Los aforismos y frases breves, grandilocuentes y biensonantes actúan a menudo como un narcótico para la inteligencia, de modo que uno se siente tentado a asentir y a menudo asiente antes de diseccionar racionalmente lo que se dice, que no rara vez es una solemne estupidez.
Tomemos como ejemplo el final del artículo que dedica en VaticanNews el ex jefe de prensa interino de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, a la investidura del nuevo presidente de Estados Unidos mañana 20: “la pandemia -escribe Gisotti- ha mostrado dramáticamente que «nadie se salva solo».
¿De verdad? “Nadie se salva solo” no solo suena bien y tiene esa brevedad que empuja al asentimiento, sino que sería una verdad esencial y profunda si se refiriese a la Salvación con mayúscula, aunque sería aún mejor decir que nadie se salva a sí mismo. Pero referido a una enfermedad contagiosa, a una infección que se expande de persona a persona, resulta más bien paradójico. Claro que hay gente que se salva sola, la abrumadora mayoría. Lo que no se da es gente que se contagie sola.
Pero todo en el artículo de Gisotti es de ese palo, frases rimbombantes, buenos deseos, expresiones gastadas de puro manidas y un tono como si Estados Unidos hubiera atravesado una indecible catástrofe natural o salido de una terrible guerra, empezando por el titular: “Estados Unidos: es el tiempo de curar las heridas”.
Quitando que nunca es mal momento para curar las heridas, y que estas afligen siempre a cualquier sociedad de esta humanidad caída, ¿a qué “heridas” se refiere Gisotti? Porque no puede decirse que sea muy preciso en su enumeración. Solo cita vagas “divisiones presentes en la sociedad estadounidense que van más allá de la dimensión política. Una polarización que se ha profundizado en los últimos años y que, según muchos observadores, no está destinada a desaparecer a corto plazo”.
Naturalmente que no, Gisotti, porque no es una polarización que haya surgido mágicamente con Donald Trump, sino que floreció bajo su predecesor, Barak Obama, que alentó alegremente las fracturas sociales sin que al final de su segundo mandato hubiera un periodista vaticano que las denunciase. Como tampoco recuerda Gisotti que esa misma polarización se vio brutalmente exacerbada por los que ahora fingen querer “unir América”, algo que solo se creen en el Vaticano, si acaso. Olvida el autor que Donald Trump ganó limpia, legítima y legalmente las elecciones de 2016 y durante los cuatro años de su mandato sus enemigos políticos recurrieron a todos los trucos del libro para azuzar la división contra su gobierno y ponerle zancadillas a cada paso. Eso, curiosamente, no está entre las heridas que Gisotti quiere ver cerradas, aunque solo sea porque es muy consciente de que no pueden cerrarlos los mismos que echaron sal en ellas.
Empieza Gisotti diciendo que “Estados Unidos están aún sacudidos por lo que sucedió el 6 de enero con el asalto al Capitolio que causó la muerte de cinco personas”, lo que es cierto. Pero también lo era que Estados Unidos ha pasado meses sacudido por las violentas algaradas de pillaje y destrucción de Black Lives Matter y Antifa en una veintena de ciudades, con una veintena de muertos y, por cierto, destrucción y profanación de estatuas sagradas. Pero en ese momento, el ‘comentariado’ oficial de la Santa Sede prefirió ponerse del lado de la protesta y barrer bajo la alfombra la destrucción y los muertos. Y el obispo de El Paso, arrodillado junto a una pancarta de Black Lives Matter, recibió la consiguiente llamada de Francisco felicitándole por el gesto.
Dice Gisotti que “[n]o es coincidencia que el tema elegido por el nuevo presidente Joe Biden para la ceremonia de juramento sea America United”. Tampoco lo es que su conmilitones demócratas estén pidiendo cabezas, que hayan aprobado el ‘impeachment’ de un presidente que terminará mañana su mandato y estén elaborando listas de ‘trumpistas’ para lograr que nunca vuelvan a ocupar cargos, los despidan de sus lugares de trabajo, pierdan su círculo social y, en fin, se conviertan en unos parias. Y esta purga masiva de millones de norteamericanos se engloba bajo ese lema de unidad, que Gisotti toma como promesa inquebrantable porque cuándo se ha visto que un político mienta para favorecer sus intereses.
Y, al final, ¿qué ha hecho Trump para que su mandato sea tratado como una plaga de langostas o la cautividad de Babilonia? No dio un golpe de Estado; como hemos dicho, ganó según las asentadas reglas del juego. Puso al país en las mejores condiciones económicas de las últimas décadas, no inició guerra alguna y minimizó las que el país tiene en marcha, fraguó paces internacionales que ya se juzgaban imposibles. ¿Ha arrebatado libertades legítimas, derechos consagrados? ¿Podría citar uno solo Gisotti?
Rezo por que las cosas no se pongan tan mal para la libertad de conciencia de los católicos como augura el historial de Kamala Harris, la vicepresidente que ya se vende como próxima presidente. Porque si eso acaba ocurriendo, quizá a Gisotti no le parezca entonces tan significativo el color de piel de Harris, al que da una importancia absurda pero muy del mundo. Rezo, en fin, para que Gisotti no tenga que lamentar amargamente haber escrito un artículo tan de circunstancias, tan huero y tan mundano.