La vigilancia Católica: virtud alineada con los desafíos actuales

Virtud de la vigilancia católica

Ante el paradigma de la posmodernidad que domina al mundo actual, el hombre revolucionario toma una de dos posiciones extremas para percibir y procesar los acontecimientos que ocurren en el entorno donde se desenvuelve: la confianza/buenismo ciego o la total escrupulosidad. Son opuestos manifiestos donde el hombre formado por el pensamiento secular se mueve como un péndulo en constante velocidad ante las situaciones que se presentan en la vida cotidiana. Esto presenta un peligro, no solo por ser extremos que contienen sus vicios, sino que apartan al ser creado a imagen y semejanza de Dios de entender la realidad objetiva de la cual emanan las verdades elementales en conformidad con los órdenes que Dios ha formado.

Haciendo énfasis en una de estas dos conductas, que es la más proliferada en la actualidad, acoplado a la inminencia de desafíos actuales donde se manifiesta la misma de manera concreta, hemos de ver en sencillas palabras la postura de la confianza/buenísimo ciego. El balance es esencial para la vida del Católico piadoso para poder desarriagarse de las posturas establecidas por la mundanidad con el fin de someterse al ejemplo dulce de Nuestro Señor Jesucristo para saber moderar el actuar conforme a cada situación. La actividad habitual y el reglamento moral de los miembros de la Santa Iglesia han sido manchados por las imposiciones inventadas por el mundo para zarandear la vida virtuosa dentro del Cuerpo Místico de Cristo. Dado lo anterior, hay varias virtudes y características que han sido ocultas o, peor aún, tachadas de anticristianas, que en tiempos de lúcidez gozaban de estar impregnadas en los corazones de los fieles. Una de estas virtudes es la virtud de la vigilancia.

A continuación hemos de leer unos extractos sobre la vigilancia de la sabia mano de un intelectual, guerrero, y piadoso defensor de la Santa Iglesia; llamado por el gran profesor Roberto De Mattei el Cruzado del Siglo XX, es el ilustre Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Su profundidad, aunada a la precisión del análisis que él hace, provoca un pensamiento crítico en los que estudian sus charlas y escritos. Hemos de leer los extractos de una charla de este autor que va citando tres características que deben distinguir al Católico, la segunda es la vigilancia, pero veremos cómo las mismas edifican al cristiano en su actuar y pensar. Leamos con detenimiento y atención; se recomienda la lectura íntegra de la transcripción de la charla que se ha de poner el enlace en la parte final de este artículo.

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Desconfianza, vigilancia y pugnacidad: Características del auténtico Contrarrevolucionario. (Charla Santo del día 21 de abril de 1971)

Desconfianza, vigilancia y combatividad consigo mismo

«El ultramontano [Contra-Revolucionario] es vigilante, es suspicaz, es combativo. El no ultramontano no es vigilante, no es suspicaz, ni es combativo. Para expresar las cosas en el orden adecuado, deberíamos decir: suspicaz, vigilante y combativo.

¿Qué es la suspicacia?

¿Qué significa aquí la suspicacia? Es la realización habitual de que vivimos en un valle de lágrimas. En este valle de lágrimas, en esta vida en la que el hombre está en estado de prueba y en estado de pecado original, lleva dentro de sí el pecado de la Revolución. Está rodeado constantemente de peligros, tanto internos como externos, y debe tener su atención en constante alerta contra estos peligros. Esta es la noción fundamental de suspicacia.

En otras palabras, en la vida espiritual de cada persona —y nunca me cansaré de repetirlo— cada uno de nosotros debe tener hacia sí mismo la suspicacia que un hombre normal tiene hacia una bestia salvaje o hacia una serpiente. Hay una bestia salvaje y una serpiente dentro de cada uno de nosotros. Si me relajo, aunque sea mínimamente, hago concesiones y alimento mis defectos; una vez que alimento mis defectos, ya no tendré suficiente fuerza para superarlos y mi vida espiritual se desmoronará.

Es necesario que yo sea vigilante, que tenga los ojos continuamente puestos en mi interior. Es necesario que esté atento a lo que siento, a lo que ocurre dentro de mí, para arrancar el mal que renace en mí en cada momento.

La imagen de un hombre bueno no es la de un hombre ingenuo y necio en el que la tendencia al mal no se renueva constantemente. No. Más bien, la imagen de un hombre bueno y serio es aquel que sabe que el mal renace dentro de él en cada momento y que está en combate continuo contra sí mismo. Todo hombre tiene tendencias malas que, si las consiente, le llevarán rápidamente a la infamia. Esta es la noción que cada uno de nosotros debe tener de sí mismo. Y como consecuencia de ello, por desconfiar cada uno de sí mismo, surge el deber de la vigilancia, porque el que desconfía vigila.

¿Qué es la vigilancia?

¿Qué es ser vigilante? ¿Qué significa vigilar? Vigilar es estar atento, estar en espera, estar alerta. Es estar en un estado de movilización continúa. El hombre atento vigila continuamente. Dice a sí mismo: Sí sé que dentro de mí hay, de nuevo borbollando, una fuente continua de los peores defectos, y que esta fuente está constantemente generando nuevas manifestaciones de estos defectos, entonces debo vigilarme. Y si no me vigilo, caeré. El fruto lógico de la suspicacia —que aquí es una consecuencia de la creencia en el dogma del Pecado Original— es la vigilancia contra uno mismo.

¿Qué es la combatividad?

¿Es suficiente la vigilancia? No, no es suficiente. Es necesario ser combativo. ¿Y qué es un hombre combativo? Es un hombre que, habitualmente, establemente, es capaz de comenzar una lucha en cualquier momento. Aunque sea una lucha muy difícil, si es combativo, no duda en entrar en la refriega. Si es necesario que luche, lucha.

No es un necio que se mete en peleas sin motivo. Tal persona no es más que un idiota. Más bien, es un hombre que no duda en luchar. Nuestra combatividad con nosotros mismos implica que estemos dispuestos a luchar contra nosotros mismos en todo momento. Debemos estar dispuestos a decir NO a nosotros mismos en cada momento. Y la primera persona a la que debo saber decir NO es a mí mismo y a nadie más.

No sirve de nada ser enérgico con otros, decir NO a otros, ser combativo con otros. Eso es fácil. El problema es ser combativo conmigo mismo, decir NO a mí mismo cuando es necesario hacerlo. Y esto debe ser así en cada caso en que sea el momento de decir NO, y tan pronto como llegue el momento de decir NO. No puede haber demora en decir NO.

Por esta razón, el hombre combativo lucha contra sus propios defectos tan pronto como aparecen. Tan pronto como la vigilancia le señala el nacimiento de una sola mala tendencia, el hombre combativo la sofoca, la rechaza y la erradica. Si no lo hace, perece, porque la mala tendencia crece dentro de él y lo debilita. Las malas tendencias deben combatirse en su inicio, en su primera manifestación, en su primer momento. No puede ser de otra manera.

[Más adelante en la charla el Prof. Plinio prosigue:]

La pereza, defecto capital que se opone a la vigilancia

El defecto capital que se opone a la vigilancia es la pereza. El perezoso no vigila, porque la vigilancia requiere esfuerzo. No es desconfiado, porque desconfiar requiere esfuerzo. No es combativo, porque el mayor de los esfuerzos es luchar. Luchar es más difícil que trabajar. Un mes de trabajo es más fácil que un día de lucha. Todos lo saben. Sobre todo, cuando se trata de una lucha contra nosotros mismos.

Por eso hay que pedirle a la Virgen que nos cure del vicio capital de la pereza, que extirpe de nuestras almas el pecado que a tantos nos lleva a boberías, a la mediocridad, a una especie de disonancia crónica con la Causa Católica. Estás de acuerdo, de acuerdo, de acuerdo, pero sólo de boquilla, porque cuando llega el momento de hacerlo, se te ocurre una acción diferente. ¿Por qué? Porque falta esta virtud de la vigilancia. La persona se entrega al vicio capital de la pereza.»

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Conclusiones prácticas

¡Qué palabras tan actuales ante los desafíos contemporáneos! El perfil del Católico de estos tiempos necesita desesperadamente de estas tres características para construir su temple y poder afrontar tantos hechos y sucesos que engañan a muchos. Las falsas sonrisas, los abrazos secos, las palabras complacientes, todo esto colabora para engañar a aquellos que no han cultivado la virtud de la vigilancia. Se ha vuelto práctica común entre la feligresía ver los actos proferidos por las autoridades (en sus diversas esferas) con una actitud de benignidad exagerada que valora más la forma que el fondo de estas acciones. No podemos engañarnos a creer dos cosas: (1) que más vale la manera de hacer algo dejando de lado lo que es; (2) entronizar, exagerar, sobreenfatizar las cosas que son del plano secundario o accesorio sobre las cosas o elementos de importancia trascendental.

Lo que el mundo revolucionario ha podido hacer en su proceso de destrucción de la Cristiandad es poder -aunque la gente se dé cuenta o no- darle un valor encarecido a lo que es percibible por los sentidos; en cambio, las ideas, conceptos, y realidades invisibles son retiradas al plano de lo poco apreciable por carecer de esa posibilidad de ser tangibles. Esto sigue la línea de desintegrar el intelecto y las facultades superiores para favorecer, dando rienda libre, a las faculdades inferiores desligadas de todo criterio de salvaguarda. Todo conlleva que las personas sean seducidas con facilidad por las minucias del buen trato, los componentes disgregados de la verdad, y las exterioridades placenteras a los cinco sentidos. Se podría enseñar la verdad del asunto de manera puntual y simplificada diciendo: Poco valen las cosas superficiales, por más objetivamente buenas que sean, si el fondo, lo medular, lo esencial está ausente.

La vigilancia Católica se convierte en menester ante la fluctuante cadena de eventos que acontecen dentro de la Santa Iglesia, siendo esta flagelada por la infiltración de cuestiones foráneas a ella. Esta virtud tiene también como consecuencia un aspecto interesante que se manifiesta patentemente en la vida de los santos, que consiste en el fruto de la serenidad. Cuando se anda en un estado de vigilancia, no se encuentra el alma turbada, porque es precavida de lo que sucede en su entorno, sabe cómo reaccionar con debida prudencia frente a las situaciones que puedan poner en peligro su salvación eterna. En caso contrario, cuando se deja de lado la vigilancia para adoptar una posición de brazos abiertos o buenísimo cándido, esto lleva al baile entre actitudes extremas que dictan criterios para discernir las cosas de manera viciada, siempre propiciando el camino al error sutil. Careciendo de esta virtud, uno se vuelve funcional a la astucia de las trampas del enemigo que sabe muy bien cómo actuar para poder dar una apariencia, ponerse una máscara que oculta lo medular de lo que quiere lograr. Con justo motivo las Sagradas Escrituras nos transmiten con claridad la obligación del Católico prudente; esto también la Esposa de Cristo nos lo dice como primera exhortación en el último Oficio del día en el Breviario tradicional cuando se rezan las Completas para cerrar el día del cristiano, exponiendo las sobrias palabras de 1 Pedro 5: 8,9: Fratres: Sóbrii estóte, et vigiláte: quia adversárius vester diábolus tamquam leo rúgiens círcuit, quærens quem dévoret: cui resístite fortes in fide. Hermanos, sed sobrios, estad despiertos, porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe..

 

Enlaces:

https://www.pliniocorreadeoliveira.info/desconfianza-vigilancia-y-pugnacidad-caracteristicas-del-autentico-contrarrevolucionario/#gsc.tab=0

https://www.traditioninaction.org/religious/c053rpFervor_2.html