En su encuentro con jóvenes de Scholas Occurrentes en el Pontificio Colegio Internacional Maria Mater Ecclesiae, el Santo Padre ha vuelto a insistir en la atención hacia los refugiados, cuyas mujeres son a menudo, dice, “vendidas como mercancías”.
Tras escuchar el testimonio de un joven refugiado de Ruanda que huyó con su familia tras el genocidio de 1994, ahora acogido por la red de Scholas Occurrentes, Francisco volvió a denunciar el drama de los refugiados, «víctimas del descarte y la indiferencia», que sigue extendiéndose ante los ojos de todos: “La condición de refugiado, siempre indica que vos saliste de un lugar que era tuyo, tu patria, y te pusiste en camino por alguna necesidad. Tus padres vivieron ese horroroso genocidio de Ruanda, y vos desde el Congo viviste la necesidad de escapar, de salir digamos de una tragedia, de una prisión, de algo que no te dejaba vivir como hombre libre. Los refugiados que arriesgan su vida escapando (y la arriesgan en el Mediterráneo, en el Mar Egeo, en el Atlántico camino a las Canarias) esos refugiados tienen una sola obsesión: salir”.
Su Santidad denunció, asimismo, la creación de verdaderos campos de concentración para refugiados en países como Libia, y a las mafias que trafican con seres humanos y venden a las mujeres como si fueran mercancías. «Ustedes que son mujeres, ¿se imaginan lo que es que las vendan como mercadería?”, interpeló Francisco a sus oyentes. “Eso sucede hoy con chicas como ustedes. Cuando hablamos de refugiados no hablemos de cifras, hablamos de hermanos y hermanas nuestras que tuvieron que escapar y algunos no pudieron. Son los traficantes los mismos que los embarcan y después los reciben cuando son devueltos. Es un momento muy duro, ser refugiado es caminar sin suelo seguro, caminar sin saber hacia dónde».
Francisco recordó que nadie escapa de la tierra que le vio nacer por capricho. “La vida de un refugiado es muy dura”, dijo. “Es vivir en la calle, pero no en tu calle, sino en la calle de la vida donde te ignoran, te pisotean, te tratan como la nada. Por eso, tenemos que abrir nuestro corazón a la vida de los refugiados. No son personas que vinieron a hacer turismo a otro país, ni escaparon por razones comerciales, sino que han escapado para vivir, arriesgando sus vidas para vivir”.