Ponte a tono con los tiempos

Ponte a tono con los tiempos

(Anthony Esolen en Crisis Magazine) –

El papa Francisco ha llamado al tradicionalismo la fe muerta de los vivos. Es algo fácil de criticar. Se puede hacer asumiendo que todos los que aman la tradición son unos patanes, estirados y tercos, que dicen que hay que seguir haciendo las cosas así porque siempre las hemos hecho así. O se puede suponer que el tradicionalista mira el pasado como lo hace el Miniver Cheevy de Robinson, convirtiéndolo en un cuento de hadas, una escapada de la dureza de su tiempo, mientras ignora la suciedad y la maldad de antaño. Francisco cree que los tradicionalistas son como los unos o los otros.

Miniver maldecía lo convencional

y consideraba el traje caqui basura.

Añoraba la gracia medieval

de la férrea armadura.

(de Miniver Cheevy por Edwin Arlington Robinson)

Debería ser obvio que en cualquier grupo grande de personas unidas por un interés común y poderoso, habrá algunas que estén motivadas más por el odio a la oposición que por un amor compartido. Tertuliano, quizás, llegó a odiar a la Roma pagana más de lo que amaba a Cristo. Muchas feministas han odiado a los hombres casi tanto como a otras mujeres, especialmente a aquellas mujeres felices que se contentan con estar en el corazón de sus hogares, moldeando los modales de sus hijos. No asisto a la misa en latín, pero supongo que hay algunos que odian el Novus Ordo más de lo que aman el antiguo rito, o, más concretamente, que odian a las personas que impulsan el Novus Ordo más de lo que aman a sus compañeros en los bancos de la iglesia.

Pero eso es un arma de doble filo. Porque el papa no se ha molestado en llamar a los fieles que aman el antiguo rito, para hablar con ellos, para escucharlos, como pide que se haga siempre cuando se trata de personas que no tienen fe, o que defienden leyes contrarias a la moral común, por no hablar de los valores morales católicos. Ha dedicado menos tiempo a describir la belleza del Novus Ordo, o incluso a criticar el antiguo rito en términos concretos, que a menospreciar a esa pequeña parte de los fieles que no aceptan su desprecio.

Uno se pregunta por qué. ¿Es un antagonismo personal? Una vez más, si se quiere iniciar una pelea con cualquier grupo de personas, siempre se encontrará a algunos que se lo están buscando. ¿O es que no le gusta lo que creen o, más exactamente, lo que supone que creen? No lo sé. Tal vez él no haya reflexionado mucho sobre ello.

Sin embargo, si volvemos a las dos caricaturas, vemos que apenas se aplican a los asistentes al antiguo rito. Pero sí se aplican -no universalmente, por supuesto, pero en un grado desconcertante- a la corriente principal del culto católico que he visto en los países de habla inglesa. Para la persona típica que asiste al antiguo rito, este no es en absoluto antiguo sino nuevo; no ha crecido con él; no surge de nada más en su entorno; no es algo anquilosado sino una semilla de revolución y renovación, de recuperación y renacimiento.

No hay más que ver la gente que acude a una misa así, familias numerosas, y de ninguna manera todos médicos y abogados, o todos de una misma raza o barrio. Los feligreses vendrán desde muy lejos para una misa así, sacrificando mucho para hacerlo y ganando diez y treinta veces más por lo que dan.

Pero supongamos que voy a una parroquia del Novus Ordo y critico la música con la mayor delicadeza posible. Señalo que la mayoría de las canciones escritas desde 1970 son musicalmente incoherentes y descuidadas, y muestro los intervalos extraños, las extrañas uniones en el tempo, que hacen que la melodía, si la hay, sea apropiada para un solista pero nunca para una congregación. Muestro que la letra no tiene sentido como poesía. Considero la teología, y muestro por qué esto es herético y por qué es demasiado sentimental para llegar a ser herejía.

Repaso el himnario y señalo lo mal que cubre el amplio abanico de la vida cristiana: pocos himnos de penitencia; ninguno que arengue al soldado cristiano; ninguno que mire con honesto temor, mezclado con esperanza, cuando se acerca la muerte; ninguno que conmemore alguna de las docenas de momentos de las Escrituras que solían inspirar al poeta y al compositor cristianos. Por fin, les muestro la belleza de «The King of Love My Shepherd Is», «There is a Land of Pure Delight», «O Wondrous Type», «My Spirit Longs for Thee», «Pleasant Are Thy Courts Above», «He Who Would Valiant Be», y muchos más.

¿Qué oiré? Alguna versión de lo que el papa Francisco dice que dicen los tradicionalistas. «Siempre hemos cantado esta música, y eso es lo que nos gusta», es decir, eso es lo que les gusta a las cuatro o cinco simpáticas ancianas del coro, o eso es lo que le gusta al director musical del piano-bar, «y ya está». Porque el Novus Ordo ya tiene canas y pasa los inviernos en Florida, con gafas de sol y bastón.

¿Y qué hay de la idea de que las cosas eran mejores cuando aún no existía el Novus Ordo, las iglesias estaban llenas y había muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa? ¿Qué hay del católico Miniver?

Por supuesto, los números están todos en el lado tradicionalista. Si alguien señalase que la proporción numérica no lo es todo, estaría en gran medida de acuerdo, aunque entonces no sabría en qué apoyarme que no sea ese colapso numérico. En el mejor de los casos, es difícil decir que los católicos que quedan son más cultos en la fe de lo que eran mis padres y sus compañeros, más responsables en su comportamiento, más comprometidos con sus matrimonios y otros votos sagrados, más constantes, más orantes, más fieles a los sacramentos, y más influyentes en la cultura en general, o lo que queda de ella.

¿Qué pasa si algunos de los que asisten al antiguo rito pintan a la Iglesia preconciliar con colores más bonitos de lo que se justifica? Eso se puede excusar por dos motivos. En primer lugar, es piadoso creer mejor sobre tus antepasados, no peor. Pero en segundo lugar, una cultura verdaderamente viva siempre vuelve a sus fuentes, a sus manantiales, para renovarse, por la sencilla razón de que la gente olvida las cosas, adquiere malos hábitos durante un tiempo, o pierde algunos hábitos antiguos pero buenos. Entonces deben buscar en los tesoros del pasado para recuperarlos, no como anticuarios, sino como personas realmente interesadas en devolver la vida a un campo que ha quedado en barbecho o al que las zarzas han ahogado.

No hablo solo de la Iglesia. Los renacimientos literarios, artísticos, musicales, nunca son cuestiones de invención ab ovo: Dante se remontó a Virgilio; Tasso se remontó a Dante; los románticos ingleses se remontaron a Dante y Tasso, y a Spenser y Milton; T.S. Eliot, por muy modernista que fuera, se remontó en la historia de la literatura tanto como es posible, hasta las Escrituras y el Rig Veda.

Los que asisten al antiguo rito son, según he comprobado, más parecidos a esas voces de renovación, que vuelven a las fuentes, que a lo que el papa Francisco o aquellos que desprecian el antiguo rito imaginan que son. Es más probable que sepan cosas sobre la variedad de ritos que se practican actualmente en la Iglesia. Es más probable que conozcan una amplia gama de oraciones y cantos e incluso himnos.

Ponga a un monaguillo de trece años a competir con el cardenal Gregory y apuesto a que el cardenal se quedará sin oraciones que decir antes que el chico, y no porque este se las haya metido en la cabeza, sino porque las ha dicho a menudo y ha llegado a amarlas.

Vamos, amigos. Los años 70 se han acabado, y que les vaya bien. Poneos a tono con los tiempos. Y con la eternidad.

Publicado por Anthony Esolen en Crisis Magazine

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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