Por Brad Miner
Originalmente fue llamado «La ciudad de los pequeños hombres», cuando el P. Edward J. Flanagan, nacido en Irlanda, fundó en 1917 un refugio para niños huérfanos y problemáticos en las calles 25 y Dodge en Omaha. Unos años más tarde se convirtió en Boys Town (La Ciudad de los Muchachos), cuando el P. Flanagan compró una granja, una inversión necesaria debido al aumento del número de niños bajo su cuidado, que pasó de unos pocos a varios cientos. Para la década de 1960, la población de Boys Town alcanzó su punto máximo con 880 niños.
Una nueva película documental, que se estrena el 8 de octubre en una única función a nivel nacional a través de Fathom Events, parece estar destinada a impulsar la causa de canonización del Siervo de Dios, el P. Flanagan. Seguramente ayudará, ya que las personas que vean el documental se inspirarán en la historia de este gran hombre y comenzarán a orar por su intercesión.
Edward Joseph Flanagan nació en 1886 en Leabeg, Condado de Roscommon, emigró a los Estados Unidos en 1904 y fue educado en Mount St. Mary’s College, en Maryland. Luego fue a Dunwoodie, como lo llamamos los neoyorquinos: el Seminario de St. Joseph, en la sección de Dunwoodie en Yonkers, NY, que en ese entonces era conocido como el West Point de los seminarios estadounidenses.
Pasó un tiempo en la Universidad Gregoriana en Roma en 1908, pero se vio obligado a hacer una pausa debido a problemas de salud. (Había lidiado con problemas respiratorios y cardíacos desde su nacimiento). Su viaje continuó, en el lugar más inesperado, en la Universidad Real Imperial Leopoldo Francisco en Innsbruck, Austria, en parte porque se asumía que el aire de montaña sería bueno para sus pulmones. Fue ordenado allí en 1912.
Regresó a América y se unió a su hermano mayor, Patrick, también sacerdote, y a su hermana, Nellie, en Omaha.
Por supuesto, el P. Edward Flanagan es conocido no solo por haber fundado Boys Town, sino también por insistir en que “no existe tal cosa como un niño malo”. Con esto, se refería al momento de nacer. Algunos de los niños que llegaban a él habían hecho cosas malas, pero él creía que el modelo de escuelas correccionales, entonces popular casi en todas partes –incluyendo en su Irlanda natal, en los borstals–, no solo era cruel, sino también ineficaz para lograr una verdadera reforma del carácter de un niño.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Flanagan visitó Irlanda, donde su fama lo precedía. Fue ensalzado como un gran hombre, el orgullo de su tierra natal, hasta que visitó algunos de esos borstals.
Como escribe Niall O’Dowd en Irish Central:
Aquellos que buscaban las semillas de lo que luego se convertiría en la casi destrucción de la Iglesia irlandesa debido al maltrato y abuso de niños, las habrían encontrado en la voz clarinada de Monseñor Edward Joseph Flanagan, el fundador de Boys Town, hecho famoso por la película de Spencer Tracy del mismo nombre…
Quizás aquellos que gestionaron su visita a Irlanda no estaban familiarizados con la filosofía que Flanagan utilizaba en Boys Town: expectativas altas, respeto a los niños, énfasis en la educación, el deporte y la camaradería, todo lo cual se oponía totalmente a los castigos draconianos en las escuelas correccionales que sus anfitriones irlandeses le mostraban con orgullo, y de los cuales él quedó horrorizado. Lo dijo públicamente (lo llamó «una desgracia para la nación») y pasó de ser elogiado como héroe a ser condenado como traidor.
Durante la guerra, Monseñor Flanagan también habló en contra de la injusticia de los campos de internamiento en Estados Unidos para ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa. Después de su ya mencionada visita a Irlanda, visitó Japón y Europa para ofrecer su experiencia en los esfuerzos para ayudar a los niños sin padres, especialmente a las víctimas japonesas de las dos explosiones atómicas y a los sobrevivientes huérfanos de los bombardeos masivos en Alemania.
Estos viajes le pasaron factura a un hombre cuya salud nunca fue buena, y murió de un ataque al corazón en Berlín el 15 de mayo de 1948. Tenía 61 años.
Boys Town nunca fue una utopía y, después de la muerte de Flanagan, también ha tenido que lidiar con lapsos morales ocasionales entre aquellos encargados de cuidar a los niños –y niñas. (Las niñas comenzaron a ser admitidas en 1979).
Todo eso, los abusos que han manchado al catolicismo en todas partes, no tiene nada que ver con Edward J. Flanagan. Y, aunque maravillosas, las películas no son la razón de la popularidad o la santidad de Flanagan. No le debe su fama ni su causa de canonización a las dos películas protagonizadas por el ganador del Oscar Spencer Tracy: «Boys Town» (1938) y «Men of Boys Town» (1941).
Pero, sin duda, fue una era en la que el catolicismo pasó de ser visto por los protestantes nativistas como una amenaza extranjera al «American Way«, a ser lo mejor que Estados Unidos tenía para ofrecer. Después de esas películas de «Boys Town«, dirigidas por Norman Taurog, vinieron «The Song of Bernadette» (1943) de Henry King; «Going My Way» (1944) y «The Bells of St. Mary’s» (1945), ambas de Leo McCarey; y «Come to the Stable» (1949) de Henry Koster.
Fue también un período que vio el ascenso de directores católicos como McCarey, John Ford y Frank Capra, y de actores católicos como Tracy, James Cagney, Claudette Colbert, Bing Crosby, Pat O’Brien, Helen Hayes y Maureen O’Hara, por nombrar solo algunos. No todos ellos eran “buenos” católicos, excepto en la pantalla.
La primera película de “Boys Town” no fue el génesis de esta ascendencia cinematográfica católica, y a estas alturas no importa en la causa de canonización del P. Flanagan. Aún así, si yo fuera programador en Turner Classic Movies, y ciertamente en EWTN, consideraría traer de vuelta las películas de «Boys Town«, si los derechos lo permiten.
Heart of a Servant: the Father Flanagan Story (tráiler teatral aquí) está dirigida por Robert Kaczmarek y Daniel Gebert, y narrada por Jonathan Roumie, famoso por su papel en “The Chosen”. El documental defiende con éxito su caso: el P. Flanagan seguramente fue un santo. Ahora solo faltan los milagros.
Y ya que estoy haciendo sugerencias, Hollywood podría considerar hacer una película biográfica sobre el Siervo de Dios Flanagan y elegir a un actor irlandés alto, con gafas, para interpretarlo. Probablemente no encuentren otro Spencer Tracy de todos modos, y estamos en una era de mayor verosimilitud en el reparto.
En cualquier caso, ¿quién sabe? ¡Tal película podría provocar un renacimiento cinematográfico católico, y eso sería un milagro en sí mismo!
Acerca del autor
Brad Miner es el editor principal de The Catholic Thing y Senior Fellow del Instituto Fe y Razón. Fue editor literario de la National Review. Su libro más reciente es Sons of St. Patrick, escrito junto con George J. Marlin. Su éxito de ventas The Compleat Gentleman está disponible ahora en una tercera edición revisada de Regnery Gateway y también está disponible en una edición de audio de Audible (narrada por Bob Souer). El Sr. Miner ha sido miembro del consejo de Aid to the Church In Need USA y también de la junta del Sistema de Servicio Selectivo en el condado de Westchester, NY.