León a los políticos: Ley Natural y Tomás Moro como modelo

León a los políticos: Ley Natural y Tomás Moro como modelo

Discurso del Papa León XIV a los parlamentarios con motivo del Jubileo de los Gobernantes

Ciudad del Vaticano, 21 de junio de 2025

Esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Papa León XIV recibió en audiencia a los parlamentarios participantes en el Encuentro de la Unión Interparlamentaria Internacional, en el marco del Jubileo de los Gobernantes y Administradores. A continuación, reproducimos íntegramente el discurso dirigido por el Santo Padre:

Discurso del Santo Padre

Señora Presidenta del Consejo y Señor Presidente de la Cámara de los Diputados de la República Italiana,
Señora Presidenta y Señor Secretario General de la Unión Interparlamentaria,
Representantes de las Instituciones Académicas y Líderes Religiosos,

Con gusto os doy la bienvenida con ocasión del Encuentro de la Unión Interparlamentaria Internacional, en el Jubileo de los Gobernantes y Administradores. Saludo a los miembros de las Delegaciones de nada menos que sesenta y ocho países. Entre ellos, un recuerdo particular va para los Presidentes de las respectivas Instituciones parlamentarias.

La acción política ha sido definida por Pío XI, con razón, como «la forma más alta de caridad» (Pío XI, Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana, 18 diciembre 1927). En efecto, si se considera el servicio que presta a favor de la sociedad y del bien común, la política se presenta realmente como una obra de ese amor cristiano que no es nunca teoría, sino signo y testimonio concreto de la acción de Dios en favor del hombre (cf. Francisco, Enc. Fratelli tutti, 176-192).

Quiero, por tanto, compartir con vosotros tres reflexiones que considero importantes en el actual contexto cultural.

1. El bien común y la justicia social

La primera se refiere a la tarea que se os confía: promover y tutelar, más allá de cualquier interés particular, el bien de la comunidad, el bien común, especialmente en defensa de los más débiles y marginados. Por ejemplo, se trata de esforzarse para que se supere la inaceptable desproporción entre una riqueza concentrada en unos pocos y una pobreza desmesuradamente extendida (cf. León XIII, Enc. Rerum novarum, 15 mayo 1891, 1).

Quienes viven en condiciones extremas claman para hacerse oír y a menudo no encuentran oídos dispuestos a escucharlos. Este desequilibrio genera situaciones de injusticia permanente, que fácilmente desembocan en violencia y, tarde o temprano, en el drama de la guerra.

Una buena acción política, en cambio, al favorecer una distribución equitativa de los recursos, puede prestar un eficaz servicio a la armonía y a la paz, tanto a nivel social como internacional.

2. Libertad religiosa y ley natural

La segunda reflexión se refiere a la libertad religiosa y al diálogo interreligioso. También en este ámbito, cada vez más actual, la acción política puede hacer mucho, promoviendo condiciones que garanticen una efectiva libertad religiosa y permitan un encuentro respetuoso y constructivo entre las diferentes comunidades religiosas.

Creer en Dios, con los valores positivos que ello conlleva, es para la vida de las personas y de las comunidades una fuente inmensa de bien y de verdad.

San Agustín hablaba de un paso del hombre desde el amor sui —el amor egoísta y destructivo hacia uno mismo— al amor Dei —el amor gratuito que tiene su raíz en Dios y lleva al don de sí mismo—, como fundamento en la construcción de la civitas Dei, es decir, de una sociedad donde la ley fundamental sea la caridad (cf. De civitate Dei, XIV, 28).

Para tener un punto de referencia unitario en la acción política, en lugar de excluir a priori lo trascendente, es útil buscar en él lo que une a todos. Un punto imprescindible de referencia es la ley natural, no escrita por mano humana, pero reconocida como universalmente válida en todo tiempo, que encuentra en la naturaleza misma su expresión más plausible.

Ya en la antigüedad, Cicerón la describía en su De re publica como:

«La ley natural es la recta razón conforme a la naturaleza, universal, constante y eterna, que con sus órdenes invita al deber y con sus prohibiciones aparta del mal […]. A esta ley no se le puede modificar, ni sustraer parte alguna, ni abolir del todo; ni mediante el Senado ni el pueblo podemos liberarnos de ella; ni hace falta buscar su comentarista o intérprete. No habrá una ley en Roma y otra en Atenas, una ahora y otra después; sino una sola ley eterna e inmutable regirá a todos los pueblos en todos los tiempos» (De re publica, III, 22).

Esta ley natural, válida por encima de otras convicciones más opinables, constituye la brújula con la que orientarse al legislar, sobre todo en las delicadas cuestiones éticas que hoy se plantean con mayor urgencia que nunca, tocando el núcleo íntimo de la persona.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada el 10 de diciembre de 1948, forma ya parte del patrimonio cultural de la humanidad. Ese texto, aún actual, puede contribuir notablemente a situar a la persona humana —en su integridad inviolable— en el centro de la búsqueda de la verdad y de la restauración de la dignidad herida.

3. Inteligencia artificial y dignidad humana

La tercera reflexión se centra en un desafío actual de enorme alcance: la inteligencia artificial. Este desarrollo puede ser útil a la sociedad, siempre que su uso no vulnere la dignidad ni la identidad de la persona humana ni sus libertades fundamentales.

La inteligencia artificial debe ser un instrumento al servicio del bien del ser humano, no una amenaza o una derrota de su humanidad.

Se requiere atención y una mirada de futuro, que permita proyectar estilos de vida sanos, justos y seguros, especialmente para las nuevas generaciones. La vida personal vale más que cualquier algoritmo, y las relaciones sociales necesitan espacios humanos que ningún sistema mecánico o sin alma puede prever ni sustituir.

Aunque sea capaz de almacenar millones de datos y ofrecer respuestas veloces, la inteligencia artificial tiene una “memoria” estática, incomparable con la memoria del hombre y la mujer, que es creativa, dinámica, generativa, capaz de integrar pasado, presente y futuro en una búsqueda fecunda de sentido (cf. Francisco, Discurso en la sesión del G7 sobre Inteligencia Artificial, 14 junio 2024).

La política no puede ignorar un desafío de esta magnitud. Está interpelada a responder, con responsabilidad y visión, a los ciudadanos que ven en esta nueva cultura digital tanto promesas como riesgos.

Tomás Moro, modelo de integridad

San Juan Pablo II, en el Jubileo del año 2000, propuso a Santo Tomás Moro como patrono e intercesor de los políticos. Fue un hombre fiel a sus deberes civiles y perfecto servidor del Estado precisamente por su fe.

Vivió la política como misión, no como profesión, al servicio del bien y la verdad. «Puso su actividad pública al servicio de la persona, sobre todo la débil y pobre; resolvió controversias con gran sentido de equidad; defendió la familia; promovió la educación integral de los jóvenes» (Carta Apostólica E Sancti Thomae Mori, 31 octubre 2000, 4).

Su valentía al sacrificar su vida por fidelidad a la verdad lo convierte hoy en mártir de la libertad y del primado de la conciencia.

Conclusión

Ilustres señoras y señores, gracias por vuestra visita. Os deseo lo mejor en vuestro compromiso político y pido sobre vosotros y vuestros seres queridos las bendiciones celestiales.

Gracias a todos. Que Dios bendiga vuestro trabajo. Gracias.

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