Francisco, la misericordia y la verdad

April 12, 2025: Pope Francis prays before the icon of the Virgin Mary, Salus Populi Romani, in the Basilica of Saint Mary Major in Rome, which will be the place of his interment. [Vatican News photo]
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Por Robert Royal

Los científicos afirman que, cuando ocurre un terremoto fuerte, a veces provoca un leve desplazamiento en la rotación de la Tierra, alterando incluso mínimamente la forma del planeta y la duración del día. En cambio, a menudo parece que la Iglesia católica y el papado en estos últimos tiempos ejercen una influencia débil y no siempre útil en el mundo. Pero cuando el Papa Francisco murió ayer, fue imposible no notar que, por encima de todo el bullicio periodístico, la muerte de un Papa sigue sacudiendo al mundo. Incluso los medios profundamente seculares y con frecuencia anticatólicos lo reconocen.

Este interregno papal es un tiempo especial para que los católicos piensen y actúen como católicos. En los próximos días, sería una excelente disciplina espiritual, por ejemplo, ignorar lo que la mayoría de los medios de comunicación seculares digan en elogio o crítica del Papa, y reflexionar profundamente sobre la presencia de Dios en su Iglesia a lo largo del tiempo y el papel particular que Él ha asignado a los sucesores de Pedro. No todos ellos fueron hombres admirables. Algunos ni siquiera fueron muy cristianos. Unos pocos fueron sabios. Menos aún verdaderamente grandes. Pero todos pertenecen a un orden espiritual de la realidad que trasciende las categorías usuales con las que medimos a los líderes mundiales.

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Sí, por supuesto, uno puede intentar aplicar criterios políticos a un Papa. Pero eso casi siempre conduce a la superficialidad y la necedad. La noción, por ejemplo, de que los conservadores se opusieron a Francisco mientras que los progresistas lo amaban por sus críticas al capitalismo y su defensa de los migrantes y del medioambiente —por cierto, también preocupaciones centrales del Papa “conservador” Juan Pablo II (véase Centesimus Annus) y Benedicto XVI (en particular, el hermoso libro de Ratzinger En el principio)— es absurda. Esa es la clase de caracterización que usan los periodistas perezosos que ven todo a través de lentes políticos simplistas para llenar espacio vacío.

Todo eso puede dejarse de lado, y en su lugar, un católico debería orar por el descanso del alma de un hermano cristiano —un Papa, sin duda, y por tanto, para un católico, una figura especial de respeto y afecto, pese a sus defectos y fracasos. Y en cuanto a los efectos a largo plazo de su pontificado, lo mejor es dejar eso al juicio del tiempo más que a los titulares.

Por ejemplo, Francisco ha sido frecuentemente y vuelve a ser ahora presentado como un “reformador”, el encargo que le dieron desde un principio los Cardenales que lo eligieron. Francisco alteró el funcionamiento de las oficinas curiales vaticanas, pero si eso fue una reforma útil o simplemente “hacer lío”, solo el tiempo lo dirá. El sistema financiero del Vaticano también podría haber sido saneado en gran parte por el Cardenal Pell, quien me dijo en privado poco antes de morir que todo estaba listo, hasta que él y otros fueron abruptamente apartados sin una explicación convincente.

De modo similar, los escándalos sexuales llevaron a la publicación de algunos documentos y a ciertos esfuerzos débiles destinados a lograr una “reforma” de algún tipo. Pero incluso sin mencionar aquí todos los nombres —aunque sí debe especificarse el del monstruoso Marko Rupnik—, hubo una nube de amigos de Francisco acusados de faltas graves, algunos incluso condenados por autoridades civiles, que fueron protegidos y, en algunos casos, acogidos en Roma. Aún esperamos el ajuste de cuentas necesario para erradicar lo que solo puede llamarse una red afín a la homosexualidad que disminuye el perfil espiritual de la Iglesia.

Para quien escribe, lo emblemático del pontificado de Bergoglio fue su intento en 2019, en gran parte fallido (Deo gratias), de cambiar las palabras de la oración que nos enseñó Jesús: el Padre Nuestro. La versión en español es una mala traducción: no nos dejes caer en la tentación. Nuestra versión en inglés se acerca mucho más a las palabras reales del Señor: καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν —literalmente, “no nos introduzcas en”—; uno podría decir “no nos lleves a una prueba” en vez de a “una tentación”, pero no hay en absoluto “caer” ni “dejar”. Francisco creía que Dios no lleva a nadie a la tentación. Pero los expertos en lenguas clásicas, la mayoría no católicos, señalaron el significado correcto de las palabras. Los biblistas nos recordaron que Mateo escribió (4,1): “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”.

Como se quiera interpretar, cambiar las palabras —aunque difíciles— de Dios mismo porque a uno no le gusta la idea de que Dios pone a prueba a las personas no deja bien parado a un Papa. Uno entiende el deseo del Papa de presentar el inmenso amor de Dios por su pueblo en medio de un mundo insensible y brutal. Y gran parte del afecto que la gente sentía por él se debía al carisma que le permitía proyectar sus simpatías por doquier. Pero ¿a costa de las propias palabras del Señor cuando los Apóstoles le pidieron que les enseñara a orar?

Pero ese fue Francisco.

Este es un tiempo para la reflexión sobria y la renovada esperanza para la Iglesia en el mundo. Como también lo fue la elección de Jorge Mario Bergoglio hace doce años. Quien observe el profundo desorden de nuestro mundo actual no puede evitar sentir que nuestro tiempo necesita un catolicismo firme —incluso urgente— en sus enseñanzas sobre esta vida y la venidera. En particular, los jóvenes parecían estar respondiendo a ese aspecto de la Fe esta Pascua. Pero al mismo tiempo, también necesitamos desesperadamente la misericordia universal y el afecto que tanto marcaron el pontificado de Francisco. Cabezas claras y corazones cálidos. Un pontífice que pueda hablar a ambos aspectos. ¿Y dónde puede hallarse una figura así?

Uno reza con el salmista (85,10 ss.) con la esperanza de un día en que:

“La misericordia y la verdad se han encontrado,
la justicia y la paz se han besado.
La verdad brotará de la tierra,
y la justicia mirará desde el cielo.
Sí, el Señor dará el bien,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia irá delante de él
y señalará el camino de sus pasos.”

Acerca del autor

Robert Royal es editor en jefe de The Catholic Thing y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Sus libros más recientes son Columbus and the Crisis of the West y A Deeper Vision: The Catholic Intellectual Tradition in the Twentieth Century.

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