Este domingo de Pentecostés, en una zona habilitada próxima a la catedral de Chartres, se ha celebrado la Santa Misa que ponía fin a la ya emblemática peregrinación de Notre-Dame de Chrétienté, que este año ha congregado a más de 20.000 jóvenes provenientes de toda Francia y de distintos lugares del mundo.
Organizada en torno a la Misa en rito tradicional —fuente y culmen de la espiritualidad que nutre este evento—, la peregrinación se ha consolidado como uno de los encuentros católicos más numerosos y fervorosos de Europa. El perfil de los asistentes, con una media de edad de apenas 20 años, refleja el notable impacto que el rito romano tradicional está teniendo en las nuevas generaciones de católicos.
La Santa Misa fue celebrada por Mons. Athanasius Schneider en un altar al aire libre que evoca a los grandes eventos eclesiales. La organización impecable, la reverencia del rito y el silencio orante de los fieles ofrecieron un testimonio contundente de la vitalidad de una juventud profundamente comprometida con su fe.
La peregrinación no sólo ha reunido a miles de laicos jóvenes, sino también a un número impresionante de sacerdotes y religiosos, muchos de ellos igualmente jóvenes, que ven en esta forma litúrgica una vía privilegiada para vivir y transmitir la plenitud de la fe católica.
En su homilía, Mons. Schneider destacó la importancia del rito tradicional como vía de santificación, especialmente en un mundo marcado por la dispersión, el ruido y la superficialidad.
La Misa fue retransmitida en directo por el canal de noticias francés CNews, que ofreció una cobertura muy profesional y rigurosa, permitiendo que miles de personas pudieran seguir la celebración en todo el mundo. La relevancia mediática de la peregrinación es ya comparable a los grandes eventos eclesiales internacionales.
Frente a este fenómeno de fe viva, sostenida en la liturgia tradicional, cabe preguntarse si desde Roma no deberían ver en este movimiento una fuerza providencial que merece ser acogida, cuidada y fomentada. Prohibir o limitar el rito que da fruto en vocaciones, en fidelidad y en entusiasmo juvenil sería cerrar las puertas a una primavera que ya ha comenzado a florecer.
