El talento del Padre Martin

El talento del Padre Martin

El sacerdote jesuita, redactor jefe de la revista America y asesor de Comunicación de la Santa Sede comenta, con motivo de la Parábola de los Talento, que algunos exégetas sugieren que se trata de un apólogo moral contra los amos malvados y la explotación y que el honorable sería el tercer siervo.

¿Y si lo hemos entendido todo mal? ¿Y si llevamos dos mil años interpretándolo todo al revés? ¿Y si estamos extrayendo la lección equivocada de cada parábola de Jesús?

La de la oveja perdida, por ejemplo. ¿Qué sentido tiene que el pastor deje a las 99 para correr detrás de la oveja que se extravía en un rapto de insolidario individualismo?

¿Y qué me dicen de la del buen samaritano? Aparte, ya, de su evidente anticlericalismo, lo que hace el samaritano es dar a las autoridades una excusa y una coartada para no tener que garantizar la seguridad en los caminos ni proporcionar un servicio sanitario gratuito y de calidad.

Si les parece que estoy siendo irreverente con todo lo anterior, les ruego que me perdonen porque, además, tienen razón. No tendría maldita la gracia que tratara ahora de sugerir que la Iglesia Católica lleva dos mil años equivocada en algo tan crucial; no ya en considerar tal o cual aspecto de modo diferente, sino sosteniendo que lo bueno es malo y lo malo, bueno.

Esas salidas de pata de banco se las dejo a un sacerdote jesuita, redactor jefe de la revista America y asesor de Comunicación de la Santa Sede, Padre James Martin.

A  este autodesignado ‘apostol de los LGTBI’ le han hecho un flaco favor en Twitter aumentando a 280 los caracteres que permiten por comentario, con lo que tiene más espacio para desbarrar, y así, con motivo de la Parábola de los Talento, lectura de la misa el pasado domingo, escribe Martin en su cuenta:

Un «talenton» (τάλαντον) era una enorme suma de dinero (el salario de 15-20 años) y no tenía el significado de «talento» actual. Además, algunios exégetas del NT sugieren que se trata de un apólogo moral contra los amos malvados y la explotación, es decir, el honorable es el tercer siervo».

Ya saben, el que entierra el talento; ese mismo al que echan a las tinieblas exteriores, donde será el llanto y el crujir de dientes.

Y no deja de ser altruista por parte de Martin esta interpretación, porque de él no puede decirse que haya enterrado su talento. De hecho, solo le falta que le den un ‘show’ en la CNN para que esté más activo y en el candelero. Que lo haga en la dirección correcta o en la equivocada es, naturalmente, cuestión de interpretación.

El comentario de Martin me suscita varias ideas. La primera es que quien acuñó para nuestro tiempo la expresión ‘inversión de los valores’ acertó de pleno. La idea es que la moral dominante, el pensamiento único, no se limita a relativizar, a decir que lo que siempre se ha considerado malo no lo es tanto, ni tan bueno lo que se ha juzgado bueno hasta ahora, no: decreta que lo que veíamos blanco es negro, y lo negro es blanco.

Tradicionalmente se ha entendido siempre que el ‘amo’ de la parábola representa al Padre. De modo que si el tercer siervo es el bueno, el que se rebela contra el intento de explotación laboral, y es arrojado a las tinieblas exteriores, Martin está sugiriendo… ¿qué? Les dejo que concluyan ustedes mismos el razonamiento.

El superior de Martin -y, hasta hace unos años, del propio Papa Francisco-, el general de los jesuitas, Arturo Sosa, ya nos sorprendió en su día con la brillante intuición de que «en la época de Jesús no había grabadoras» y que, por tanto, no podíamos estar seguros de que dijera lo que sus discípulos dicen que dijo. Que semejante ‘reflexión’ pueda llevar a la irrelevancia de la Revelación, de la Iglesia y -no todo iba a ser malo- de la propia Sociedad de Jesús no parece habérsele pasado por la cabeza.

En segundo lugar, no deja de sorprenderme el silencio de Roma. Ya sé, ya sé: la Santa Sede no pare en menudencias, no puede estar en todo e incluso la prudencia más exquisita rige sus reacciones, que se toman su tiempo.

Pero el padre Weinandy, miembro de la Comisión Teológica Internacional desde 2014, escribió a Francisco una carta crítica y al día siguiente ya había perdido su puesto. Visto y no visto. Weinandy no atacó o cuestionó el menor matiz de las verdades de fe, pero la reacción fue fulminante.

Imagino que hay una explicación sencilla de por qué una crítica respetuosa al Papa es inmediatamente contestada mientras que un asesor de la Santa Sede puede darle la vuelta a la doctrina de dos mil años sin recibir ni un cariñoso tirón de orejas. Se me escapa. Si se trata de una parábola vital, por favor, que no me la interprete el Padre Martin.

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