Por Anthony Esolen
Uno de nuestros vecinos en Canadá, donde vivimos parte del año, está pensando en comprar la cabaña de al lado, el hogar de un anciano que no goza de buena salud y que no ha estado en esa casa desde hace mucho tiempo. En 2005, cuando éramos nuevos en el vecindario, lo ayudé a él y a algunos hombres que había contratado a techar su casa, sabiendo que aprendería del trabajo y que pronto tendría que hacer lo mismo con la mía.
Allá arriba, hay que «untar» alquitrán en la parte interior de las tejas, de lo contrario, los vientos de la bahía las levantarán. Aun así, se desgastan rápidamente, como ha sucedido con esta casa. El agua ha comenzado a filtrarse.
Cuando le pregunté a mi vecino si iba a reparar la casa, me dijo que se había vuelto imposible. «Hay hormigas adentro», me dijo. «Los hormigueros llegan desde el suelo hasta la altura de un sofá, más de sesenta centímetros de alto. Todo está podrido. No queda nada con qué trabajar».
Hay que despejarlo todo. Lo mismo ocurre con la propiedad detrás de ella, invadida por una cepa perniciosa de hogweed (hierba de cerdo). Eso también tiene que ser erradicado.
Supongo que lo mismo sucede con otras creaciones humanas, incluidas las culturas. Así es como las hormigas infestan. Primero, no puedes hacer lo necesario para mantener las cosas en buen estado, aunque lo intentes. Segundo, dejas de intentarlo, aunque aún sabes lo que se podría hacer, si tuvieras la fuerza y la voluntad. Tercero, ya ni siquiera sabes lo que se podría hacer; no solo han caído en desuso los hábitos culturales, sino que se ha perdido el conocimiento en el que se basaban. Cuarto, desarrollas una inclinación por la decadencia y la ruina; no puedes reconstruir, pero tampoco quieres hacerlo, aunque tu conciencia te inquieta al respecto.
Finalmente, celebras la corrupción. Te regodeas en la podredumbre; cubres con miel lo que queda de tus suelos para ayudar a las hormigas a multiplicarse, llenar tu casa y someterla.
Digo que Occidente está en esa condición, en el final del final. Por supuesto, sé muy bien que hay signos de vida y salud incluso en los tiempos más oscuros. Teodorico hizo ejecutar a Boecio, el mayor erudito de su época, bajo una falsa acusación de traición, pero Boecio había plantado semillas que darían una buena cosecha mucho después de que Teodorico fuera reunido con sus medio bárbaros antepasados. Estoy describiendo una condición general.
Consideremos algunas señales de este olvido cultural. Tenemos graduados universitarios que no han leído un solo libro en sus vidas. No nos estamos reemplazando con hijos. El matrimonio no es que esté en crisis; es que ni siquiera zarpa del puerto. Las iglesias están cerrando. La ignorancia de las Escrituras, en parte ligada a un desconocimiento general de la historia y del patrimonio cultural de la civilización occidental, es endémica.
Naciones que antes fueron cristianas, sumidas en esa ignorancia, han abrazado la muerte como un derecho a perseguir, con médicos corrompidos en su vocación de sanadores, lucrando con la muerte de seres humanos en ambos extremos de la vida natural. Incluso los jóvenes que permanecen en la fe apenas saben qué se espera de ellos como hombres o como mujeres. Y el Internet, con su torrente de distracción, información y desinformación, amenaza con arrastrarnos a lo infrahumano.
En este estado de colapso generalizado, donde los órganos naturales van perdiendo su función uno a uno, ¿qué hacen los líderes de nuestra Iglesia? Los jóvenes ya no saben cuál es su propio sexo, así que… aumentemos la confusión sonriendo a la sodomía. La gente ha perdido el sentido de lo sagrado, así que… burlemos a unos pocos fieles que «se arrojan» al suelo para recibir la Comunión y sugiramos que son hipócritas, cosa que los espiritualmente perezosos estarán siempre ansiosos por creer.
Casi no se produce gran arte o música en nuestro tiempo, porque hemos sofocado sus fuentes bajo la basura, y lo hemos hecho como reflejo de un desprecio ideológico por el pasado, así que… encarguemos un gran huevo de chocolate modernista para que sea el altar de Notre-Dame de París.
Los varones están en decadencia, y la esperanza de vida de los hombres ha comenzado a reducirse, así que… juguemos a las palmaditas con el mismo viejo feminismo que ha hecho una «obra» tan notable en otras iglesias, vaciándolas aún más rápido que las nuestras, porque, como un hecho antropológico evidente, no funciona. Ha sido puesto en la balanza y hallado falto.
¿Probemos pesarlo otra vez?
El conocimiento cultural se está evaporando, así que… asegurémonos de que los comunicados de los obispos usen el lenguaje del periodismo contemporáneo, vago y lleno de clichés, y desalentemos a los sacerdotes de tomarse el tiempo para explicar el significado de las Escrituras.
Hablemos de los «marginados», sin molestarnos en notar a los niños justo delante de nuestras narices, llenos de resentimiento porque sus padres divorciados se han vuelto a casar y los han arrojado al caos. Y la Iglesia quiere dar una palmadita en la cabeza a esos padres, sin dedicar un solo pensamiento a proteger a otros niños de los caprichos de padres que quieren romper sus votos.
Mi vecino quiere construir. Yo también. Hago lo que puedo; no pido ayuda a la Iglesia, ni la espero. Pero encontrarse con obstrucción oficial es otra cosa—o con vandalismo oficial. Mucho de lo que la Iglesia ha hecho en su ingenua aproximación a la cultura moderna solo ha ayudado a pudrir las vigas y a hacer que el techo se derrumbe, por la sencilla razón de que apenas quedaba cultura a la cual acercarse desde un principio.
Lo mejor que puedo decir es que diagnosticaron mal la enfermedad. Lo peor, lo dejaré al Juez justo y misericordioso, porque si todos recibiéramos lo que merecemos, las hormigas, el moho, el agua que gotea y la corrupción serían un paraíso en comparación.
Acerca del autor
Anthony Esolen es profesor, traductor y escritor. Entre sus libros se encuentran Out of the Ashes: Rebuilding American Culture, Nostalgia: Going Home in a Homeless World, y más recientemente The Hundredfold: Songs for the Lord. Es Profesor Distinguido en Thales College. No dejes de visitar su nuevo sitio web, Word and Song.