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Redescubrir nuestra unión con Cristo

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Por el P. Timothy V. Vaverek

Cuando se les pregunta por el propósito de la vida de Jesús, muchos cristianos dirían algo como: «Vino para perdonar nuestros pecados y salvarnos del infierno»; o «Nos enseñó a amar a Dios y al prójimo»; o «Nos ofreció la vida eterna en el cielo». Aunque son ciertas, esas respuestas pierden la belleza y el corazón del Evangelio: Jesús vino a unirnos con Él para que pudiéramos compartir su vida eterna y su obra salvadora. El oscurecimiento de esta revelación central está en la raíz de las crisis a las que se enfrentan los cristianos y la Iglesia hoy en día. Su redescubrimiento es la solución.

Un hecho fundamental de la existencia humana caída es que no logramos vivir completamente de acuerdo con la generosidad, la sabiduría y el amor de Dios, incluso cuando nos dice lo que debemos creer y cómo actuar. Esto significa que si el Evangelio se presenta simplemente como información sobre Dios y la ley moral, este revela nuestros errores y pecados pero es impotente para transformar nuestras vidas.

Con demasiada frecuencia, el Evangelio ha sido presentado o recibido de esa manera tan débil. Cuando esto sucede, las discrepancias entre la llamada de Jesús a la santidad y las duras realidades de la vida parecen insuperables. Esa tensión puede conducir a la ansiedad, el miedo, el autodesprecio, el resentimiento o los esfuerzos por alterar el Evangelio para que se adapte a nuestras vidas. Estos no son caminos sanos ni auténticos.

No es de extrañar, entonces, que algunas formas antiguas de cristianismo, como el catolicismo jansenista y el protestantismo puritano, produjeran una variedad de devociones legalistas y cargados de culpa. También es fácil ver por qué las reacciones a esos movimientos condujeron a nuevas formas progresistas de cristianismo que promueven espiritualidades relativistas y de autoafirmación.

Para ser vivificante, la presentación y recepción del Evangelio debe centrarse en Jesús: Dios Hijo, nacido de María, crucificado y resucitado a la derecha del Padre. Cristo no es una construcción teológica o sociológica que se pueda analizar o adaptar según preferencias o paradigmas cambiantes. Es una persona concreta y viva que ha venido a habitar en nosotros, uniéndonos así a la Santísima Trinidad como miembros de su propio Cuerpo y Esposa. Jesús es en sí mismo el único camino a seguir.

Por el bautismo en Cristo, Dios habita en nosotros y nos llena de todos los dones que necesitamos para compartir su vida divina. A pesar de nuestra condición caída, ahora somos capaces de vivir según su generosidad, sabiduría y amor. Esta «divinización» (que los ortodoxos llaman teosis) nos permite afrontar las discrepancias que surgen entre nuestra vida y el Evangelio -entre nosotros y Jesús, entre el mundo y el Reino- sin miedo, sin ira y sin necesidad de alterar la Buena Noticia. Aunque todavía no estamos perfeccionados, hemos sido verdaderamente transformados y liberados para la vida abundante que Cristo prometió.

¡Y qué vida es! Así como Eva compartió la vida y el trabajo con Adán, los que están unidos a Jesús comparten su vida y su trabajo. No sólo somos obra de Dios, sino que nos hemos convertido en sus colaboradores. En Cristo, somos capaces de entregarnos al servicio de Dios y del prójimo, lo que da gloria a la Trinidad y favorece la salvación de todo el género humano. (Flp 2,5-13; Col 1,24)

Mientras permanezcamos en Jesús, él actúa en, con y a través de nosotros. La vida eterna ha comenzado en medio de las alegrías y las penas de la vida terrenal. Pase lo que pase, bueno o malo, encontramos a Cristo ahí para fortalecernos y acercarnos a Él. Por lo tanto, nada puede separarnos de Él, salvo que lo rechacemos al negarnos a admitir el error, arrepentirnos de los pecados y vivir de acuerdo con su amor. Todo lo que tenemos que hacer es caminar con Él en la senda que nos marca al tratar con las personas y las circunstancias de la vida.

Por muchas razones, esta comprensión nupcial y participativa de Jesús, de su Evangelio y de nuestra nueva vida en Él se ha oscurecido o eclipsado para la mayoría de los cristianos. Esto no les priva de la gracia de Dios ni de la esperanza de salvación, ya que pueden seguir unidos a Cristo. Sin embargo, les priva de la vida abundante que Él ofrece y distorsiona su testimonio, lo que les perjudica a ellos, a sus familias y al mundo.

Esta crisis no es simplemente el resultado del pecado personal. Incluso los errores inocentes sobre Jesús -su propósito, y lo que estamos llamados a ser- nos dañan a nosotros y a los demás. Si se emiten opiniones venenosas o malos consejos, la sinceridad no disminuye el daño. Debido a que hemos perdido de vista el corazón del Evangelio, muchos cristianos están dando involuntariamente un testimonio defectuoso -y a veces dañino- a los demás, a nuestros hijos y a nuestros vecinos.

La gravedad de la crisis se intensifica para los cristianos de Occidente por el ascenso de fuerzas culturales equivocadas como el secularismo radical (que separa la vida de Dios y su amor), el individualismo autónomo (que afirma que creamos nuestra propia identidad) y la conciencia privada (que determina la moralidad de forma subjetiva). Todo ello ha influido negativamente en la visión del mundo de muchos cristianos, cuyas opiniones y comportamiento se alinean ahora a menudo con sus compañeros no creyentes de la derecha o la izquierda política.

Si queremos hacer frente a las crisis a las que se enfrentan la Iglesia y las sociedades occidentales, tenemos que redescubrir a Jesús y la vida que vino a traernos. Los esfuerzos por informarnos sobre los problemas eclesiales y culturales y por poner en marcha estrategias para resolverlos no pueden dar fruto si no estamos profunda e intencionadamente arraigados en Cristo. No tendremos la visión y la esperanza necesarias para responder a nuestros propios errores y pecados, y mucho menos a los de nuestras familias y el mundo.

Nuestra unión nupcial y participativa con Jesús es el corazón del Evangelio. Como tal, es el único camino a seguir, independientemente de a dónde nos lleven las crisis actuales.

En un esfuerzo por introducir a los católicos y a otros cristianos en esta antigua comprensión de la nueva vida y misión que hemos recibido, he escrito  As I Have Loved You: Rediscovering Our Salvation in Christ, que acaba de ser publicado por Emmaus Road. Mi plegaria es que nos ayude a reconocer su amor y la obra que está realizando en, con y para nosotros, nuestros seres queridos, y nuestra atribulada Iglesia y el mundo.

Acerca del autor:

Padre Timothy V. Vaverek, doctor en Teología Sagrada, ha sido sacerdote de la Diócesis de Austin desde 1985 y actualmente es párroco de la parroquia de Asunción en la ciudad de West. Sus estudios fueron en Dogmática con énfasis en Eclesiología, Ministerio Apostólico, Newman y Ecumenismo. Su nuevo libro es As I Have Loved You: Rediscovering Our Salvation in Christ  (Emmaus Road Publishing). Haga clic aquí para ver la entrevista de Scott Hahn al p. Vaverek acerca del libro.

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