El Concilio Vaticano II y el “caso Lefebvre”

El Concilio Vaticano II y el “caso Lefebvre”

El historiador italiano Roberto de Mattei señala en su libroConcilio Vaticano II. Una historia nunca escrita’ que el Arzobispo francés fue el más famoso representante, pero no el único, de un movimiento de resistencia a la ejecución de las reformas conciliares, que, en algunos casos, lamentablemente, desembocó en el cisma o en la pérdida de la fe.

A continuación, el capítulo que Roberto de Mattei dedica al llamado «caso Lefebvre»: 

Diez años después del Concilio, estalló el llamado “caso Lefebvre”, por el nombre del Arzobispo francés que, a partir de 1974, entró en abierto conflicto con la Santa Sede a propósito de la Nueva Misa y de las reformas conciliares.

El 6 de junio de 1969, Mons. Carrière, Obispo de Friburgo, había autorizado a Mons. Lefebvre a abrir en su diócesis el Colegio Internacional San Pío X. Ante el aumento de solicitudes de admisión, el Obispo francés adquirió en Ecône, en el cantón de Valais, una segunda casa que se convirtió en el centro de formación de la Fraternidad Sacerdotal Internacional San Pío X, erigida canónicamente el 1 de noviembre de 1970 en la diócesis de Lausana-Ginebra-Friburgo.

En noviembre de 1972, siete años después de la clausura del Concilio Vaticano II, Mons. Lefebvre pronunciaba en Rennes una alocución en la que por primera vez expresaba un juicio fuertemente negativo sobre el mismo. La Santa Sede prohibió a Mons. Lefebvre ordenar a sus seminaristas. Pero el 29 de junio de 1976, ante una multitud de fieles llegados de todas partes del mundo, el Arzobispo francés confirió el subdiaconado a 13 de sus seminaristas y el sacerdocio a otros 13, incurriendo en la “suspensión a divinis”. Tuvo después un encuentro con Pablo VI en Castelgandolfo, el 11 de septiembre de 1976, que no llevó a la solución del problema.

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En 1977, la Princesa Elvina Pallavicini invitó a Mons. Lefebvre a su histórico palacio de Roma, para que expusiese sus razones. La conferencia suscitó inmediatamente la curiosidad y la atención sobre la existencia de un patriciado y de una nobleza romana, todavía vivos y combativos, de los que la princesa Pallavicini era exponente. Las presiones que la noble dama romana sufrió para suspender la conferencia, no surtieron efecto alguno, gracias a su fuerte personalidad e independencia. A los cuatrocientos invitados, que asistieron al evento en la Sala del Trono del Palazzo en la colina del Quirinal, se añadieron otros tantos que se apiñaron en la antesala.

En su discurso, Mons. Lefebvre más que formular respuestas hizo serenamente una serie de preguntas:

No se puede concebir la Iglesia Católica sino como continuidad, como tradición, como heredera de su pasado. No se puede comprender una Iglesia Católica que rompa con su pasado, con su tradición, y por la imposibilidad de concebir semejante cosa, me encuentro en una situación un poco extraña: la de un Obispo suspendido por haber fundado un seminario en Suiza, un seminario legal y canónicamente erigido, un seminario que acoge muchas vocaciones; y ocho años después de nuestra fundación tenemos numerosas casas en los Estados Unidos, una en Canadá, en Inglaterra, en Francia, en Suiza, en Alemania y también en Italia, aquí en Albano. ¿Cómo puede ser que por seguir haciendo lo que yo mismo hice durante 50 años de mi vida, con las felicitaciones, con los incentivos de los Papas, y en particular del Papa Pío XII, que me honraba con su amistad, que hoy me encuentre considerado casi un enemigo de la Iglesia? ¿Cómo es posible esto, cómo se puede concebir? He tenido ocasión de decírselo al Papa en la última audiencia que tuve, el 11 de septiembre. Le dije: no consigo entender por qué motivo, de repente, después de haber formado seminaristas durante toda mi vida como los formo hoy, mientras antes del Concilio recibí todos los honores, exceptuando tan sólo el del cardenalato, ahora, después del Concilio, haciendo lo mismo, me encuentro suspendido a divinis, considerado casi un cismático, digno casi de ser excomulgado como enemigo de la Iglesia. No creo que algo así sea posible y concebible. Hay, pues, algo que ha cambiado en la Iglesia, algo que ha sido cambiado por los hombres de la Iglesia, en la historia de la Iglesia.”

Mons. Lefebvre fue presentado como el “jefe” de los tradicionalistas. En realidad, no fue sino la expresión más visible – y alimentada por los medios de comunicación – de un fenómeno que sobrepasaba mucho a su persona y que tenía sus raíces y su causa última en los problemas suscitados por el Concilio y por su aplicación. La resistencia a la ejecución de las reformas conciliares partió de sectores del bajo clero y del laicado, tal como había ocurrido durante la Revolución Francesa, cuando los párrocos y los campesinos promovieron la rebelión de la Vendée y las insurgencias antirrevolucionarias en Europa. El Arzobispo francés fue el más famoso representante, pero no el único, de un vasto y ramificado movimiento de resistencia, que, en algunos casos, lamentablemente, desembocó en el cisma o en la pérdida de la fe.

(Fragmento del libro Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita de Roberto de Mattei)

La tensa y dramática conversación entre Pablo VI y Marcel Lefebvre

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