El Gran Escándalo de pederastia clerical, Segunda Parte

El Gran Escándalo de pederastia clerical, Segunda Parte

Como en las secuelas de películas de terror, vuelve la pesadilla quince años después. Porque ni entonces ni ahora se aborda el verdadero problema detrás de los escándalos de pederastia clerical

Recuerdo como si fuera ayer cuando las Puertas del Infierno se abrieron en 2002 sobre la Iglesia y los católicos descubrimos a esos obispos y cardenales que llevaban décadas encubriendo a sacerdotes pederastas.

Lo recuerdo, y recuerdo que, como muchísimos católicos, al principio no quise creerlo. Pensé que era una de tantas infamias como se han vertido contra la Iglesia por sus muchos enemigos, un caso más de ‘persecución por causa de la justicia’. Solo poco a poco, ya con el caso del fundador de los Legionarios de Cristo abierto en canal como un cadáver podrido en los medios de comunicación, la dolorosa verdad se impuso.

Las consecuencias fueron aterradoras. La descristianización iniciada en el postconcilio, que se había ralentizado con la llegada al Papado de Juan Pablo II, adquirió de nuevo un ritmo desolador. Todos los ‘marcadores’ -asistencia a misa, frecuencia de los sacramentos, ordenaciones- cayeron en picado.

La jeraquía acabó pareciendo que reaccionaba, hubo muchos golpes de pecho, nuevas directrices, la ‘Carta de Dallas’ en Estados Unidos, un colectivo ‘Nunca Más’ por parte de nuestros pastores que, como estamos viendo este verano, fue solo ‘Hasta la Próxima’.

Chile, otra vez Estados Unidos, Honduras… Otra vez, y otra vez asuntos que se arrastran desde hace años, que los obispos han tapado, que el Vaticano conocía -siquiera como acusación-, que la prensa católica no ha denunciado…

Otra vez.

¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo no escarmentar la jerarquía eclesiástica después de aquel escándalo y aquella sangría? ¿Cómo pudo volver a ocurrir, no un caso aislado y puntual, sino un escándalo masivo de la misma naturaleza?

La respuesta corta es que no se hizo nada. Es decir, sí, se tomaron ‘medidas’, las justas para que la ‘purga’ clerical no se extendiese demasiado, pero no se entró a fondo en el asunto.

Benedicto lo intentó. Discretamente ‘retiró’ a decenas de obispos, y dio estrictas instrucciones para que no se ordenara a seminaristas con ‘persistentes tendencias homosexuales’.

Pero Benedicto XVI abdicó y, por estudios como los del polaco padre Oko y abundante información personal, no parece que las cosas hayan cambiado mucho en un aspecto esencial.

La Conferencia Episcopal de Estados Unidos ha hecho pública una nota en la que los obispos americanos piden perdón, confiesan su culpa colectiva, se comprometen a enmendarse… Pero sin que pague uno solo de ellos, sin que pague nadie. Por lo demás, es revelador que en la nota se hable de ‘abusos’, pero esté conspicuamente ausente una palabra clave: homosexualidad.

Aunque se hable constantemente de ‘pedofilia’, hay que aclarar que, en la abrumadora mayoría de los casos, no se trata de niños, sino de adolescentes; y casi siempre varones. Y mientras no se reconozca eso, mientras no se encare con decisión el problema de la infiltración homosexual en la jerarquía eclesiástica, no se conseguirá nada.

¿Animar a denunciar? Observen el caso hondureño. Una cincuentena de seminaristas del seminario mayor de Tegucigalpa -más o menos, una cuarta parte- ha dirigido una humilde, respetuosa y devota denuncia pública advirtiendo de la presión que estaba ejerciéndose entre los futuros sacerdotes por parte de profesores y compañeros homosexuales.

¿Y cuál ha sido la respuesta? El Arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Rodríguez Maradiaga, mano derecha de Su Santidad en Latinoamérica y en asuntos relativos a la tan anunciada ‘renovación’ eclesial y miembro del exclusivo C9, lejos de animarles a que denuncien públicamente o de abrir una investigación, les ha acusado de ‘mentirosos’ y de representar la ‘antiIglesia’.

¿Quién va a atreverse a denunciar? ¿Qué puede hacer un pobre seminarista, en el país más atrasado de la América Hispana, frente a un poderoso cardenal que goza de la amistad personal del Papa?

En cuanto al escándalo de la homosexualidad en el clero, lejos de convertirse en una prioridad, parece ir a contrapelo de lo que se percibe hoy en la Iglesia. Que el orador estrella del Encuentro Mundial de las Familias que ahora se inaugura en Dublín sea el jesuita padre James Martin, autodenominado ‘apostol’ de los LGBTI, no parece indicar que vaya a haber un cambio en la progresiva ‘LGBTIización’ del clero.

En medio de la tormenta, el Papa ha aprovechado para cambiar el Catecismo de la Iglesia Católica, contradiciendo la doctrina anterior sobre la pena de muerte, que califica ahora de ‘inadmisible’ en cualquier caso. Sí, es el Papa: exactamente como eran Papas los que juzgaron lícita esa medida.

Y la sensación, cuando las prioridades de los fieles parecen estar en otras cuestiones, es la de un político que aprueba una medida polémica para distraer la atención de los escándalos de su gobierno.

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