El Papa León XIV ha aprobado el nombramiento del obispo Joseph Lin Yuntuan, hasta ahora miembro de la Iglesia clandestina en China, como auxiliar de la diócesis (o archidiócesis) de Fuzhou. Se trata de un gesto significativo en el contexto de las tensas relaciones entre la Santa Sede y el régimen comunista chino, y podría marcar el inicio de un nuevo enfoque por parte del nuevo pontífice respecto al controvertido acuerdo China-Vaticano.
Un obispo del “subsuelo” reconocido oficialmente
Joseph Lin Yuntuan, de 73 años, fue consagrado obispo en secreto en 2017, sin el beneplácito de las autoridades comunistas, y ha ejercido su ministerio durante años en la clandestinidad. Su nombramiento como auxiliar de Fuzhou, anunciado oficialmente por la Santa Sede este 11 de junio, fue también reconocido por el régimen, lo que constituye un hecho inusual y potencialmente relevante.
El comunicado de la Oficina de Prensa de la Santa Sede destacó que se trata de “un nuevo fruto del diálogo entre la Santa Sede y las autoridades chinas” y lo calificó como “un paso importante en el camino de comunión de la diócesis”. Por su parte, el nuevo obispo auxiliar prestó el tradicional juramento exigido por la Asociación Patriótica: promesa de fidelidad a la Constitución, defensa de la unidad nacional y compromiso con la «sinización» del catolicismo.
Entre Roma y Pekín: ambigüedades y tensiones
Pese al aparente éxito diplomático, el comunicado vaticano evitó cuidadosamente calificar a Fuzhou como “archidiócesis”, título que sí le corresponde según la organización eclesiástica romana desde 1946, pero que Pekín no reconoce. Este detalle pone en evidencia los límites y contradicciones del entendimiento vigente con el régimen comunista, que se niega a aceptar estructuras eclesiales supradiocesanas como las provincias eclesiásticas.
Además, aunque la Santa Sede ha insistido en que el nombramiento es un signo de comunión, las autoridades chinas publicaron una nota sin mencionar al Papa ni a Roma, limitándose a presentar la decisión como un acto interno de la Iglesia “independiente” promovida por el Partido.
La propia fórmula utilizada por el obispo Lin al asumir su cargo ha generado inquietud: su juramento de fidelidad al Partido y al principio de “autonomía” eclesial encarna el conflicto que viven muchos católicos chinos entre la obediencia a Roma y las exigencias del poder comunista.
Un caso con resonancias geopolíticas
La diócesis de Fuzhou, situada en la costa frente a Taiwán, reviste una importancia geoestratégica adicional. El arzobispo titular, Joseph Cai Bingrui, ha señalado recientemente el deseo de mantener el diálogo con la Iglesia taiwanesa. La zona ha sido históricamente receptora de misiones católicas y es sede de numerosos mártires.
El nombramiento de Lin Yuntuan podría, por tanto, servir como gesto de distensión hacia Pekín, pero también como banco de prueba para verificar si el régimen está dispuesto a reconocer a los obispos fieles a Roma. No obstante, persiste la duda de si el nuevo auxiliar podrá ejercer efectivamente su ministerio o si se trata, más bien, de un nombramiento simbólico, sin garantías de libertad pastoral.
¿Un cambio de rumbo bajo León XIV?
Este es el primer movimiento relevante del nuevo Papa en relación con China. Durante el pontificado de Francisco, el acuerdo secreto firmado en 2018 y renovado en 2022 fue objeto de duras críticas por su opacidad y por los repetidos atropellos del régimen a la Iglesia clandestina.
León XIV, en una reciente alocución, pidió que los católicos chinos vivan “en comunión con la Iglesia universal”, lo que algunos interpretaron como una velada crítica al proceso de sinización. Sin embargo, LifeSiteNews y AsiaNews consideran que el nuevo nombramiento muestra continuidad con el enfoque del pontificado anterior.
Organizaciones humanitarias y voces como la del cardenal Dominik Duka han instado al nuevo Papa a revisar el acuerdo con China, advirtiendo que una diplomacia desequilibrada con el régimen puede acabar perjudicando gravemente a la Iglesia.
El tiempo dirá si el gesto hacia Lin Yuntuan representa el inicio de una política más firme y clara hacia China, o si se perpetúa la lógica ambigua de conciliación diplomática sin contrapartidas reales. El drama de la Iglesia perseguida en China sigue siendo una herida abierta para el catolicismo universal.