¿Deberíamos pensar en salirnos de la ONU?

¿Deberíamos pensar en salirnos de la ONU?

Gran cantidad de problemas europeos que no nacen en Europa, pero que se diría que son consecuencia de las «encíclicas» emanadas por la nueva gran iglesia universal, templo de la verdad y fuente de la nueva moral, que reside en Washington, se llama ONU, y es alabada, reverenciada y temida, que controla todo y a todos y, naturalmente, «lo hace por el bien de la humanidad».

(Ettore Gotti Tedeschi) Sufro al reconocerlo, pero temo realmente que el Ministro Minniti se está engañando en lo que al tema de la inmigración se refiere. La inmigración que compensa la brecha de población parece haber sido «sugerida» por la «santa sede»  de la nueva religión universal, la ONU. ¡Que alguien intente desobedecer, si puede, a esta «santa sede»! Sobre todo porque parece tener como aliada, respecto a este tema, a la otra «Santa Sede».

Había acertado GianAntonio Stella cuando, en 2016, escribía que nos habían sido «atribuidos» seis millones y medio de inmigrantes en pocos años. Algunos secretarios de la ONU (desde Kofi Annan a Ba-Ki Moon ), gracias a distintos documentos, ya lo habían anticipado, dejando imaginar que se trataba de decisiones tomadas, no impuestas, como nos han hecho creer, por razones humanitarias.

Pero saber leer, interpretar y comprender un documento de la ONU no es tan fácil como se piensa; es necesario tener experiencia, preparación, «habilidad hermenéutica», algún amigo en los servicios secreto y la conciencia de qué es la gnosis. Conseguir comprender un documento de la ONU equivale, más o menos, a comprender un texto del magisterio de la Iglesia de hoy. Para comprender esto hay que ser capaz, efectivamente, de interpretarlo en el marco de la Sagrada Escritura, del Antiguo y Nuevo Testamento, de los documentos del Concilio Vaticano II y de sus interpretaciones rahnerianas; es necesario también el pensamiento filosófico que va desde Kant a Heidegger, hasta llegar a Kasper y Spadaro. En el tema específico se necesitaría, además, saber qué argumentos han utilizado los profetas  neomalthusianos-ambientalistas (los varios Jeffrey Sachs y Paul Ehrlich) con la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.

Para comprender los documentos de la ONU, la gran «santa sede» de la nueva religión mundial, el vaticano de la nueva moral global, es necesario haber leído y entendió la nueva Biblia de la ONU: el informe Kissinger de 1972-1974 sobre el Nuevo Orden Mundial y los varios «concilios y encíclicas» que son las grandes Conferencias Internacionales desde Río de Janeiro a Johannesburgo. Dichas «encíclicas», aparentemente emanadas bajo la égida de la ONU, atañen a innumerables hechos que han cambiado y están cambiando nuestra vida, con la justificación de hacernos más maduros, mejores, más sabios y felices. Tal vez incluso protegiéndonos de supersticiosas creencias religiosas que nos influencian desde hace un par de milenios…

Dichas «encíclicas» están todas relacionadas entre ellas y parecen tener un único verdadero objetivo: rehacer la creación y reconstruir al hombre. Veamos algunas, como la que concierne a los gobiernos y que interesa a nuestro ministro Minniti y que se refiere a la «necesaria»,  pero incomprensible y  misteriosa, inmigración en Europa, con especial atención a Italia, planificada y sostenida para nuestro bien material, cultural y espiritual.

Pero hay otras, mucho más importantes y propedéuticas, que se refieren a los cambios en la concepción moral en temas como la vida, la muerte, la bioética, la salud y el bienestar, la sexualidad, la familia. Otras atañen al ambientalismo, que debe ser considerado la nueva religión universal en la que hay que hacer converger a todas las aspiración de fe. Pero, ¡qué casualidad!, el responsable de la degradación ambiental es precisamente el hombre, cáncer de la naturaleza, al que hay que redimensionar para proteger a la tierra que, curiosamente, es reconocida como “sagrada“.

Todas estas soluciones han sido «sugeridas» a los estados por parte de los organismos satélites de la ONU, con persuasión o con celados y elegantes apremios implícitos que dejan imaginar la posibilidad de represalias. Y han sido sugeridas a gobernantes no elegidos sino cooptados, creándose las condiciones para que quien gobierne esté de acuerdo. No hay ni un solo y determinante cambio que no haya sido elaborado y propuesto por la ONU y sus satélites (OMS, ACNUR, UNEP, WPF, FAO, UNESCO, BIRS, IMF, etc.).

Cuando hace años alguien se atrevía a hablar de los riesgos de un gobierno mundial adveniens, lo acusaban de conspiranoico. Ahora que todo ha sucedido es demasiado tarde para hablar de riesgos. Y así, cuando un sub-secretario de la Jefatura del Gobierno (Sandro Gozi) declara que «Europa necesita cuarenta millones de inmigrantes», y cuando el dossier ONU prevé más de treinta y cinco millones de inmigrantes (antes del 2050) para reemplazar a los trabajadores italianos, nos quedamos pasmados; pero cuando la máxima autoridad moral en el mundo afirma que hay que hacer más, pues bien, tenemos que preguntarnos si nuestro problema no es, por casualidad, la ONU, el organismo que hemos deseado y apreciado, en sí de gran valor potencial, pero que lo es (o se ha convertido en tal) dependiendo de quien lo gestione y le proporcione sus objetivos…

Y esta pregunta me parece lógica y pertinente también por la gran cantidad de problemas europeos (y del euro) que no nacen en Europa, pero que se diría que son consecuencia de las «encíclicas» emanadas por la nueva gran iglesia universal, templo de la verdad y fuente de la nueva moral, que reside en Washington, se llama ONU, y es alabada, reverenciada y temida, que controla todo y a todos y, naturalmente, «lo hace por el bien de la humanidad».

Pero esta nueva y gran iglesia universal parece que ahora quiera controlar también a nuestra Iglesia católica, que parece no saber reconocer que son estas «encíclicas» pertenecientes a los ambientes de la ONU las que han provocado los efectos negativos que ahora se pretenden resolver con nuevas «encíclicas».

El ejemplo más evidente es la crisis económica global, resultado del derrumbe de la natalidad en Occidente, generado indirectamente por los ambientes neomalthusianos-ambientalistas que hacen referencia a la ONU, y que han generado, consecuentemente (si fuera verdad), el problema ambiental (gracias al consumismo y a la de-localización productiva necesaria para compensar el crecimiento del PIB), como también las premisas para el problema de la migración destinada a compensar la brecha de población.

El lector tiene que reflexionar sobre todos estos problemas: tanto la crisis económica como la inmigración son debidas al control de la natalidad que pretenden los ambientes satélite de la «santa sede» de la ONU. La cosa más curiosa es que quien ha provocado estos problemas está llamado, justamente, a resolverlos. Pero lo más sorprendente es ver que son acogidos incluso en la «Santa Sede» de la Iglesia católica. ¡Qué extraña coincidencia ver la convergencia, en la praxis obviamente, entre las dos «santas sedes»!

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