Ayer eran los ancianos, como él mismo; ahora tocan los jóvenes. Si gobernaran, ha dicho Francisco, no habría tantas guerras.
A Alejandro Magno, muerto con 30 años tras haber pasado el Imperio Aqueménida a sangre y fuego, le hubiera sorprendido saber que “si el mundo estuviera gobernado por jóvenes, no habría tantas guerras”. ¿Por qué dice estas cosas el Papa, ajenas a su misión, grandilocuentes y demostrablemente cuestionables?
Quizá porque lo dijo en el mensaje a los participantes en la ‘Conferencia de la Juventud de la UE’ que tiene lugar en Praga del 11 al 13 de julio de 2022, sobre el tema: «Comprometernos juntos por una Europa sostenible e inclusiva», y el Santo Padre tiene una preocupante tendencia a decir a cada cual lo que quiere oír.
“Alguien dijo que, si el mundo fuera gobernado por mujeres, no habría muchas guerras, porque quien tiene la misión de dar la vida no puede optar por la muerte. De la misma manera me gusta pensar que, si el mundo estuviera gobernado por jóvenes, no habría muchas guerras: los que tienen toda la vida por delante no quieren romperla y tirarla sino vivirla al máximo”, fueron sus palabras.
Pero unos días antes había perorado sobre la sabiduría de los ancianos, y de cómo las civilizaciones que no atienden a estos transmisores de tradición e identidad pierden un verdadero tesoro, y él mismo, a sus 85 años, ha descartado renunciar a gobernar la Iglesia.
También lo de la mujer es un tópico bastante absurdo, que se dice como si no hubieran gobernado miles de mujeres a lo largo de la historia desmintiendo ese supuesto pacifismo femenino. Que les hablen a los compatriotas del Papa de la aversión a la guerra de Margaret Thatcher.
También les dijo que es “urgente reducir el consumo de combustibles fósiles”, e instó a los jóvenes a leer su propia encíclica Laudato Sì, “donde creyentes y no creyentes encuentran sólidas razones para comprometerse con una ecología integral”.
¿Sabe Su Santidad qué país decidió en 2018 seguir las recomendaciones de la agenda verde hasta sus última consecuencias? Sri Lanka. Su primer ministro lo anunció orgulloso en agosto de ese año, asegurando que iba a hacer “rico” su país. Hoy ese mismo primer ministro (y su hermano, el presidente de la república) han tenido que huir del país, expulsados por la plebe hambrienta, y la nación se enfrenta al hambre.