Cobo, el lápiz menos afilado del precónclave

Grupo de cardenales en la logia vaticana durante los actos del precónclave, con José Cobo entre ellos.

Transcurrido poco más de un mes del Cónclave, un cardenal elector nos ha contado algunas cosas sobre los días que precedieron a la elección de Prevost como León XIV.

Si el cardenal José Cobo soñaba con una intervención memorable durante las congregaciones generales previas al cónclave, puede estar tranquilo: lo consiguió. Pero no como él hubiera querido. Según fuentes presentes en aquellas sesiones decisivas, la intervención del arzobispo de Madrid fue, con diferencia, la peor: vacía en el fondo, torpe en la forma y, por supuesto, en español.

Mientras otros cardenales hacían el esfuerzo de comunicarse en italiano —la lingua franca del colegio cardenalicio y del aparato curial— Cobo se atrincheró en su desconocimiento del idioma. Incapaz de hilar una frase en italiano, quedó al margen de las conversaciones informales, de los matices de los discursos, de los pasillos donde se cuecen los pontificados. No entendía y no le entendían. El aislamiento fue total. Y así se le veía en los paseos y corrillos en los que estuvimos presentes.

Las congregaciones previas al cónclave —esa especie de sínodo sin sinodalidad donde los cardenales, ya sin cámaras, se hablan con franqueza— ofrecieron más nivel del esperado. Algunos sorprendieron para bien. Otros confirmaron temores.

La intervención más ideológica fue, sin duda, la del cardenal Ángel Sixto Rossi, arzobispo de Córdoba (Argentina), aunque demostró nivel, asustó su radicalidad progresista.

El cardenal Burke, por su parte, fue directo, contundente y afilado en su segunda intervención, con una crítica velada pero inequívoca a la política vaticana hacia China. No mencionó a Parolin, pero no hacía falta.

Y nos cuentan sobre Cobo. Un mar de obviedades envueltas en torpeza sintáctica. Ni siquiera logró inquietar, molestar o mover a risa. Su discurso fue simplemente irrelevante. Dejó a muchos preguntándose cómo es posible que el arzobispo de la capital de un país tradicionalmente influyente en la Iglesia romana pudiera estar tan completamente fuera de lugar.

El viaje de la humillación

Una semana después del cónclave, Cobo, junto a sus aliados Omella y Satué, viajó a Roma con la esperanza de salvar la cara, recuperar protagonismo y, al menos, obtener una foto sonriente con el nuevo Papa. Fracasaron en todo. Estuvieron en la audiencia general del miércoles… y ni siquiera lograron saludar a León XIV.

Ni un gesto, ni un apretón de manos, ni una mirada. La indiferencia fue absoluta. Y la incomodidad, palpable.

Además, según hemos podido confirmar, el Papa León XIV, que había sufrido como Prefecto de Obispos el puenteo de la comisión española de nombramientos episcopales, ha liquidado ese sistema de nombramiento de obispos, y está dispuesto a devolver el peso al Nuncio y a la Congregación de Obispos. Lo que entonces sufrió como prefecto, ahora parece estar corrigiéndolo como Papa. Los tiempos cambian, y las cuotas de poder también.

Derrotado en el terreno de las ideas, marginado en el plano lingüístico, humillado en el intento de acercamiento y sin poder para mitrar a sus peones, a Cobo no le ha quedado más remedio que lanzarse a una operación de adulación al nuevo Pontífice. No hay intervención, acto o entrevista en la que no derrame elogios sobre León XIV. No es convicción: es supervivencia.

En cada cónclave hay uno que sobresale por razones equivocadas. En este, nadie duda de quién fue. José Cobo, el lápiz menos afilado del estuche, se ganó el título con méritos propios. El contraste con figuras que, aun sin salir elegidas, dejaron huella —por su lucidez, su claridad doctrinal o su capacidad de hablar sin causar sonrojo— no puede ser más revelador. Y, si algo bueno dejó su bochorno, es que ningún cardenal sensato volverá a proponerlo como papable ni como referente pastoral. A veces, hasta el Espíritu Santo se ayuda de la torpeza humana para evitar males mayores.