(Mons. Richard C. Antall en Crisis Magazine)-¿Hay algún problema con el Opus Dei que haya llevado al papa Francisco a dar tantos pasos para contradecir lo que su fundador consideraba clave para que siguiera siendo útil a la Iglesia?
Tengo muchas preguntas sobre la última ofensiva canónica del papa contra el Opus Dei. La primera de ellas es ¿qué había de malo en el status quo? Pensaría que un hombre tan interesado en nuevas ideas y en experimentar en el trabajo pastoral no sentiría la necesidad de arreglar lo que no está roto. ¿Había algún problema con el Opus Dei? ¿Algo que le llevara a dar tantos pasos para contradecir lo que su fundador consideraba clave para que siguiera siendo útil a la Iglesia? Lo dudo mucho.
En primer lugar, en 2016 el papa no ordenó obispo al nuevo prelado del Opus Dei. Esto es algo que tanto san Juan Pablo II como Benedicto XVI habían concedido a la prelatura. Era, obviamente, un signo de lo que estaba por venir.
En segundo lugar, en la constitución apostólica Praedicate Evangelium, la prelatura pasó, en el elaborado organigrama pastoral del Vaticano, a depender del Dicasterio para el Clero en lugar del de la Congregación para los Obispos. Luego vino el motu proprio del 8 de agosto de este año, que establecía categóricamente que el prelado del Opus Dei no sería ordenado obispo. Se le permitía, como premio de consolación, «el uso del título de Protonotario Apostólico Supernumerario con el título de Reverendo Monseñor y, por tanto, podrá usar las insignias correspondientes a este título». La mayoría de la gente sabe lo mucho que el papa estima a los monseñores.
No hace falta ser un abogado canónico para darse cuenta de que estas medidas no pretenden promover la prelatura, sino más bien ponerla al nivel de otros institutos. Cuando se concedió el estatus de prelatura, recuerdo que hubo murmuraciones por parte de religiosos y clérigos críticos sobre «favores especiales» y conexiones políticas. El papa Francisco dice que quitar el obispo a la prelatura «es reforzar la determinación de que, para la protección del don particular del Espíritu, es necesaria una forma de gobierno basada en el carisma más que en la autoridad jerárquica».
Ese razonamiento me recuerda un libro de Leonardo Boff, supuestamente amigo del Santo Padre, titulado Carisma y poder. El tema del libro era que la institucionalidad de la Iglesia se interponía en el camino del Espíritu Santo. Tengo dos objeciones a que el papa utilice esta idea: una es que el papa Francisco ni siquiera mencionó que dos santos, san Josemaría Escrivá y san Juan Pablo II, pensaban de forma diferente que él sobre la configuración de la prelatura. Está, una vez más -como cuando impuso restricciones sobre el rito tradicional, llamado tridentino, de la Eucaristía-, revirtiendo la decisión de papas recientes.
La segunda objeción que tengo es que suena extraño que el papa hable casi líricamente del carisma frente a la jerarquía cuando está imponiendo la ley con su típica contundencia jerárquica. Un libro que leí hace años describía a los papas como monarcas absolutos. Este papa no se avergüenza de su poder ni para legislar, ni para imponer obediencia.
Utiliza el poder institucional para imponer su visión carismática. «Cuando encuentra un obstáculo burocrático, cambia las reglas», me dijo un sacerdote. Hay suficientes anécdotas para asegurar que no es reacio a utilizar la intimidación incluso cuando trata con sus hermanos obispos. No es lo que yo llamaría un liderazgo puramente carismático.
Ha habido pocos comentarios críticos con los nuevos ucases papales. Un obispo ha dicho que considera las nuevas normas una interpretación incorrecta del Concilio Vaticano II. «Las prelaturas personales son una realidad jurídica, nacida del Concilio Vaticano II, para los fines que se especifican en Presbyterorum Ordinis, y no deben asimilarse a la categoría de asociación clerical».
El Opus Dei no va a criticar una decisión papal, y la cuestión parece estrechamente canónica. Ha habido muy pocas protestas por los cambios. La «Obra» no va a defenderse contra una orden papal; sería un contrasentido oír que el Opus Dei, dedicado a la obediencia, se opone a algo que ha hecho el papa. No es probable que otros tomen las porras para oponerse a lo que parece aplicarse solo a un grupo de personas.
Y, admitámoslo, el Opus Dei no tiene muchos amigos. Dan Brown y compañía prácticamente han convertido el nombre Opus Dei en un anatema para la gente que no tiene ni idea de lo que realmente es. La gente en la Iglesia (la ignorancia está en todas partes) utiliza el nombre como sustituto de todo lo que es reaccionario. Una estructura especial para el Opus Dei irrita a algunos por razones que no puedo descubrir. ¿Se trata de celos, de tensiones entre conservadores y progresistas, o de otra cosa? Estoy bastante seguro de que rara vez se trata de la experiencia personal de los carismas o de la espiritualidad sincera de los miembros del Opus Dei.
La idea de san Josemaría sobre la prelatura se inspiró supuestamente en unas inscripciones latinas que leyó sobre la estructura canónica de las órdenes militares, que le ayudaron a pensar en una estructura única para el carisma que dedicó su vida a promover. La particularidad de la vocación de los laicos implicados en el Opus Dei se vio reforzada por el hecho de que el término «miembros» hacía referencia a un obispo. Ahora bien, la prelatura es un tipo de estructura única, y hay cierta discusión sobre si los laicos, incluidos los numerarios, son «miembros». Pero la prelatura está ahora adscrita a un dicasterio sobre institutos sacerdotales y el papa ha subrayado que el Opus Dei se rige por estructuras parroquiales y diocesanas.
Esto podría no parecer problemático. Al fin y al cabo, el ordinariato castrense cuenta con fieles que, de facto, suelen estar implicados en dos jurisdicciones canónicas. Sin embargo, ¿qué ocurre con los laicos que han dedicado su vida a la «Obra» y viven en comunidad? Tenían más estabilidad en la prelatura como se entendía anteriormente.
Y hay un ejemplo estremecedor en España de lo que puede suponer esa afirmación de la autoridad del obispo local. San Josemaría soñaba con construir un santuario en honor de la Virgen. El santuario de Torreciudad se construyó con donativos de simpatizantes y durante años estuvo atendida por sacerdotes del Opus Dei para atender a los cientos de miles de peregrinos que visitaban el santuario. Ahora, el obispo local ha hecho valer sus derechos sobre la iglesia y se ha hecho cargo de su administración. «Nada menos que la confiscación de un bien construido, administrado y atendido por la Obra», me dijo una fuente que prefiere (¡sorpresa!) permanecer anónima.
El Opus Dei (del que no soy miembro ni estoy afiliado en modo alguno) vive y respira una obediencia al oficio del Santo Padre casi mística. Monseñor Fernando Ocáriz, actual prelado del Opus Dei, escribió una carta en la que pide «sincera obediencia filial» a las «disposiciones» del papa Francisco y recuerda a todos en la prelatura el espíritu del Opus Dei respecto al papa. No obstante, pide «sugerencias» sobre cómo realizar los cambios necesarios para cumplir las exigencias de las órdenes pontificias. Creo que todos deberíamos rezar por los miembros del Opus Dei en lo que es prácticamente una crisis de estructura institucional de un carisma especial.
Toda esta historia me recuerda algo que ocurrió en 1773. En Dominus ac Redemptor, Clemente XIV disolvió la orden jesuita. Hace poco releí el documento. Como monarca absoluto que era, Clemente no se anduvo con rodeos. Afirmó haber necesitado tiempo para consultar sobre la medida contra la Compañía de Jesús, que dijo era «un asunto grave y trascendental».
Dijo que «en efecto, sucede que difícilmente o en absoluto puede restablecerse la paz verdadera y duradera de la Iglesia mientras la Compañía esté intacta». Las medidas eran draconianas: «Quitamos y abrogamos todas y cada una de sus oficinas, ministerios, administraciones, casas, escuelas, colegios, retiros, granjas, y cualquier propiedad en cualquier provincia, reino y jurisdicción de cualquier manera perteneciente a la Compañía».
Obviamente, no estoy comparando lo que considero reformas canónicas que parecen ir en contra de la visión del Opus Dei, estructurada hasta ahora en el derecho y la vida de la Iglesia, con el decreto de Clemente contra la Orden de los Jesuitas. Sin embargo, es alentador recordar que lo que un papa derriba, otro lo puede reconstruir. Los jesuitas, irónicamente, sobrevivieron en países que no eran amigos del papado y no permitieron que se publicara el decreto, una condición sine qua non de la ley de la Iglesia antes de que se desarrollaran las comunicaciones modernas. El papa Pío VII, en 1801, anuló la supresión decretada por su predecesor y restableció la Orden de los Jesuitas en la vida de la Iglesia.
El Opus Dei también sobrevivirá a lo que considero una injerencia injusta en su misión. Mi informante no era muy optimista sobre el futuro del Opus Dei, pero creo que no hemos visto lo último de este discernimiento entre carisma y ley. Jugarán a largo plazo, obedientemente, con la piedad y persistencia de su fundador, y las cosas saldrán bien.
Publicado por mons. Richard C. Antall en Crisis Magazine
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana