Overbeck y la renuncia a la misión: cuando el obispo prefiere la tibieza al Evangelio

Overbeck y la renuncia a la misión: cuando el obispo prefiere la tibieza al Evangelio

En una reciente carta pastoral, el obispo Franz-Josef Overbeck de Essen ha hecho unas declaraciones que dejan en evidencia la deriva de ciertos sectores de la jerarquía eclesial. «No podemos misionar al mundo entero», asegura Overbeck, abogando por una «serenidad y calma» ante la modernidad y las diferentes realidades sociales que, según él, no están abiertas a la fe cristiana.

Estas palabras no solo muestran una falta de confianza en el Evangelio, sino que parecen un manifiesto de resignación. ¿Qué significa «no podemos misionar al mundo entero»? ¿No era precisamente eso lo que Cristo ordenó a sus discípulos antes de ascender al cielo? «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15).

Overbeck, sin embargo, parece haber encontrado una interpretación más cómoda de las palabras del Señor, una que exime a los obispos y fieles de cualquier esfuerzo misionero real.

Serenidad o rendición

El obispo llama a enfrentarse a la pluralidad con serenidad, pero sus declaraciones no transmiten paz, sino rendición. Decir que «los católicos no tienen que ganar a todo el mundo para la fe» no es solo una obviedad, es una excusa para justificar la inacción.

La misión de la Iglesia nunca ha consistido en imponer, pero siempre ha sido proponer. Lo que Overbeck sugiere, en cambio, es simplemente quedarse de brazos cruzados mientras el mundo sigue su curso.

Además, el obispo añade que «los católicos pueden vivir bien en el mundo actual sin misionar a todos», como si el cristianismo fuera una opción privada más entre muchas otras, irrelevante para la salvación de las almas. Este planteamiento no solo traiciona el mandato de Cristo, sino que revela una profunda desconexión con la esencia misma de la Iglesia: ser luz del mundo y sal de la tierra.

El daño de la tibieza

No estamos ante una simple opinión pastoral; estas palabras de Overbeck reflejan una enfermedad más profunda que afecta a buena parte de la Iglesia en Europa: el derrotismo disfrazado de «realismo». La falta de celo misionero, la incapacidad de hablar de Cristo con convicción y la constante búsqueda de aprobación del mundo han llevado a muchos pastores a traicionar su vocación.

No es casualidad que en diócesis como la de Essen las iglesias estén vacías, las vocaciones se extingan y la fe católica se diluya en una espiritualidad light que no interpela ni transforma. Si los pastores no creen en la misión, ¿cómo se espera que lo hagan los fieles?

Un Evangelio sin cruz ni misión

Overbeck concluye sus declaraciones con una sentencia que bien podría ser el epitafio de la misión en su diócesis: «El mundo es demasiado diverso como para que una religión única pueda abrazarlo todo». Con esta frase, el obispo no solo ignora el carácter universal de la Iglesia, sino que parece renunciar a la verdad de que solo en Cristo está la salvación.

La Iglesia no necesita pastores que busquen la calma y la serenidad a costa de la verdad. Necesita pastores que, como los apóstoles, estén dispuestos a arriesgarlo todo por anunciar a Cristo, incluso en un mundo que no quiere escuchar.

Overbeck, en su afán de ser aceptado por la modernidad, ha olvidado que la verdadera serenidad no está en la complacencia, sino en la fidelidad a la misión que Cristo nos encomendó. La Iglesia no puede permitirse más obispos que se resignen al espíritu del tiempo. Lo que necesitamos son pastores que, como san Pablo, proclamen sin miedo: «¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9,16).

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