El momento del Opus Dei

El momento del Opus Dei

Que me perdonen los del Opus, pero creo que corren buenos tiempos para esta organización católica. Dirán ellos que entre los que dicen que el Papa les ha degradado dejando a su prelado sin ser obispo, el deseo del obispo de Barbastro de hacerse con Torreciudad y el proceso canónico al numerario que se declara inocente del caso Gaztelueta (del que no se sabe nada hace tiempo) entre otras cosas, no ganan para disgustos…

Pienso sinceramente que el Opus, con los aciertos y errores de sus miembros y exmiembros, es claramente Dei. Uno de los problemas históricos de la Iglesia siempre ha sido la tentación del cesaropapismo y el clericalismo, este último tan denunciado muchas veces y gran razón por el Papa Francisco.

El Opus tiene desde su inicio, o eso tengo entendido, el carisma de vivir con radicalidad pacífica la vocación bautismal (santificar el trabajo, la familia y todas las realidades humanas buenas) y para eso es fundamental el sano anticlericalismo de sus miembros. Y esto último creo que no es tan común ahora ni lo ha sido en los muchos siglos de historia de la Iglesia.

Junto a un amor grande al sacerdocio y a la vida consagrada, Josemaría Escrivá entendió que Dios le pedía fundar una organización que tuviera como rasgo esencial la secularidad de los miembros, el famoso dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios que les faltan a las Iglesias ortodoxa, protestantes, anglicana y desde luego al Islam, por ejemplo.

Esto implica, según entiendo que los obispos y sacerdotes es mejor que se dediquen principalmente a lo que sólo ellos pueden hacer: impartir los sacramentos y enseñar y predicar la palabra de Dios y trabajar para buscar vocaciones y que no se extinga la Iglesia por falta de relevo, lo que Dios no permitirá por mucho que nos empeñemos los hombres…

Pienso que esto es precisamente lo que tanta antipatía ha provocado contra Escrivá y el Opus desde su inicio, por parte de los enemigos de la Iglesia (a menudo más sagaces que los hijos de la luz también en detectar a los más peligrosos para sus oscuros objetivos) y por parte de muchos en la propia Iglesia: su anticlericalismo sano.

La famosa autonomía de las realidades temporales proclamada por el Concilio Vaticano II implica evitar las políticas eclesiásticas y que los clérigos se dediquen a saltarse el Derecho civil y el canónico y piensen que en una parroquia o diócesis el pastor tiene autoridad absoluta sobre lo que hacen o dejan de hacer los fieles laicos o seglares en sus trabajos, asociaciones, en la política, el arte, etc.

Por eso pienso, y que los del Opus me corrijan, que corren buenos tiempos para ellos. Si a Jesús y a sus seguidores los han perseguido desde fuera y desde dentro de la propia Iglesia (siempre con buena intención, como decía Escrivá), la época actual anuncia buenos tiempos para este carisma tan necesario dentro de la Iglesia ayer, hoy y siempre.

Escrivá ha sido -con sus defectos, como todos los santos- uno de los más grandes españoles de la historia (junto a Teresa de Jesús, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y tantos otros) y creo y espero que no haya sido el último. Y una prueba de su grandeza, que es de Dios al que dejó hacer en su interior, es lo poco valorado que parece en el ámbito de los éxitos y triunfos mundanos y eclesiásticos, reservados casi siempre -no siempre, gracias a Dios- a los mediocres y a los que tienen como único afán escalar puestos y recibir aplausos…

Fue un santo con verdadera «parresía» (palabra usada por el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium) que no dudó en negarse por motivos de conciencia ante el secretario de Estado de Pablo VI a presionar a algunos de sus hijos que se dedicaban a la política en la España de Franco a formar un partido político católico a semejanza de la democracia cristiana, para no interferir en su libertad profesional. Esta anécdota que oí hace tiempo puede dar una pista de porqué Escrivá siempre tuvo enemigos (junto a verdaderos amigos) dentro del Vaticano. Siempre fue, como enseñó a sus hijos, un verdadero y sano anticlerical, le costase lo que le costase.

Sófocles

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