«En lo relativo a la inmigración, los obispos han perdido la cabeza»

La Iglesia ataca al Gobierno italiano por su gestión del ‘caso Aquarius’

Desconcierto, rabia, amargura: es difícil decir cuál es el sentimiento dominante al leer la ráfaga de declaraciones de los obispos y cardenales italianos que pontifican sobre el decreto de seguridad, obviamente dando razón a los alcaldes rebeldes. Y cuánto conformismo también sobre los 49 migrantes irregulares cerca de la costa de Malta…

Desconcierto, rabia, amargura: es difícil decir cuál es el sentimiento dominante al leer la ráfaga de declaraciones de los obispos y cardenales italianos que pontifican sobre el decreto de seguridad, obviamente dando razón a los alcaldes rebeldes y acusando al ministro del Interior, Matteo Salvini, de inhumanidad, en el mejor de los casos. Para empeorar la situación, además, está el caso de los 49 migrantes por lo cuales incluso el Papa ha lanzado ayer un llamamiento a los líderes europeos para que sean acogidos. Están a bordo de dos barcos pertenecientes a ONGs, Sea Watch y Sea Eye, desde hace 17 días cerca de la costa de Malta, porque no les permiten atracar.

Desde el obispo de Palermo, Corrado Lorefice, hasta el presidente de la Comisión de Inmigrantes de la Conferencia Episcopal italiana, Guerino di Tora; desde el obispo de Noto, Antonio Staglianò, hasta el cardenal Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova, parece que hay una sola palabra clave: boicotear el decreto de seguridad, rebelarse contra el cierre de los puertos. No se puede no estar desconcertado al notar una concentración de fuego tal que, al menos en las últimas décadas, no tiene precedentes. Nunca se ha visto tanta movilización, ni siquiera cuando había temas que revolucionaban la antropología, como las uniones civiles y la ideología de género, solo por recordar los últimos. Incluso los líderes de la CEI trataron de detener, de todos los modos posibles, a la gente del Family Day. Y ahora, en temas más opinables, como hemos explicado repetidamente, estamos asistiendo a este circo.

También hay rabia porque en buena parte estos obispos ni siquiera saben de qué están hablando: no conocen el decreto de seguridad (emiten juicios, evidentemente, después de leer rápidamente un artículo de la Repúbblica o de Avvenire, que más o menos es lo mismo) y ni siquiera conocen el catecismo (o lo saben, pero es una cosa del pasado); hablan de objeción de conciencia aplicándola a materias incorrectas (haga clic aquí); se inventan nuevas categorías cristianas para excomulgar a los que no odian a Salvini; incluso el obispo Staglianò, más cómodo con las canciones de Fabio Concato y de Marco Mengoni que no con el catecismo, en una entrevista delirante en la Repúbblica, también se inventa la categoría de «católicos convencionales» (aquellos que él cree están en contra de la acogida), defensores de una violencia satánica.

Para a ninguno de ellos les pasa por la mente confrontar, por lo menos, el simple dato de la realidad: en 2018, las muertes en el Mediterráneo -son datos oficiales del Alto Comisionado para los Refugiados, publicados en los últimos días- disminuyeron más de la mitad en comparación con el año anterior (1.311 contra 2.872), gracias al hecho de que las salidas desde el norte de África se contuvieron (en Italia hubo 23.371 desembarcos, casi cien mil menos que en 2017). Y esto no solo no violando los derechos humanos y no reduciendo el deber de asistir a las personas en el mar, sino contribuyendo también a la lucha contra los traficantes de hombres, ya que las grandes organizaciones criminales son las que gestionan el tráfico desde los países africanos al Mediterráneo.

Y también en el caso de los 49 inmigrantes ilegales anclados frente a la costa de Malta, ignoran que se trata de una clara violación de las reglas por parte de las ONGs, que han «robado» los inmigrantes a la guardia costera libia para poder crear un caso político, chantajeando a nuestro gobierno también con la ayuda de una Unión Europea que, evidentemente, ha decidido que Italia debe ser el campo de refugiados de Europa. Quienes juegan sobre la piel de estas personas, que han sido engañadas y luego esclavizadas por bandas de delincuentes, son las ONGs, no el gobierno italiano. Ha llegado el momento de que algunos obispos se bajen del peral y desvelen la hipocresía del falso humanitarismo.

Pero también hay una gran amargura al constatar cómo la jerarquía eclesiástica está reduciendo su propia misión a la política, y el anuncio cristiano a las actividades humanitarias. Ahora parece que solo existe la dimensión horizontal, el afán por reparar las cosas del mundo que no funcionan, adhiriendo, además, a los criterios de juicio mundanos. Una jerarquía eclesiástica que predica una liberación política, que propone una Iglesia reducida al servicio de una ética global, es decir, una Iglesia prácticamente inútil.

Publicado por Riccardo Cascioli para la Nuova Bussola Quotidiana; traducido por Pablo Rostán para InfoVaticana.