conductas acordes con la salud corporal, «pero hoy día se ha transformado en una tiranía de la apariencia que está imponiendo criterios y actitudes contrarias a toda lógica y que, en muchos casos, al no conseguir una presencia física socialmente aceptada para evitar toda posible discriminación, acaba llevando al sufrimiento y la frustración».
«Por otra parte, selfies y más selfies. La dictadura del cuerpo correcto y la sonrisa perfecta. Fotos y videos de sí mismos en las redes sociales, en poses cuidadosamente estudiadas y coreografías que repiten de forma acrítica bailes y trends que otros imponen», lamenta el prelado.
También critica que en esas imágenes muchas veces el cuerpo «se exhibe sólo como un producto de consumo, como una moneda de cambio para lograr más repercusión y alcance». «La terrible sensación de no poder ser nosotros mismos, de tener que usar filtros y vendernos para gustar y no quedar aislados. Narcisismos que, al final, nos dejan solos, asomándonos al abismo. Un abuso de los selfies que la mayoría de las veces esconde una gran falta de autoestima y desemboca en una auténtica adicción cada vez más común, la ‘selfitis'», concluye el arzobispo.