Massimo Faggioli, profesor de Teología en la Universidad de Vilanova, jesuita y americana, ha criticado con un tuit que algunos califican de blasfemo la comunicación de los obispos italianos de Umbría para que los sacerdotes sigan celebrando misa diaria en su confinamiento.
“En la Iglesia Católica algunos están usando esta pandemia para una agenda teológica que se revela en el onanismo litúrgico (como el documento de los obispos de Umbría, en Italia) pero que va más allá y necesita ser contestada”, escribe el profesor Faggioli, famoso en los círculos del catolicismo liberal de ambas costas del atlántico, desde su muy frecuentada cuenta de Twitter.
La idea parece ser que una misa sin pueblo equivale a la masturbación, en el sentido de ser infructuosa, como si la consagración no fuera real sin el concurso y la participación de los fieles, algo que se opone frontalmente a la doctrina católica inalterada sobre el sacramento.
Al parecer, Faggioli ha borrado el tuit, aunque el comentario casa tan armoniosamente con el resto de su ‘producción’ tuitera y con el generalizado descuido de las realidades sobrenaturales en un importante sector eclesial -especialmente, entre nuestros propios pastores- que es dudoso que sea por considerarlo teológicamente disparatado.
El efecto principal de la Misa es idéntico si el sacerdote la celebra en solitario como si lo hace en una catedral abarrotada de fieles, un valor infinito por cuanto significa el sacrificio incruento de Jesucristo en el que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, hecha hombre, se ofrece al Padre para nuestra Salvación.
Pero el énfasis en el aspecto comunitario de la Santa Misa -que lo tiene y es importante- en el último medio siglo, en detrimento del eje sacramental, ha llevado a no pocos maestros de la Iglesia a infravalorar este último hasta el extremo de ignorarlo -a la par de casi cualquier otra realidad sobrenatural- y juzgar, como hace Faggioli, que la celebración privada de la misa, sine populo, no es meramente superflua, sino peligrosa: delata una “agenda teológica” que hay que contrarrestar desde el poder eclesiástico.
No estamos en este caso en esos ‘bordes’ teológicos abiertos a discusión, de suyo dudosos, como pueda ser la existencia del Limbo, sino de uno de los pilares esenciales de nuestra fe, sin el cual estaríamos ante una religión completamente distinta que ya no podría llamarse católica.