Tres de cada cuatro católicos en Estados Unidos no se oponen a las relaciones sexuales previas al matrimonio, en absoluta contradicción con la doctrina clara de la Iglesia en este punto.
Lo revela Pew Research, el gigante norteamericano de demoscopia, en un reciente estudio: al 74% de los católicos y el 76% de los protestantes liberales les parece bien la cohabitación de una pareja soltera. No es un estudio sobre las actitudes de los católicos, sino sobre la población en general y su aceptación de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero confirma que la abrumadora mayoría de estos no se diferencia gran cosa en este aspecto del resto de sus compatriotas.
No estamos ante una doctrina discutida o dudosa; nadie ha planteado aquí ‘desarrollo de doctrina’ alguno ni sería fácil sin caer en una absoluta contradicción con toda la antropología cristiana sobre el sexo, de modo que la noticia sería, simple y llanamente, que tres de cada cuatro ‘católicos’ en Norteamérica no cree que lo que dice la Iglesia sea cierto en aquellas áreas donde no les apetece que lo sea.
Esto plantea cuestiones interesantes relativas a las prioridades pastorales de la jerarquía. Es de todos sabido que el Santo Padre ha quitado importancia en diversas ocasiones a los llamados ‘pecados de la carne’, los que él mismo ha llamado “pecados de cintura para abajo”.
“Una de las dimensiones del clericalismo es la fijación moral exclusiva en el sexto mandamiento”, dijo en su viaje a Mozambique en tertulia con sus hermanos jesuitas. “Una vez un jesuita, un gran jesuita, me dijo que esté atento al dar la absolución, porque los pecados más graves son los que tienen más carácter angelical: orgullo, arrogancia, dominio… Y los menos graves son los que tienen menos carácter angelical, como la gula y la lujuria. Uno se concentra en el sexo y, después, no se le da peso a la injusticia social, a la calumnia, a los chismes, a las mentiras. Hoy la Iglesia tiene necesidad de una profunda conversión en este aspecto”.
Lo más sorprendente de todo el párrafo quizá sea esa idea de que la Iglesia necesite “una profunda conversión en este aspecto”, como si de algún modo el clero hoy mantuviera esa “fijación moral exclusiva” en el sexto mandamiento. Es desconcertante, porque no sabemos bien de qué está hablando. ¿Alguien puede pensar que la Iglesia de hoy -o de los últimos cincuenta años- insiste obsesivamente en las cuestiones sexuales? ¿Dónde? ¿Puede aportar alguna carta de un obispo, cribar las homilías dominicales más habituales, citar algún manual de Religión en uso?
De que el estamento clerical ha olvidado casi por completo recordar a los fieles la existencia de estos pecados “menos graves” -pero perfectamente susceptibles de ser mortales y, por tanto, de apartarnos de Dios y hacernos merecedores de la condenación eterna- es prueba innegable este estudio estadístico.
El Papa nos recuerda que hay pecados mucho más graves, lo que es cierto. Él mismo insiste con obsesiva frecuencia en otros, como la falta de acogida, muy especialmente a los inmigrantes, o los novedosos ‘pecados ecológicos’. Pero hay una diferencia evidente aquí, y es que si el Papa dejase mañana mismo de clamar por la acogida, si Su Santidad esta tarde decidiese no volver a referirse a la ‘urgencia’ de medidas para salvar el Planeta, ninguno de estos mensajes quedaría descuidado. La gente -el pueblo de Dios y el resto- seguiría escuchando desde todos los frentes la necesidad de acoger al inmigrante y de cambiar radicalmente nuestros hábitos para evitar el apocalipsis ecológico profetizado por Greta Thunberg.
En cambio, si la Iglesia no recuerda la doctrina sexual católica, nadie más va a hacerlo. Al contrario: todos los mensajes que nos llegan a los occidentales desde todos los medios de comunicación, desde la cultura, desde la enseñanza y, en fin, desde todas partes es exactamente el opuesto. O, por ir a la nuez, el mismo que tres de cada cuatro ‘católicos’ en Estados Unidos -y estoy seguro de que la proporción es ‘exportable’ grosso modo- ha comprado y asumido.