La nueva ley del aborto propuesta por el gobierno sigue provocando las reacciones de algunos obispos, que lejos de huir de la problemática han decidido afrontarla y arremeter contra dicha ley.
Argüello, Osoro, Cañizares, Omella o Munilla son algunos de los obispos que han salido públicamente a condenar esta nueva ley abortista. Ahora, el obispo de Cuenca, José María Yanguas también se suma a ellos con su última carta pastoral titulada «La vigente ley del aborto y más aun la que ahora se quiere aprobar deja todavía más indefensos a los más débiles, a los no nacidos».
Yanguas afirma que «a más de uno le ha podido venir a la cabeza este modo de actuar de trileros y prestidigitadores al ver la agitación producida en estos últimos días con motivo de la, al parecer, inminente sentencia del Supremo de los Estados Unidos que abrirá una brecha en la línea de flotación de la ley y del falso dogma, según el cual el aborto es un derecho de la mujer. En sentido contrario, tal como se puede leer en la prensa de estos días, políticos relevantes pretenden que el aborto sea declarado un derecho fundamental, uno de los, “derechos humanos”, inviolable e irrenunciable. Ya más en lo local, hemos sabido que el gobierno ha enviado al Congreso el pasado 17 de mayo un proyecto de nueva ley del aborto para su tramitación parlamentaria».
El obispo de Cuenca en alusión a las opiniones de algunos, insinúa que «no falta quien piensa que el revuelo levantado con el proyecto de la nueva ley del aborto no pretende sino desviar la atención de los ciudadanos de otros problemas que les afectan seriamente como contribuyentes».
Monseñor Yanguas también ha recordado en su escrito que «desde hace ya doce años se espera una sentencia del Tribunal Constitucional que resuelva el recurso de inconstitucionalidad de la vigente ley del aborto. Llama la atención que, al parecer, la aprobación de una nueva ley del aborto haría ya innecesario el pronunciamiento del Tribunal».
Añade el obispo que «la Carta de los Derechos Fundamentales de la Comunidad Europea afirma en su primer artículo que la dignidad humana es inviolable y que será respetada y protegida, mientras que en el segundo se sostiene que toda persona tiene derecho a la vida. De ahí el interés de algunos en defender a ultranza la diferencia entre ser humano y persona, diferencia que sería radical, al menos en cuanto a los derechos de uno y otra. Pero, ¿qué criterio científico permite decir que nos encontramos en presencia de una persona humana, más allá del simple ser humano?».
Además, Yanguas critica el argumento de que ser humano en los primeros estadios de su desarrollo no goza del derecho a la vida –no sería sino un grumo de células, una parte del cuerpo de la madre- se oponen a las evidencias de la ciencia. «¿Es a eso a lo que se refiere una mujer cuando, tras los primeros síntomas, afirma que está esperando un hijo?», se pregunta el obispo de Cuenca.
El prelado sostiene que «la vigente ley del aborto y más aun la que ahora se quiere aprobar deja todavía más indefensos a los más débiles, a los no nacidos, a quien parece sensato pensar que la ley debería proteger con especial cuidado. Como se ha dicho con razón: “La calidad de la civilización puede medirse por el respeto que tiene hacia sus miembros más débiles”. Por otra parte, reconocer el derecho de la madre a terminar con la vida de su hijo comporta la negación del derecho del hijo a la vida. Defender el aborto reclamando el derecho a decidir sobre el propio cuerpo es, sencillamente, una falacia, un argumento falso y, a la vez engañoso. Lo que está en juego es “alguien”, no simplemente “algo” del propio cuerpo. “Alguien”, además, que es el propio hijo».
Por último, Monseñor Yanguas ha acudido a lo que enseña la Iglesia sobre el aborto para «mantener la atención, sin desviarla de lo esencial para evitar el engaño sobre lo que la Iglesia nos dice sobre el aborto»
1) que “desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida”;
2) que desde el siglo primero la Iglesia enseña que “el aborto directo, querido como fin o como medio, es gravemente contrario a la ley moral”;
3) que “la cooperación formal a un aborto constituye una falta grave”;
4) que el derecho a la vida de todo ser humano representa “un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación”(Catecismo de la Iglesia Católica, 2270-2273).