Es, en sí mismo, extraño celebrar una bula de excomunión. Más aún cuando excomulgados y excomulgantes la celebran juntos, y en un pontificado en el que el Papa reinante ha calificado al heresiarca en cuestión, Martín Lutero, de “testigo del Evangelio”.
Se cumple cinco siglos de la bula papal Decet Romanum Pontificem en la que el Papa León X excomulgaba al ex monje Martín Lutero, después del aviso contenido en Exsurge Domine, otra bula que Lutero quemó públicamente. Y la Federación Luterana Mundial ha decidido celebrarlo. En Roma. Junto a las autoridades católicas.
Es raro, ¿no? Lutero respondió a la excomunión asegurando que el trono pontificio estaba ocupado por Satanás y era la sede del Anticristo. Años después, en 1546, sintiendo llegar la muerte, afirmó que moría odiando al Papa y asegurando que si vivo había sido su peste, muerto sería su muerte.
La profecía no se cumplió del todo. Siguió habiendo papas ininterrumpidamente hasta hoy, cuando quien ocupa esa “sede del Anticristo” ha calificado al heresiarca como “testigo del Evangelio” y ha ordenado al diminuto Estado que rige que emita sellos conmemorativos con la efigie de Lutero.
El acercamiento de Roma a los luteranos no es de hoy, ni en estos años se muestra solo en esos gestos de reconciliación y simpatía. En la propia patria del hereje, la Conferencia Episcopal Alemana ha iniciado un ‘camino sinodal’ en el que muchas de las más llamativas propuestas parecen consistir, precisamente, en imitar a los luteranos, como es el caso de la abolición (caso por caso, discerniendo y todo eso) del celibato sacerdotal.
Y no deja de ser curioso, si me admiten la analogía comercial, que una empresa en crisis copie las prácticas de otra aún más avanzada en la decadencia. Porque si la Iglesia Católica alemana pierde cada año un número alarmante de fieles, la luterana aún le gana en eso.
Nada de lo que proponen los más audaces adalides de la ‘renovación’ eclesial es nuevo para las iglesias surgidas de la llamada Reforma, y todo ha tenido un resultado comprobablemente desastroso. Tiene toda la pinta de estar siguiendo el refrán de quien, no necesitando arroz, recibe dos tazas.