
Por lo que dice y por los textos que enlaza.
Hay cada vez más testimonios de que la popularidad de Francisco disminuye aceleradamente entre los católicos practicantes. Que son los que verdaderamente cuentan. Y rezan. Y pagan.
La súplica del Papa, tantas veces repetida, de que recen por él, sabe, supongo, que es absurda dirigida a ateos, musulmanes, comunistas, judíos, masones e incluso católicos que no pisan una iglesia y la última vez que rezaron fue el día de su primera y única comunión.
Y no pocos de los rezos por el Papa llevan coletilla al menos in mente.
Me parece muy preocupante que la popularidad del Papa sea sobre todo entre enemigos declarados de la Iglesia o entre quienes sin serlo pasan absolutamente de ella. Aparte paniaguados y pelotas. Y está clarísimo que esos no van a la Plaza de San Pedro, al Aula Pablo VI o a la Basílica Vaticana. Y si algunos se llegan al Vaticano no es para asistir a una misa del Papa sino por puro gozo estético.
Circula un chiste, ciertamente malintencionado pero que refleja el pensamiento de un número creciente de católicos. Y de los que cuentan.
Una viejecita al salir de su misas diaria se para con otra de su edad y le dice:
Fíjate lo que me ocurre: Toda mi vida rezando por las intenciones del Papa y por la conversión de Rusia y ahora rezo por las intenciones de Putin y por la conversión del Papa.
Es un chiste, malvado, todo lo que queráis. Pero jamás se le habría ocurrido a nadie desde 1917 hasta hoy. Ni con Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo I, Juan Pablo II o Benedicto XVI.
No cabe elevar la anécdota a categoría. Yo ciertamente no lo hago. Y sigo rezando por el Papa. Pero también constato que hay en un número creciente de católicos preocupación y perplejidad por el lío, la confusión y la falta de criterios sólidos que siempre habíamos tenido los católicos.
Si cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos se manifiestan con graves inquietudes pues igual algo se está haciendo muy mal.