He seguido el debate en línea a varias bandas sobre la actitud de la Iglesia ante la homosexualidad que ha recogido InfoVaticana en estas páginas, y el problema que veo en estos sacerdotes ‘LGTB-friendly’ es similar al que me parece detectar en la obsesión del mediático jesuita norteamericano padre James Martin por este mismo asunto, que se diría central en el mensaje de Cristo.
Y ese problema es, claro, que son cualquier cosa menos claros. Se diría que hablan para el coro, entre guiños y codazos de complicidad y sobreentendido, con un “hasta aquí puedo leer” que parece cualquier cosa menos honesto. Me explico.
Todos ellos protestan que su visión es perfectamente compatible con la doctrina de la Iglesia expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica. Bien, entonces, ¿cuál es su mensaje, exactamente?
Por ejemplo, este tuit del padre Damián: “La Iglesia ya está preparada para un nuevo paradigma de su Moral Sexual. Sólo hay que encontrar las palabras oportunas. En ello estamos”.
¿Qué significa? ¿Cómo puede haber un “nuevo paradigma” en algo tan permanente en la naturaleza humana como es la moral sexual? ¿Quién “está preparado”? ¿Cómo se ha llegado a esa “preparación”? ¿Quiénes son los que “están en ello”?
Si hay que discernir moralmente sobre vacunas, terapia génica, licitud de determinados instrumentos financieros o cosas de ese tipo, puede hacerse por analogía, pero tendrá sentido pronunciarse de nuevo, no porque la Iglesia vaya a cambiar sus criterios morales, algo que no puede hacer, sino porque todas esas cosas no existían décadas o siglos atrás.
No es el caso de la homosexualidad que, por otra parte, ni siquiera tiene consideración moral alguna hasta el punto de no existir siquiera la palabra misma hasta principios del siglo pasado. No puede decirse que la Iglesia tuviera una actitud mala con respecto a los homosexuales porque no tenían actitud alguna hacia los homosexuales. Tenía, y tiene, una actitud clarísima contra la sodomía. Y no va a cambiarla porque no puede cambiarla.
Si el padre Damián o el padre Martin o el padre Daniel creen que sí puede, que la Iglesia puede decretar que la sodomía no es uno de los cuatro pecados que, según leemos en el Antiguo Testamento, “claman la ira de Dios”, que lo digan. Que digan abiertamente que ellos no creen que la práctica de la sodomía sea moralmente ilícita y que la Iglesia debería enseñarlo así.
Pero si lo hacen, si una porción de la jerarquía tuviera la peregrina idea de anunciar que la sodomía ya no es pecado, se encontrarán en un bonito dilema: que la Iglesia que predican no es fuente de verdades perennes. Y si se ha pasado dos mil años -incontables generaciones de fieles- enseñando una cosa y ahora dice la contraria, significa, sencillamente, que no es fuente de verdad, que no es infalible, que no es portadora del mensaje de un Dios fuera del tiempo con un designio inalterable para los seres humanos.
Puede seguir siendo muchas cosas buenas; puede ser una especie de club de debate ético, una enorme ONG internacional, un depósito de enseñanzas sobre el hombre y para los hombres. Todas, naturalmente, perfectamente discutibles, todas legítimamente rechazables. E, imagino, cualquier podrá imaginar cuánto durará una institución tan redundante e irrelevante.
No se trata, pues, de lo que yo o tú pensemos de la homosexualidad o de las relaciones homosexuales. No se trata siquiera de la homosexualidad, en serio, no es el núcleo del debate, aunque lo parezca: se trata de si somos DUEÑOS del mensaje o debemos someternos a él; si la doctrina es nuestra o de Cristo, Señor de la Historia.