Vox, la zorra y las uvas

Vox, la zorra y las uvas

Es curioso lo que pasa en torno a Vox, muy especialmente entre ciertos ‘cristianos preocupados’. Me refiero a los ‘activos en política’, que se han pasado décadas denostando con sus jeremiadas la sistemática y minuciosa destrucción de toda herencia humanista cristiana en España y la vesania con la que se atacan la vida y la familia desde las instituciones públicas, y ahora se deshacen en mohínes de repugnancia y visajes maricomplejines cuando un partido que pretende frenar esa deriva tiene probabilidades de gobernar. Uno tiene la impresión de que la queja les parece más divertida que la opción de ponerse manos a la obra con lo que creen.

Les pone tan extrañamente nerviosos, les provoca tales reacciones que uno esperaría que reservaran para los enemigos de todo aquello en lo que creen, que se diría que la aparición del partido verde ha tocado un nervio, y particularmente doloroso.

Ya hablamos en estas páginas del caso del Arzobispo de Granada y su modo de sacar los pies del plato en una diatriba contra Vox que, en el mejor de los casos, no venía mucho a cuento y, en el peor, desplegaba por arrobas eso que tanto denuncia Su Santidad: clericalismo.

Pero este no es el lugar para responder a la críticas vertidas contra Vox, algo que, por otra parte, sería como cribar las arenas del Sahara: una tarea imposible, agotadora y, en última instancia, inútil. Esas críticas suelen ser los ladridos con que el refrán asegura que se saluda al que cabalga.

Pero hay que hacer excepciones, sobre todo cuando son especialmente deshonestas y cuando dirigen sus dardos al mismo hombre de paja con el que se ensañó el obispo. Me refiero a quienes aseguran, por una parte, que Vox se presenta como un partido confesional y, por otra, aseguran con una seguridad pontificia que un cristiano no puede votar a Vox.

Ha aparecido en el diario El Mundo una tribuna que, a falta de un hombre de paja, ha creado tres muñecos y los ha llamado Vox para así alancearlo con más facilidad. La suprema deshonestidad, la vileza suma, está en la firma pero, como en los buenos relatos de género policiaco, dejamos eso para el final.

Se titula ‘¿Votar a Vox?’, con esos retóricos signos de interrogación que soslayan el coraje de transmitir el verdadero mensaje, que sería: ‘No votéis a Vox’. Y el primer muñeco que fabrica con la etiqueta del partido es ese del que hablábamos al principio, de partido, al menos, pseudoconfesional. Dice así: “Me parece, y lo he visto en muchas conversaciones, que hay personas de Iglesia en las que coinciden tres actitudes: su aversión al Papa Francisco; su entusiasmo por La opción benedictina, de Rod Dreher, y su esperanza en Vox. Cada una de las tres inspiraciones, por separado, podrían incluso llegar a entenderse, pero las tres juntas forman un conglomerado contradictorio que, en mi opinión, resulta indigerible para alguien de fe”.

No sé qué me parece más falso, si el batiburrillo que sugiere, que clasifique de “conglomerado contradictorio” esa combinación o que algo de ello le parezca “indigerible para alguien de fe”, aunque eso de negar la cualidad de cristiano en los demás se está convirtiendo en una epidemia.

El autor parece ser de los católicos que creen que sentir simpatía por el Papa reinante es casi una nota de catolicidad o, en todo caso, una virtud. Hubiera dado la mitad de mi fortuna viéndoles hacer equilibrismos intelectuales en determinados pontificados, no pocos.

Veamos: si esa ‘aversión’ se refiere a las opiniones de Francisco que no entran en su misión de confirmar en la fe y guardar el depósito de la fe, no entiendo cómo puede considerarla ‘contradictoria’, no ya con la esperanza en Vox, sino con una postura conservadora de lo más moderada. ¿Por qué no? Si alguien se define indirectamente de izquierdas, como ha hecho Francisco, ¿debe un católico conservador simpatizar con esa postura? ¿Puede llegar tan lejos la papolatría descerebrada como para vitorear una postura y, a continuación, llegado otro pontífice al Solio de Pedro, denostarla con igual entusiasmo? Esa es la descripción de una secta, no de la Iglesia universal. Aquí, en lo opinable, cada cual piensa por su cuenta, y al Papa hay que obedecerle, pero no tiene que gustarte en absoluto. Yendo más lejos, me apuesto los ingresos de un mes a que el propio autor de la tribuna, que se define como conservador, tendrá opiniones políticas que se den de bofetadas con algunas desplegadas por el Santo Padre.

Y no, Vox no es un partido católico, ni pretende ser un partido católico, ni se anuncia como partido católico. Por lo demás, sería inútil, porque España ya tiene un partido confesional, al menos al modo de entenderlo nuestra jerarquía eclesial, que ha unido su suerte a la del Partido Popular desde hace tiempo, haciéndole las veces de portavoz oficioso del partido en sus medios de comunicación, por mucho que los ‘peperos’ se pasen por el forro los famosos principios irrenunciables enunciados por Benedicto XVI como orientación del voto católico. El Partido Popular no puede aprobar medida no ya anticristiana, sino contraria al más elemental derecho natural, que baste para que nuestros obispos le nieguen sus favores mediáticos, lo que nos hace pensar que quizá la salvación de las almas no sea para ellos tan prioritario como conservar ciertas cuotas de poder.

Y Vox une para nuestro autor a su condición de partido confesional la de serlo falazmente, porque “demuestran muy a las claras que se tiene puesta la esperanza en la moral y no en la fe; porque no se vive de una presencia sobrenatural, sino de la ley; porque se profesa una religión política basada en la salvación política”. Afortunadamente, ¿no? ¿O no es este párrafo, por usar sus palabras, “un conglomerado contradictorio”? ¿Cómo va Vox, un mero partido político, a poner “su esperanza” en la “fe”? Los partidos no están para eso, ni deben intentarlo. En eso habíamos quedado, ¿no? No es que Vox profese “una religión política”, una “salvación política”; es que pretende modestamente dar una solución política a problemas políticos.

El segundo muñeco es el de un partido al que no pueda votar ningún católico, para lo cual tiene que inventarlo. Leo: “Vox […] profesa un nacionalismo que, como tal, y por muy español que sea, resulta abiertamente incompatible con la fe. Seamos claros en esto: el nacionalismo de Vox es anticatólico, y limítrofe con las ‘religiones políticas’ que provocaron los desastres en el siglo XX”. Droga dura aquí.

Veamos, si el nacionalismo que profesa Vox es “abiertamente” incompatible con la fe, quizá el autor debiera tener la amabilidad de mostrarnos cómo. No sé, hacer alguna referencia al catecismo, a un punto de doctrina indisputada… En fin, que doctores tiene la Iglesia, por un tubo, y no debería costarle señalarnos la “abierta” incompatibilidad.

Naturalmente, no puede, y eso por la sencillísima razón de que el patriotismo no es algo que nuestra fe meramente tolere, sino que manda, encuadrándolo en el Cuarto Mandamiento, y que si las invocaciones patrióticas de Vox hoy nos llaman la atención no es porque supongan alguna novedad asombrosa, sino porque vivimos en una situación anómala y excepcional en la que el común amor a la patria se ha convertido en tabú.

Calificar el soberanismo de Vox de “religión política” y marcarse un Godwin, como ya hiciera Martínez, estableciendo la monótona comparación con los nacionalismos de entreguerras es pura y simplemente una barata calumnia, y eso sí es gravemente inmoral en cualquier código ético. Nada en los pronunciamientos patrióticos de Vox lo distingue del que podía desplegar, por poner un ejemplo poco sospechoso de filofascismo, el general Charles de Gaulle, sin que nadie lo encontrara raro o peligroso en absoluto y sin provocar el anatema de Roma.

Pasa luego al asunto de la inmigración, de la que dice: “¿Acaso ese es un problema real ahora mismo en España? En Bélgica, Austria, Francia y otros países vecinos puede serlo, ¿pero aquí? ¿Ahora?”. Si lo es o no, tendrá el autor la bondad (cristiana) de admitir que es opinable. Pero lo divertido es el planteamiento: en los otros países se ha convertido en un problema, así que dejemos que primero se convierta en un problema de iguales magnitudes y ya, si eso, reaccionamos. ¿Les parece que tiene algún sentido?

Pero quizá el más carcajeante, aunque paradójicamente aburridísimo, es el tercer muñeco: el de Vox como partido ‘populista’ en las formas y la oportunidad. Esa parte llega hasta el final, y aunque no tengo duda de que mucho de lo que dice puede aplicarse a Vox, en realidad está describiendo la práctica de todos los partidos que he conocido jamás, en España y fuera de ella. Veamos: “Vox no me parece una opción razonable porque manipula de manera evidente un núcleo psicológico muy típico de la sociedad de masas: la explotación de una emotividad primaria y desinformada”. Los demás partidos, ya se sabe, organizan simposios socráticos para convencer a su electorado con elaborados silogismos y profundos argumentos. Seguro.

Leer lo que viene, si uno soporta el inevitable tedio, es leer lo que valdría para cualquier opción democrática que no nos guste: “Vox se está especializando en la manipulación de las emociones, en explotar el descontento para obtener rédito político”. Porque, claro, los partidos en la oposición deben obtener rédito político -i.e., votos- a partir de lo contenta que está la gente con la situación actual. ¿Este hombre se ha leído? ¿Ha tenido, al menos, la mínima honestidad de sustituir ‘Vox’ por cualquier otro partido, el que más rabia le dé, para ver si soportaba el mismo análisis? Si está a disgusto con el modo en que funciona el sistema, que lo denuncie, pero individualizar en esto a Vox es desternillante. Ya es todo así, hasta el final, frase sobre frase diciendo exactamente lo mismo, interpretando intenciones y achacando lo universal al grupo que quiere demonizar.

Pero lo más deshonesto de todo está en la firma, en esta sencillísima frase: “Antonio Torres es empresario”. ¿Solo? ¿Un empresario que se ha visto impelido por su conciencia a dar la (millonésima) voz de alarma? ¿Nada más? Este Antonio Torres, empresario, ¿no será el Antonio Torres presidente de Avanza, un proyecto político rival directo (in pectore, queremos decir) de Vox, verdad? Porque sería muy, muy vil no reconocerlo. Creo que es un detalle que interesaría al lector, ¿no?

El dato pondría un poco en perspectiva la diatriba de este “empresario católico alarmado” saber que Torres financió y lideró el último proyecto de Benigno Blanco.

Torres lo sabe. Sabe perfectamente que lo honesto es que, en su firma, hubiera aparecido como presidente o ex presidente (estas cosas nacen y mueren tan deprisa que uno ya no sabe) de una opción política que aspiraba, además, a pescar en el mismo estanque. Es más, lo suyo hubiera sido incluirlo en el cuerpo del artículo, eso que los periodistas americanos llaman ‘disclaimer’.

Pero lo evita. Cuidadosamente. Porque si uno tiene ese dato, si uno sabe que encabeza la penúltima escisión de melindrosos democristianos del PP, tendría la clave para entender todo el artículo, que no es otra que la contenida en la fábula de Esopo de la zorra y las uvas. Sí, sí, Antonio: las uvas a las que no alcanzan están verdes.

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