El Santo Padre ha vuelto a un tema que le es especialmente caro en su discurso a los participantes en el congreso “Líneas de Desarrollo del Pacto Educativo Global” organizado por la Congregación para la Educación Católica: el peligro de mirar al pasado.
“[E]xiste la moda —en todos los siglos, pero en este siglo en la vida de la Iglesia la veo peligrosa— de que en lugar de partir de las raíces para ir hacia adelante —ese sentido de las bellas tradiciones— hay una “tendencia a ir hacia atrás”, no “por abajo y por arriba”, sino hacia atrás”, afirma en su discurso Su Santidad. “Esa tendencia a ir hacia atrás que nos convierte en una secta, que te cierra, que te quita horizontes: se llaman a sí mismos custodios de tradiciones, pero de tradiciones muertas”.
Si el actual Papa ha sido a lo largo de su pontificado un entusiasta de la ‘renovación’, acerbo crítico de quienes califica como ‘rígidos’ -lo que se definen como tradicionalistas-, de un tiempo a esta parte el ‘ritornello’ se está haciendo machacón y omnipresente, aprovechando cualquier oportunidad para alertar a los católicos de ese peligro.
Y debo reconocer que me desconcierta. No porque no exista, naturalmente, el peligro de petrificar la fe en tradiciones muertas y en un formalismo que agoste toda vitalidad, sino porque, mirando a nuestro alrededor, me cuesta pensar que un observador imparcial pueda ver en esta supuesta tendencia una moda realmente difundida “en la vida de la Iglesia”. Más bien, parece exactamente lo contrario.
Lo que el Santo Padre denomina “la moda de ir hacia atrás” y que presuntamente afecta a “todos los siglos” contrasta poderosamente con el verdadero mito de nuestro tiempo, que se alarga ya varios siglos, a saber: el mito del progreso, la creencia de que todo lo nuevo es, por serlo, mejor, y que la humanidad avanza inexorablemente hacia un brillante futuro. Ambas tendencias son peligrosas en algún sentido, porque ambas son falsas y ajenas a nuestra fe, pero creo que hay pocas dudas sobre cuál de ellas es hoy predominante.
Lo desconcertante no es tanto que el Papa ataque a los tradicionalistas (con ‘t’ minúscula, al menos) como que haga tanta insistencia en el tiempo, como si la Verdad estuviera más cerca de un siglo que de otro, como si no fuéramos los seguidores de una verdad perenne, de un Maestro, Cristo, que es “el mismo ayer, hoy y siempre”.