Por Auguste Meyrat
En la lista del New York Times de “Los 100 mejores libros del siglo XXI”, los críticos colocaron La amiga estupenda de Elena Ferrante —y, por extensión, las otras tres novelas de su serie napolitana— en la cima. A su juicio, estos libros representan lo mejor de la literatura del último cuarto de siglo.
Incluso para quienes han leído la serie (o visto su adaptación televisiva), no está del todo claro por qué este es considerado el libro número uno de nuestra época. En estilo y contenido, Ferrante apenas rompe moldes. Lo máximo que puede decirse es que sus personajes y escenarios están bien desarrollados y resultan verosímiles. Sus temas también son familiares: relata los desafíos de crecer, mantener relaciones, avanzar en la carrera profesional y asumir la propia identidad. Una vez más, sus descripciones y reflexiones sobre estas cuestiones son realistas y claras, pero no necesariamente profundas.
Incluso bajo los estándares de los críticos actuales, que generalmente buscan manifestaciones del Zeitgeist progresista, las novelas se quedan cortas: todos los personajes son blancos, en su mayoría heterosexuales italianos. Es cierto que el socialismo y el feminismo se tratan a lo largo de la serie, pero el compromiso de la autora con la realidad termina por empañar estas ideologías de moda. Italia en general, y Nápoles en particular, son lugares disfuncionales, empeorados por la política de izquierda. Y las mujeres de los libros están lejos de estar empoderadas, pese a su aparente progreso social.
Entonces, ¿hay algo que explique el reconocimiento que las novelas han recibido de los críticos del New York Times? Yo creo que sí. Mejor que cualquier otra novela o serie de novelas, las obras napolitanas de Elena Ferrante capturan a fondo el declive espiritual, moral, cultural y material de Occidente moderno.
La historia gira en torno a la amistad entre Elena (Lenu) Greco y Raffaella (Lila) Cerrullo, dos niñas que crecen en el Nápoles posterior a la Segunda Guerra Mundial. El vecindario está plagado de pobreza, violencia mafiosa, política radical de izquierda y violencia doméstica. No obstante, tanto Lenu como Lila sobresalen en la escuela: Lenu por su esfuerzo y deseo de agradar, y Lila por su inteligencia natural. Sus caminos se separan: Lenu continúa sus estudios y logra superar sus circunstancias, mientras que Lila se casa joven, siguiendo el camino esperado de la mayoría de las mujeres del barrio.
Cada novela de la serie cubre una etapa de sus vidas: la infancia (La amiga estupenda), la juventud (Un mal nombre), la adultez (Las deudas del cuerpo), la madurez y la vejez (La niña perdida). Ambas experimentan los hitos típicos de la madurez, atravesando las alegrías y penas del matrimonio, la maternidad y el trabajo, y cada vez envidiando más a la otra en múltiples aspectos.
Aunque este planteamiento podría sugerir una evolución de los personajes y varias lecciones conmovedoras, rara vez es así. Los personajes simplemente envejecen, pero no maduran. Lenu toma una serie de malas decisiones y hiere a todos a su alrededor, pero nunca piensa en culparse a sí misma ni en disculparse con nadie. Además, a diferencia de todos los demás personajes de la serie, Lenu cuenta con una fortuna inusitada que le permite alcanzar sus metas. Y aun así, nunca expresa gratitud.
Lo peor de todo es que Lenu es una mujer sin imaginación, sin sentido del humor, una persona tediosa, y sin embargo se convierte en escritora famosa —¿una proyección de la propia Ferrante, tal vez? Todos sus supuestos éxitos literarios consisten en relatar momentos de su vida, hablar de Nápoles o repetir teorías feministas pretenciosas. Nada ni nadie la inspira realmente, mucho menos le enseña a escribir como lo hace, salvo tal vez Lila de vez en cuando.
Así, cada novela se vuelve progresivamente más tediosa: Lenu asciende por la vida sin aprender nada; la fortuna de Lila sube y baja arbitrariamente; y el resto de los personajes siguen un curso más o menos predeterminado (generalmente hacia abajo), sin mostrar verdadera agencia personal. Es un mundo en gran medida desprovisto de redención y de sentido, lo cual resulta tolerable en el primer volumen, pero se convierte en un castigo hacia el final del cuarto, cuando la falta de propósito se vuelve evidente.
Pero quizás la falta de propósito es precisamente el punto. Después de todo, esta es la consecuencia inevitable de una sociedad completamente secularizada y modernizada.
A pesar de estar impregnado de historia y cultura católica, el escenario de las novelas napolitanas es sorprendentemente ateo. Ningún personaje es religioso, y rara vez se menciona la religión, y cuando se hace es en un sentido académico. Del mismo modo, ninguno de ellos tiene una moral discernible. Todos actúan principalmente para satisfacer sus deseos o su ego. La clase social y la ideología sustituyen a la Iglesia y la tradición, formando una base comunitaria débil e inestable.
Ya sea de forma intencionada o no, Ferrante ilustra lo que ocurre en un lugar cuando el cristianismo está completamente ausente. Todos los lazos que unen a la humanidad se disuelven en la nada, y el autoconocimiento se vuelve imposible. La mediocridad y la apatía son inevitables.
Esta realidad queda crudamente expuesta cuando una Lenu de mediana edad reflexiona sobre los dos tipos de hombres que ha conocido: “Los superficiales… seguirían adelante sin sentir ningún tipo de obligación; los serios… no fallarían en sus deberes y, si fuera necesario, darían lo mejor de sí.” En su mente, estos dos tipos son moralmente equivalentes. Esto va seguido de una observación aún más vacía y cínica: “De todos modos, el tiempo de la fidelidad y las relaciones permanentes había terminado para hombres y mujeres.”
Para los lectores, esto puede parecer o bien la sabiduría acumulada de una vida plena y auténtica —o la necedad nihilista de una existencia completamente superficial. En cualquier caso, es el tipo de actitud que ha consumido gran parte del mundo desarrollado y lo ha vaciado de vigor y alegría, así como de auténtica esperanza.
Así, de un modo inesperado, La amiga estupenda (y el resto de las novelas napolitanas) sí se ganan su lugar en lo más alto de la lista de grandes libros del siglo XXI al revelar la triste verdad del mundo actual. Los críticos literarios pueden celebrar su honestidad, pero el resto de nosotros tenemos mucho que aprender de ellas. De lo contrario, corremos el riesgo de vivir el mismo tipo de vidas que sus personajes y unirnos a su decadencia y miseria colectiva.
Acerca del autor
Auguste Meyrat es profesor de inglés en el área de Dallas. Tiene una maestría en Humanidades y otra en Liderazgo Educativo. Es editor sénior de The Everyman y ha escrito ensayos para The Federalist, The American Thinker y The American Conservative, así como para el Dallas Institute of Humanities and Culture.