Un lunes cualquiera, en la sala de reuniones de la CEE, los obispos se reunieron en torno a una mesa cargada de café y croissants. La situación era crítica: la clase de Religión estaba perdiendo alumnos, y las estadísticas pintaban un futuro aún más sombrío.
Los rostros reflejaban preocupación, pero también una determinación inquebrantable de no alterar demasiado las cosas.
El secretario general rompió el hielo:
—Excelencias, nos enfrentamos a una crisis. Cada alumno español recibe 15.000 horas de educación obligatoria impregnada de un laicismo agresivo, sin una sola mención a Cristo. Y cuando llegan a la Universidad… bueno, ahí ya es tierra de nadie.
Hubo un murmullo de aprobación, seguido de un incómodo silencio. Finalmente, un joven obispo levantó la mano:
—¿Y si utilizamos la clase de Religión para enseñarles teología básica? Podríamos explicarles las cartas de San Pablo, la Cristología o incluso… —tragó saliva— ¡la doctrina social de la Iglesia!
El cardenal más veterano lo fulminó con la mirada.
—No podemos ser tan radicales. Hay que recordar que estamos en el siglo XXI. Además, no queremos incomodar a los padres ni a los alumnos.
Otro obispo propuso:
—Podríamos organizar actividades más atractivas. Quizás talleres de dibujo, algo sobre la paz mundial. A los niños les encanta colorear.
El secretario general asintió con entusiasmo.
—¡Eso es! Nada une más que un mural colectivo. Podemos pedirles que dibujen una paloma con un arcoíris y escriban «Paz» en 27 idiomas.
La sala estalló en aplausos. Alguien sugirió incluir dinámicas grupales para reforzar el compañerismo, como cantar «Imagine» de John Lennon, pero la propuesta fue descartada por ser «demasiado obvia».
—¿Y el contenido cristiano? —insistió tímidamente el joven obispo.
El cardenal suspiró con resignación.
—Eso está implícito en el amor fraternal. No hace falta explicitarlo, podríamos alienar a los agnósticos.
Cuando la reunión terminó, todos se levantaron satisfechos. Habían diseñado un plan «perfectamente equilibrado», que no ofendería a nadie, pero tampoco enseñaría nada que pudiese cambiar vidas.
Al despedirse, el cardenal veterano comentó al secretario general:
—Hemos hecho un buen trabajo. Con suerte, el próximo año seguiremos perdiendo alumnos, pero más despacio.
Y así, con un mural y mucha buena intención, la CEE enfrentaba la batalla de la clase de Religión. Mientras tanto, los alumnos seguían preguntándose qué tenía que ver todo aquello con Cristo.