Ante la confusión generada por algunos medios de comunicación ante la decisión anunciada hoy por el Papa respecto de la confesión del pecado de aborto, proceden algunas aclaraciones.
La decisión, anunciada hoy por el Papa, de otorgar a cualquier sacerdote la potestad para absolver el pecado de aborto, procurando así una mayor facilidad en el acceso a la confesión para quien acude a ésta arrepentido, es sin duda una manera de ayudar a las personas que han cometido tan execrable crimen y quieren gozar del perdón de Dios.
No hay que olvidar que el Código de Derecho Canónico establece en su canon 1398 una excomunión «latae sententiae», esto es, automática, para quien «procura el aborto, si este se produce», y ese canon sigue hoy plenamente vigente. Sin embargo, en adelante, cualquier sacerdote podrá proceder a la remisión de la pena canónica aparejada al crimen del aborto.
Esto no significa, como algunos analistas han querido leer, que se «abarate» el pecado de aborto, o que éste pierda gravedad, sino que se facilita su perdón «a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre».
En cualquier caso, y como siempre, basta con leer íntegramente la reflexión que hace el Papa en su carta para comprender que actúa de mala fe quien pretende deducir de ésta que Francisco resta gravedad al crimen del aborto, ya lo hagan para atacar al Papa o para vender una supuesta «modernización» de la moral de la Iglesia:
Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.