Cierran un convento en Italia por rechazar la vacuna

monjas coronavirus

El Monasterio de Santa Catalina, en Perugia, benedictino, había ‘superado’ una visitación, salvo por un detalle: las monjas no estaban vacunadas. Eso ha llevado a su cierre.

«El enviado del Vaticano encontró todo en orden, excepto que no estamos vacunadas», declaró la madre Catalina, la abadesa, al portal italiano La Nuova Bussola Quotidiana. En el decreto se cita como razón del cierre la conducta inapropiada de la abadesa, que se defiende: ¿Tendría que haber obligado a mis hermanas a hacer algo que no querían hacer, arriesgándome a una denuncia?.

El cierre de conventos y monasterios por todo Occidente es una triste realidad de larga data, consecuencia, sobre todo, de la rápida secularización de la sociedad y acelerada por una cadena de ‘comisariamientos’ vaticanos que han afectado a las comunidades considerados indeseablemente ‘rígidas’ en rito o doctrina. Lo que no se había visto hasta ahora era cerrar un convento por la libre decisión de sus miembros de no someterse a una terapia experimental.

En estas páginas hemos expresado en varias ocasiones nuestra perplejidad ante la rígida (esta sí) actitud de Roma ante las vacunas contra el covid. El Santo Padre llamó a la vacunación personal un acto de amor, y desde entonces se ha pronunciado con vehemencia en más de una ocasión sobre el deber moral de vacunarse.

El principio es sencillo de entender, y entra por completo en las atribuciones de un pastor: vacunarse, en general, impide el contagio y es, por tanto, un modo de evitarle un mal al prójimo. Pero no hablamos de un principio; no hablamos de la vacunación como concepto, sino de productos concretos para una enfermedad concreta. Y siendo estos experimentales, lanzados al mercado en dos meses cuando el plazo normal está entre cinco y diez años, no parece en absoluto disparatado que alguien pueda tener un reparo a la hora de administrárselo o incluso aconsejarlo a los demás, sobre todo cuando el beneficio que lo convertiría en ‘acto de amor’ -la inmunidad frente al contagio- no se da en absoluto, como reconocen los propios fabricantes.

Por otra parte, desde el lanzamiento del producto hasta hoy ha pasado tiempo suficiente para obtener una perspectiva más ajustada. Tenemos los datos del VAERS sobre efectos secundarios graves, como tenemos las siete páginas en las que la propia farmacéutica Pfizer reconoce los posibles efectos secundarios que podrían causar sus vacunas. Y tenemos las informaciones, no por anecdóticas y fragmentarias menos alarmantes, que aparecen en los medios con cuentagotas.

Todo lo cual, en fin, hace razonable que el fiel deba sopesar los beneficios y riesgos del procedimiento y decidir en conciencia la conveniencia de la inoculación.

La Bussola confirma que la única explicación dada a la madre abadesa del monasterio es precisamente esto: el convento está en orden espiritual, económica y litúrgicamente. El único defecto sería la obstinada voluntad de las monjas de no vacunarse y de la abadesa de no obligarlas a hacerlo.