Por Brad Miner
Tuve el honor y el placer de editar el primer libro «importante» de la Madre Angélica (escrito con Christine Allison), llamado Mother Angelica’s Answers Not Promises (1987). Yo era editor de Harper & Row Publishers (ahora HarperCollins) en ese momento. Fue el único libro católico que hice, debido a que en la empresa se suponía que otra división (Harper San Francisco) manejaba y editaba este tipo de libros. Sin embargo, en este caso, el agente pensó que la orientación “liberacionista” de la Costa Oeste no era la correcta para la Madre, mientras que yo – uno de los pocos católicos conservadores en las publicaciones de New York – era el hombre adecuado para el trabajo.
Pasé unos días felices con la Madre en Irondale, Alabama, y más tarde tuvimos algunas conversaciones telefónicas muy agradables: ella en su monasterio y yo en mi oficina de Nueva York. Se suponía que esas conversaciones serían sobre el libro, aunque en verdad la mayoría de ellas trataban sobre mi vida en Cristo.
Por aquellos días yo era un madrugador y se suponía que debía entrar a la oficina en el centro de Manhattan antes que todos los demás – antes de las 7 am – y la Madre Angélica sabía esto y llamaría a charlar.
«Dime lo que está haciendo ahora, Brad.»
«Tomo mi cuarta taza de café.»
Ella preguntó acerca de mi esposa (embarazada por primera vez), quería saber en qué otros proyectos de libros estaba trabajando y estaba fascinada por la variedad de temas que cubríamos: de biografías a temas políticos, y cualquier otro rubro que pensásemos podríamos vender. Pero también estaba preocupada por los problemas que yo estaba teniendo al convencer a mis colegas de que el discurso político también debería incluir el conservadurismo.
Le dije que todos los libros conservadores que propuse obtuvieron la misma respuesta: “Queremos hacer libros conservadores, Brad, pero no este…”
Rita Antoinette Rizzo era una mujer inflexible, santa. Nos llevamos bien desde el principio, en parte porque los dos éramos castaños de nacimiento. Las personas del medio oeste son personas sencillas que saben cómo trabajar duro y desde luego aprendieron esa lección desde el principio.
“Sé persistente”, me aconsejó ella.
Ella sí que era, a pesar de que para mí eso nunca fue evidente, esta pequeña mujer que logró construir la mayor red de televisión católica del mundo. El trabajo duro y la persistencia eran ciertamente parte de ello, pero el mundo – lo que el Eternal Word Television Network cubre ahora – es muy injusto con los “restos” de las personas y empresas que se esfuerzan y trabajan con todas sus fuerzas.
Por eso yo estaba (y lo sigo estando) convencido de que los ángeles guiaban a esta mujer. Ella tenía esa misma convicción, por lo que llamó a su monasterio Nuestra Señora de los Ángeles. ¿De qué otra forma sino, ella podría haber sobrevivido al día a día, mes a mes, año a año, década a década, sin haber sabido que su apostolado sobreviviría o mucho menos que prosperaría?
Pero lo que más recuerdo fue una conversación que tuve con ella en el monasterio – la última reunión cara a cara que tuvimos. Era sólo la Madre y yo. Ella agarró mi mano y por enésima vez, al parecer, quería saber cómo estaba. Ahora supongo que no pensaba en mí en todo momento, pero era ese tipo de persona (y creo que esto es una característica de las personas santas) que estaba completamente centrada en uno cuando estaba en sus pensamientos o sentado junto a ella en un sofá, como yo estaba en ese momento.
«¿Qué te disturba de ahí afuera?», preguntó ella, refiriéndose al mundo de ahí afuera.
Me encogí de hombros.
«El sexo», admití.
Ella asintió. El adulterio no era mi problema, ella entendía, sólo lo era la omnipresencia de imágenes sexuales en la vida estadounidense: el constante bombardeo de diversos medios de comunicación anunciando vicio como virtud.
«No es fácil ser un hombre, ¿verdad?»
En verdad no tenía ningún sustento para afirmar eso, incluso tampoco creía que fuese tan difícil para un hombre que orase mucho.
«Deberías escribir un libro sobre esto,» dijo ella, y una docena de años más tarde lo hice.
Una de las hermanas entró a la habitación en la que estábamos para decir que el taxi había llegado para llevarme al aeropuerto y yo debería darme prisa, porque mi avión salía en menos de una hora.
Pero la madre dijo: “Espera un poco más de tiempo.”
No voy a citarla con exactitud, porque lo que pasó entre nosotros fue sólo entre nosotros, pero ella me dijo que nada sería más importante para mi salvación que la santidad de mi matrimonio. Su experiencia de niña del divorcio le dio sensibilidad y visión especial de la belleza del matrimonio para toda la vida y sus beneficios inefables para el marido, mujer y niños.
Y llegué al aeropuerto tarde, aunque el avión se había retrasado, y era uno de esos días (y lugar) donde no tenían ningún problema en abrir la puerta de la cabina para dejar a un pasajero retrasado ingresar a bordo.
La agente de la puerta me dijo: “¿Día duro?”
“No”, dije, “ha sido un gran día – por eso se me hizo tarde. Aunque estoy estresado porque estaba seguro de que había perdido el vuelo”.
“Se la solución perfecta para ello”, dijo ella, y me mandó a primera clase.
Y en un viaje muy relajante a LaGuardia pensé en lo que la Madre Angélica me había dicho. Había sido completamente serio tres años atrás al jurarle fidelidad a mi novia, pero ahora sentía una convicción profunda: no sólo hasta la muerte, sino que incluso la muerte era preferible al divorcio.
Por eso y mucho más, Madre, gracias.
Acerca del autor: Brad Miner es editor en jefe de The Catholic Thing, investigador principal del Instituto Fe y Razón, y miembro del Consejo de Ayuda a la Iglesia que Sufre de EE.UU. Es ex editor literario del National Review. Su libro, The Gentleman Compleat, está disponible en audio y como aplicación para el iPhone.