¿Nada por lo que matar o morir?

Et in Arcadia ego. . . The “Imagine” album cover by Yoko Ono, 1971 [image via Wikipedia]
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Por David Warren

En el siempre popular “himno a la mediocridad” de John Lennon (mi título alternativo para esta canción necia), las ventajas de una vida no dramática y poco interesante se enumeran rápidamente:

Imagine there’s no heaven
It’s easy if you try
No hell below us
Above us only sky. . .

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Nada por lo que matar o morir
Y ninguna religión también
Imagina a toda la gente
Viviendo la vida en paz. . .

Y así sucesivamente. El odio sería abolido, junto con las guerras de todo tipo, por ejemplo esa “guerra contra las drogas”. Y sin religión, por supuesto, no podría haber guerras religiosas. El mal, además, desaparecería con este “fin de la historia” que describen todos los utopistas; así, tampoco habría castigos ni juicios por crímenes de guerra.

El hippie-trippie debe notar que el karma también desaparecerá, junto con todo lo demás que ya no sea necesario. Eso, en sí mismo, debería ahorrarnos la mayoría de los irritantes videos de YouTube.

Et in Arcadia ego… Yo también fui un niño en los años sesenta, hace mucho tiempo.

O, como descubren los lectores de Brideshead Revisited de Evelyn Waugh, este mensaje clásico y cristiano en latín está inscrito en un sarcófago en la cripta familiar, sobre el cual se representa un cráneo humano.

Porque incluso en Arcadia, y en los años sesenta, la muerte estaba allí; e incluso en el centro mismo de la mediocridad, está la muerte, esperando con impaciencia.

Pero volvamos a la rockola:

I hope someday you’ll join us
And the world will live as one.

Sí, el himno está declarando que te unirás y debes unirte a nosotros, en una muerte adormecida. Todo el universo está esperando tu extinción. Porque eso es a lo que todo se reduce, al final: la “muerte térmica del universo”, o a alguna otra temperatura, según las teorías físicas cambiantes. Pero sea como sea, no tendremos que sentir dolor, porque todo sentimiento es ilusorio o transitorio, según los expertos.

Algo puede parecer estar ocurriendo ahora, pero todo está en tu mente, y no dejará rastro después de apenas unos siglos. Ni siquiera será imaginado.

Y sin embargo, yo imagino, desafiante, una noche oscura del alma, que, según se deduce de Meister Eckhart y San Juan de la Cruz, no es una celebración de la mediocridad, ni siquiera, siendo sinceros, una celebración.

Esta sigue siendo la principal alternativa a “Imagine”, salvo que la canción no continúa por el camino místico. Su inutilidad se hace evidente en este contexto, y somos perfectamente libres de odiarla, y de odiar muchas otras cosas que dejaremos atrás cuando hagamos la transición hacia una muerte mística.

Es algo que quizás no podamos imaginar, aunque sobrevivamos, en una vida terrenal que anticipa la inmortal.

Ahora bien, si inmediatamente nos volvemos del “himno a la mediocridad” hacia la a veces desagradable realidad cristiana que éste rechaza, y observamos la historia a través de esta lente, regresamos, con gusto, al odio.

De hecho, lo recibimos por todos lados, así como Cristo lo recibió de todas partes, y desde todas direcciones, excepto de Él mismo.

Su destino fue lo opuesto al “paz, amor, todo chévere” que nos prometen las canciones pop, y que con frecuencia es presentado también por otros brotes de “mediocridad religiosa”.

Porque cuando el Amor se presenta por sí solo, como si fuera toda la historia, la historia completa retrocede hacia una nada insípida y vacía.

Es en el contraste con el odio que el amor se hace visible, o, por así decirlo, imaginable. También diría que un universo vacío no puede ser creativo, a diferencia de uno hecho por Dios.

El odio es tan necesario como el amor, y visto desde aquí abajo, es igualmente imposible de erradicar. Esto también es cierto dentro de toda criatura aquí abajo, desde la Caída del Hombre, y si eso se olvidara mientras caminamos una vez más por el paraíso edénico, seríamos mordidos por las serpientes.

De hecho, podría decirse que el Odio sería imposible sin el Amor, y viceversa, como el Mal es imposible sin el Bien.

Tiene un papel dialéctico que desempeñar, en esta esfera sublunar, donde los opuestos tanto se atraen como se repelen, y esto ha sido así desde el principio. O para citar un siempre popular himno estadounidense: “As He died to make men holy, let us die to make men free” (que ha sido mediocrizado como: “Let us live to make men free”).

En mi experiencia, la mediocridad se irrita con las paradojas, y sin embargo, como todo arte y literatura están llenos de paradojas, todo ello necesita ser suprimido o “reimaginado”.

Ésta es la extraña “pasión” de esa mediocridad: suprimir toda pasión. En el mejor de los casos, se explica y asimila dentro del budismo, pero allí, explícitamente, como aspiración santa.

Porque en el arte y la poesía real del budismo, hay drama, y en el corazón de ese drama, está la Muerte.

También en el antiguo karma indio, eso que nunca será tan fácilmente borrado: en la acción, el trabajo y el hecho. Un budista serio tendría casi tanto desprecio por el difunto John Lennon como un cristiano serio. (Imaginemos qué están imaginando los musulmanes serios).

Y sin embargo, la Muerte, el “yo” de Et in Arcadia ego, está también en el corazón de la mediocridad, por muy inofensiva que la hayas hecho.

A medida que uno envejece, llega a comprender que la Muerte está, efectivamente, en todas partes. Es ineludible, pero además, es demostrablemente real. Incluso John Lennon ha muerto, aunque con la IA tal vez pueda ser contratado para conciertos adicionales.

Uno llega a comprender, aunque sea racionalmente, que incluso si nos negamos a afrontar la realidad de la Muerte, ella se enfrenta con nosotros. Y que en la Danza de la Muerte, nosotros también siempre tendremos un número.

Porque tengas o no algo por lo que morir, morirás.

No necesitás adaptarte a esa danza, porque ella se adaptará a vos; incluso si pensabas que la fama te eximía. Porque cada uno de nosotros debe una muerte, y será cobrada.

Y la verdad es que nuestro Salvador fue Crucificado. Y fuimos nosotros, los mediocres, quienes lo clavamos allí.

Acerca del autor

David Warren es exeditor de la revista The Idler y columnista en periódicos canadienses. Tiene amplia experiencia en el Cercano y Lejano Oriente. Su blog, Essays in Idleness, ahora se encuentra en: davidwarrenonline.com.

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