Desde que estoy en esto de la información religiosa dedico una parte importante de mi esfuerzo dialectico a defenderme de fuego amigo, esto es, católicos que me acusan de “hacer daño a la Iglesia” por publicar informaciones completamente ciertas pero que “crean polémica” o que “no hacen ningún bien”.
Pongo un ejemplo, caso totalmente real: El Papa recibe al presidente de Luxemburgo, homosexual declarado, con su “marido”, al que la diplomacia vaticana da tratamiento de consorte. Publicamos la noticia, damos la información, sin hacer ninguna valoración y, ¡bingo! Decenas de comentarios acusando a InfoVaticana de atacar al Papa, de sembrar la duda sobre Francisco, de publicar una noticia que “busca la polémica”, etcétera…
Otro caso real: Católico “bien”, padre de familia con muchos hijos, trabajo de éxito… Me invita a comer para transmitirme sus preocupaciones por mi alma (literal), y me reprocha algo más o menos así:
“Si yo cuando hablo con amigos en privado, sí que compartimos nuestra preocupación por el Papa y por las tonterías que dice, pero lo que no se puede hacer es publicar noticias que hacen daño a la fe”.
O sea, tú y tu grupo de “iniciados”, sí podéis poner al Papa a caer de un burro, en privado y de cañas, pero yo no puedo simplemente disentir de un comportamiento, no ya del Pontífice, sino a veces simplemente de quien lleva la diplomacia vaticana, o del arzobispo de Tegucigalpa.
Me siento engañado: ¿En qué momento, al confesarme católico, acepté formar parte de una secta en la que no se puede opinar (sobre lo opinable), o disentir sobre lo discutible? ¿En qué día decidimos que nos quitábamos la cabeza, además del sombrero, al entrar en el templo?
Pero lo que me resulta más ofensivo de este tipo de comentarios, lo que verdaderamente evidencia que lo que subyace es una especie de halo de superioridad moral y paternalismo insoportable, es lo de que “no es bueno airear estas cosas”, y yo pregunto: ¿Quién te has creído que eres para decidir lo que la gente tiene derecho a saber?