Semana Santa 2025

Daniel Fernández obispo Arecibo

No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es tierra sagrada (Ex 3, 5). Cada año, al inicio de la Semana Santa, me gusta recordar estas palabras dirigidas por Dios a Moisés. Desde el Domingo de Ramos comenzamos a vivir unos días especialmente santos que exigen de nuestra parte el mayor respeto y fervor. Para ello es necesario descalzar nuestra alma, es decir, despojarla de todo lo impuro que nos impide acercarnos a Dios. Es necesario ser limpios de corazón para poder verle.

En esta Semana Santa invitaría a que no solo examinemos nuestra conciencia personal sino también nuestra conciencia eclesial para de ese modo acercarnos más a Dios, que nos dejó la Iglesia como instrumento universal de salvación. Una pregunta que todos podemos hacernos es la siguiente: ¿he confesado alguna vez no haber amado lo suficiente a la Iglesia? O también: ¿confieso mis pecados de omisión por no esforzarme en conocer la realidad eclesial y haber hecho la parte que me correspondía como miembro de la Iglesia? Todos, de diversas maneras y en diversos grados, somos responsables de ella. Tomar renovada conciencia de esto debería ser parte de nuestro esfuerzo de conversión.

Al mirar la realidad de la Iglesia con actitud penitencial podemos reconocer con humildad nuestros pecados y denunciar los problemas y desafíos que enfrentamos. Por ejemplo, señalar el daño inmenso que pueden causarle enemigos como la masonería y el llamado lobby gay o las faltas de testimonio auténticamente cristiano. Tanto los laicos como los sacerdotes, y muy especialmente los obispos, debemos atrevernos a hacer nuestras las palabras de San Pablo en 2Cor 4, 2: No nos callamos por falsa vergüenza; no andamos con rodeos ni desvirtuamos la palabra de Dios; manifestando la verdad, merecemos ante Dios que cualquier conciencia humana nos apruebe.

Propongo además que miremos a la Iglesia con los ojos de Jesús cuando al acercarse a la ciudad de Jerusalén, la vio y lloró por ella (Lc 19, 41). Y al mirar las sombras de nuestros pecados en ella tendríamos también que escuchar contritos las palabras del Señor, según la narración de San Mateo en su evangelio: ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Qué matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido! (Mt 23, 37). ¿No podríamos parafrasear diciendo: Iglesia, Iglesia…? Y entonces escuchar lo reproches que el Señor nos haría hoy.

Pidamos, con la esperanza a la que se nos invita en este Año Jubilar, que el reconocimiento de nuestros pecados nos mueva a todos al arrepentimiento. Así se hará realidad de un modo nuevo en cada uno, y en toda la Iglesia, el triunfo pascual de Cristo sobre el demonio, el pecado y la muerte.

Nos anima saber que: Un gran combate comporta una gran gloria, no humana ni temporal, sino divina y eterna (De los sermones de San Agustín). Por eso, la Semana Santa la recorremos con la mirada puesta en la Pascua de Resurrección.

Monseñor Daniel Fernández, obispo emérito de Arecibo (Puerto Rico)

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