Entre los impulsores de la innovación litúrgica, el dominico francés André Gouzes se convirtió en una especie de “papa musical”. Compositor de más de 1.700 canciones, entre ellas destaca la «Liturgia coral del Pueblo de Dios», un corpus litúrgico de más de 3.000 páginas.
Retirado debido al avanzado proceso de su enfermedad de Alzheimer, el pasado 6 de mayo de 2022, André Gouzes fue imputado en un caso de violación de un menor que se remonta a finales de los años 2000. El sacerdote presuntamente obligó a un niño de entre 4 y 6 años a practicarle sexo oral. De resultas de esta denuncia, el mecanismo cancelador se ha abatido sobre la obra musical de Gouzes.
«¿Podemos seguir cantando a André Gouzes en misa?», se pregunta el semanario católico francés Le Pèlerin.
La realidad se ha adelantado a la pregunta: la procesión del rosario en Lourdes ha excluido ya sus cantos y el centro litúrgico de los dominicos en Polonia «recomienda encarecidamente abstenerse de interpretar la música del autor acusado hasta que exista una sentencia judicial».
De este modo, la tan alabada música de Gouzes es, de repente, condenada. Por razones que no tienen nada que ver con la música o la liturgia.
Un fenómeno que el periodista Yves Daoudal recuerda que no es la primera vez que ocurre. En concreto se ha producido ya en Francia en relación a la obra del padre Louis Ribes.
Este sacerdote, que presuntamente abusó de niños en los años 70 y 80 (un mínimo de 49 víctimas entre 1957 y 1990), fue autor de varios cuadros y vidrieras que le valieron el sobrenombre de «Picasso de las iglesias». En la actualidad, tras la constatación de la veracidad de los abusos, sus vidrieras ya han sido desmontadas de diversas iglesias, con independencia del valor artístico de las mismas.