El peligroso ‘indietrismo’ de Francisco

El peligroso ‘indietrismo’ de Francisco

La clave está en la palabra fetiche del último concilio: “aggiornamento”, puesta al día, actualización. La Iglesia, una institución que no es de este mundo pero está en este mundo, está llamada a mantener su doctrina perenne, el mensaje eterno de Cristo, válido para todos los tiempos, a la vez que estudia el espíritu de cada época para adaptar la forma del mensaje para que llegue al mundo de manera eficaz.

Ese acto de equilibrismo es arriesgado, y siempre existe el peligro de, como reza el refrán anglo, tirar el niño con el agua sucia de la bañera.

Lo que vemos hoy es, al parecer de muchos, lo peor de los dos mundos. Por un lado, vemos cómo el intento de adaptar el mensaje a la actualidad lleva a menudo a corromperlo. Escuchamos declaraciones de altos prelados, favorecidos o nombrados por Francisco, que defienden posturas incompatibles con la doctrina moral perenne de la Iglesia, como las afirmaciones de los cardenales Hollerich y McElroy favorables a ‘reconsiderar’ la moral católica con respecto a la sodomía. Y vemos, también, que no hay respuesta desde Roma. No son rebatidos oficialmente ni castigados; antes bien, se convierten en los prelados mejor posicionados en la estructura eclesial.

Por otra parte, esa silente indulgencia no se aplica a sacerdotes y prelados ortodoxos que se ven preteridos por aplicar con claridad la doctrina. En el caso de quienes favorecen el rito tradicional de los sacramentos, el mismo que ha alimentado la vida espiritual de la abrumadora mayoría de los santos, las restricciones llegan, en cambio, veloces como el rayo. La paradoja, en este último caso, consiste en que ese minúsculo grupo apela principalmente, no a octogenarios nostálgicos de un rito que apenas pueden recordar de su juventud, sino, precisamente, a jóvenes, y a un ritmo de crecimiento que es difícil encontrar en cualquier otra realidad eclesial.

Y esa es la segunda parte de la paradoja conciliar: que su supuesta adaptación al mundo actual no solo se ha convertido a ojos de muchos en mera cesión, en rendición sin condiciones, sino que en realidad corresponde, más que a nuestro tiempo, a las realidad, preocupaciones y circunstancias del mundo de finales de los sesenta del pasado siglo, un mundo tan desaparecido como el de la Contrarreforma. Es un hecho comprobable que si uno entra en una iglesia especialmente entregada a la ‘renovación’, advertirá que casi todo lo formal, desde la música a la arquitectura y los énfasis de las homilías, corresponde a esa época ya lejana.

Y ese es el ‘indietrismo’ que Francisco parece no advertir, quizá porque esté aquejado de él, un indietrismo que nos retrotrea y querría congelarnos en los mantras sesentaiochistas. En ese sentido es el peor de los mundos: no puede apelar ni al joven inmerso en nuestro tiempo, que lo ve con la extrañeza con que vería el vestuario de sus abuelos, ni a quien desea reconectar con lo que la Iglesia tiene de inmutable, con su carácter sacro.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando