(Michel Janva/Le Salon beige)-Gaëtan Poisson, autor de L’homosexualité au risque de la foi – Le témoignage d’un gay qui défend l’Église (La homosexualidad a riesgo de la fe – El testimonio de un gay que defiende a la Iglesia), tras haber elegido la castidad ha sido testigo de la liberación de la hipersexualización impuesta por los LGBT. Ahora reacciona sobre la declaración Fiducia Supplicans:
[…] A la vista de las evoluciones sociales fulgurantes y de la situación cada vez más dolorosa en la que se encuentran la mayoría de los hogares modernos, podría plantearse una nueva cuestión: ¿deben los sacerdotes bendecir siempre, necesariamente, uniones y parejas, sea cual sea su situación vital (pareja de hecho, pareja abierta pero más o menos adicta, pareja heterosexual inmadura, pareja homosexual activa, pareja homosensible, etc.?) Ya puedo oír los gritos de indignación… Pero amigos, ¿no es esencial que cada sacerdote tenga en cuenta la materialidad del proyecto al que aspiran todas estas parejas? ¿Qué valor podría tener una bendición obligatoriamente automática? Se objetará que Fiducia Supplicans exige que los sacerdotes hagan un discernimiento adaptado a cada caso. Sabemos lo que ocurrirá en la práctica.
El nuevo arco iris de las mil y una situaciones maritales, concubinatos y asociaciones más o menos sentimentales, ¿exige que el sacerdote haga de caja registradora? Mi pobre conciencia me dice que no. Por supuesto, la Iglesia no puede, sin renegar de su santo ministerio, excluir de sus dones y protección al menor de nuestros hermanos, sea quien sea. Por otra parte, es curioso exigir, con la impaciencia de un cliente, la prestación de un servicio que necesariamente coincidiría con el estado de nuestra relación de pareja…
«Bendíganos, Padre, porque es la ley». La exigencia moral está ahora firmemente anclada del lado de los tortolitos de todo plumaje, y ya no del lado del sacerdote, que se encuentra ahora aplastado entre dos instancias superiores: la exigencia común, última versión de la common decency… y la vigilancia de la Iglesia institucional, cuya misión es precisamente regular lo que debe regularse en materia de sentimientos religiosos.
Era de temer, y por supuesto ha sucedido muy rápidamente: en cuanto se hizo pública la nota del Vaticano, las asociaciones militantes salieron a la palestra para expresar su amargura en un tono de medias tintas: es cierto que este anuncio representa un cierto paso adelante, pero la doctrina sobre los homosexuales sigue estancada:
«Aunque este cambio es bienvenido, no tranquilizará a los católicos, a quienes se les recuerda constantemente su estado de pecado» (Tribuna colectiva, Le Monde, 28 de diciembre de 2023).
Se mire por donde se mire, parece que Fiducia Supplicans plantea interrogantes: la ayuda real que ofrece en favor de la consideración de la persona homosexual se ve inmediatamente cortada por la reacción polémica que genera: la decisión huele a agenda, a hueso que roer, a jesuitismo y a torpe arbitraje. Mientras que la bendición se ofrece indiscutiblemente a cualquier persona, hetero u homosensible, abrir la posibilidad de una bendición a las parejas «irregulares», precisamente para ayudarles a superar sus insuficiencias morales, sería una contradicción extrema: casi se puede ver, siguiendo la filosofía del texto, como una bendición destinada al desligamiento carnal de la pareja que la solicita. Podría señalarse entonces una verdadera segregación contra los homosexuales, aunque el Vaticano quisiera, con esta declaración, demostrar lo contrario a los ojos del mundo.
Muchos católicos se preguntan ya: ¿por qué milagro ha cambiado la doctrina católica? Por mucho que el nuevo Prefecto para la Doctrina de la Fe asegure la continuidad doctrinal, lo cierto es que todos sus predecesores habían rechazado la posibilidad de bendecir a las parejas consideradas irregulares. Sin embargo, ha sido precisamente unos meses después de su nombramiento, el 1 de julio de 2023, cuando el arzobispo Víctor Manuel Fernández ha publicado este documento. En otras palabras, lo que el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer nunca pudo hacer, el nuevo prefecto, monseñor Víctor Manuel Fernández, pudo realizarlo de repente: de ahí este extraño tufillo a milagro, que coincide providencialmente con la agenda política de Francisco. De ahí, finalmente, esta inquietante pregunta: ¿no habrá aquí un cierto arreglo ideológico en detrimento del bien de las almas? Dejemos este punto en suspenso, ya que difícilmente podríamos arrojar luz sobre él. Señalemos simplemente que ya es hora de que la Iglesia sea más independiente frente a las presiones reaccionarias o progresistas que se acumulan contra ella y en su seno. Seamos claros: la política del «todo a la vez» nunca será una teofanía. Por el contrario, el Evangelio siempre nos iluminará:
«Que tu palabra sea sí, sí, no, no; todo lo que se le añada viene del maligno». (Mat. 5:37)
Tengamos presente esta severa advertencia, sin caer en el vértigo paranoico. Las Escrituras nos recuerdan que no se debe jugar con las almas, sea cual sea el motivo o la buena intención. La Iglesia no tiene todos los poderes en esta tierra, y debe guardarse de cualquier tentación de arrogancia: cada persona, sea hetero u homosensible, es un reflejo de la imagen de Dios, y como tal es santa. Es así que puede bendecir a cada persona individualmente, o a las parejas según la tradición multisecular de la Biblia.
No nos engañemos: este texto permitirá a muchos prelados y sacerdotes tomarse las pequeñas libertades que ya se toman desde hace tiempo. Lo vimos con la apertura profética del Vaticano II, cuya recepción por el clero nacional estuvo plagada de excesos de interpretación muy perjudiciales. Guardando las proporciones, lo mismo ocurrirá con Fiducia Supplicans.
Terminaré con una pequeña anécdota personal: un día, durante una conferencia, un señor me preguntó si existía un lobby LGBT en el Vaticano. Reconozco que me quedé sorprendido, y recuerdo que respondí que no sabía nada al respecto, a pesar de que el propio Papa Benedicto XVI había mencionado la existencia de dicho lobby. Hoy, al reconsiderar este enigma, tengo que admitir que ya no estoy tan seguro de mi incertidumbre: es evidente que existen grupos de presión LGBT no sólo fuera, sino también dentro del Vaticano. El problema es que la agenda de estas personas da prioridad a los imperativos sociales en detrimento de la primacía espiritual. Sin embargo, es a esta primacía a la que la Iglesia debe remitirse siempre, sin por otro lado rechazar la infinita diversidad de sus hijos.
¿A alguien le interesa todavía la salvación de las almas?