Por el P. Gerald E. Murray
Cuando el Papa León XIV habló desde el balcón de la basílica de San Pedro el día de su elección, dijo: «queremos ser una Iglesia sinodal». La importancia de esto depende, por supuesto, de cómo el Papa León entienda la sinodalidad. La idea de una Iglesia que es Una, Santa, Católica, Apostólica —y ahora Sinodal— no es clara para la mayoría, porque la sinodalidad es un concepto en gran medida desconocido. Su significado irá emergiendo en la medida en que el Papa León guíe el “camino sinodal” con la ayuda de la Secretaría General del Sínodo. La última contribución de dicha secretaría a la saga definitoria en curso no resulta alentadora.
Si te preguntas cuál es el propósito del Sínodo sobre la sinodalidad, la Secretaría General, en su documento Caminos para la fase de implementación del Sínodo 2025-2028, ha dado esta respuesta: “construir una Iglesia sinodal”.
Y si también te preguntas qué es la sinodalidad, la Hna. Nathalie Becquart, XMCJ, subsecretaria del Sínodo, respondió en una entrevista reciente:
Suelo citar a un teólogo australiano que estuvo en nuestro Sínodo, Ormond Rush, quien afirma que “la sinodalidad es el Concilio Vaticano II en una cápsula”. Y todos nuestros documentos, incluyendo estos caminos y el Documento Final, destacan que lo que estamos haciendo realmente se refiere a la visión del Concilio Vaticano II. Podemos decir que la sinodalidad es la forma de entender la eclesiología del Concilio Vaticano II en esta etapa de la recepción del Concilio. Así que no es otra cosa sino continuar la recepción del Concilio Vaticano II. Porque el Concilio aún no se ha implementado en todas partes, de alguna manera.
Sin embargo, en ninguna parte de los documentos del Concilio se presenta tal idea.
La Hna. Becquart continúa:
Así que es una forma de ser Iglesia. Esa era una forma, desde la Iglesia primitiva, que recuperamos del Concilio Vaticano II como un fruto que destaca que, ante todo, somos todos bautizados; y como bautizados, juntos como pueblo de Dios, estamos llamados a llevar adelante la misión juntos. Se trata de llamar a cada bautizado a ser protagonista de la misión, a ayudarnos a comprender que estamos llamados a trabajar juntos, ejerciendo una corresponsabilidad en la misión —por supuesto, una corresponsabilidad diferenciada, porque no todos tenemos las mismas vocaciones. Hay una diversidad de vocaciones, de carismas, de ministerios. Pero somos pueblo de Dios, caminando con los otros pueblos.
¿Cómo se concretará esta “forma de ser Iglesia”? La Secretaría del Sínodo, al referirse al Documento Final (DF) de la Asamblea Sinodal de 2024, ofrece esta extenuante justificación de tono revolucionario, repleta de jerga (énfasis añadido):
El dinamismo que anima el DF, y que la fase de implementación está llamada a asumir, deriva de la articulación continua de ciertas polaridades y tensiones que estructuran la vida de la Iglesia y la forma en que las categorías eclesiológicas la expresan. He aquí algunas de estas polaridades: la Iglesia universal y la Iglesia local; la Iglesia como Pueblo de Dios, como Cuerpo de Cristo y como Templo del Espíritu; la participación de todos y la autoridad de algunos; sinodalidad, colegialidad y primado; el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial; el ministerio (ministerios ordenados e instituidos) y la participación en la misión en virtud de la vocación bautismal sin una forma ministerial. La implementación del DF requiere abordar y discernir estas tensiones a medida que surgen en las circunstancias propias de cada Iglesia local. El camino a seguir no consiste en buscar un acuerdo imposible que elimine la tensión en favor de uno de los lados. Más bien, en el aquí y ahora de cada Iglesia local, será necesario discernir cuál de los equilibrios posibles permite un servicio más dinámico de la misión. Es probable que se lleguen a decisiones diferentes en distintos lugares.
El Concilio de Nicea no pasaría la prueba de la sinodalidad, ya que logró precisamente ese “acuerdo imposible” al eliminar las tensiones al decidir “a favor de uno de los lados”, es decir, se afirmó la ortodoxia y se anatematizó la herejía.
¿Desde cuándo la Iglesia ha enseñado que las doctrinas católicas son “polaridades” que revelan “tensiones” que deben superarse alcanzando un “equilibrio”? Esto es puro hegelianismo. Paso uno: la tesis se enfrenta a la antítesis y da lugar a una síntesis; paso dos: repetir indefinidamente. En este esquema, la Iglesia no enseña verdades dogmáticas, sino que pondera distintos enfoques que deben equilibrarse entre sí.
Ambos lados en una “situación de polaridad” deben quedar satisfechos con algún tipo de “diversidad reconciliada”. La permanencia de la verdad desaparece, entra en escena el “dinamismo” que reconfigura “categorías eclesiológicas”. Por cierto, ¿la doctrina católica es ahora una mera “categoría eclesiológica” que puede modificarse a voluntad? Eso parece.
La enseñanza del Concilio Vaticano II se sostiene por sí misma. La “cápsula” de sinodalidad como esencia del mensaje conciliar no se encuentra en los documentos del Concilio. El Sínodo de los Obispos, creado por el Concilio, es un órgano consultivo de obispos convocado por el Papa para ofrecer orientación sobre temas relevantes en reuniones periódicas. No es el origen ni fundamento para construir una nueva Iglesia sinodal en la que todos los bautizados compartan el gobierno eclesial.
La Iglesia no necesita ser transformada en un grupo de discusión sinodal permanente, dirigido por funcionarios vaticanos y compuesto por obispos y no obispos elegidos, en el que las tensiones —originadas cuando se presentan ideas heréticas como versiones nuevas y mejoradas de la fe católica— deban ser suavizadas porque la sinodalidad exige la falsa noción de “diversidad reconciliada”.
El argumento de que la sinodalidad, tal como la expone la Secretaría del Sínodo, es la realización final de la promesa incumplida del Vaticano II puede resultar convincente para sus promotores, pero no corresponde a lo que realmente sucedió en el Concilio.
Si se buscan precedentes históricos, el estudio del anglicanismo ofrece indicios claros sobre los pantanos y escollos hacia los que se dirige esta trayectoria actual.
Sobre el autor
El Rvdo. Gerald E. Murray, J.C.D., es sacerdote, doctor en Derecho Canónico y párroco de la iglesia de San José en la ciudad de Nueva York. Su nuevo libro (junto con Diane Montagna), Calming the Storm: Navigating the Crises Facing the Catholic Church and Society, ya está disponible.
