¿Es bueno que el hombre esté solo hoy?

John Paul II blesses a married couple (Scotland, 1982)
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Por John M. Grondelski

Los medios de comunicación se inquietan intermitentemente ante el declive del matrimonio en la sociedad estadounidense. Muchos factores intervienen en este fenómeno: la confusión sobre la definición misma de “matrimonio” y su sustitución por sucedáneos artificiales; la inseguridad económica que disuade a los jóvenes, especialmente a los hombres, de ingresar en la vida adulta; la separación entre la vida “adulta” y la “profesional”, marcada por diferencias de género; expectativas distintas y a menudo poco realistas sobre el matrimonio; el debilitamiento del compromiso religioso, expresado en el matrimonio religioso con alguien de la misma fe, etc.

Todos estos factores alimentan el eclipse del matrimonio. Pero quizás haya otro más que simplemente no tomamos en cuenta porque, como el aire que respiramos, nos afecta sin que lo notemos. Se trata de cómo concebimos a la persona humana “normal”. ¿La persona “normal” está naturalmente situada en una comunión de personas como el matrimonio, o es un individualista resistente para quien el matrimonio es quizás un “accesorio” y no un “cumplimiento”?

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Génesis 2,18 enseña: “No es bueno que el hombre (ha’adam, הָאָדָם) esté solo.” Dos cosas son notables en este pasaje. La primera es el hablante: Dios. No es “el hombre” quien reconoce su soledad, mucho menos sus carencias. Es Dios quien pronuncia con autoridad que estar solo “no es bueno” (una de las pocas veces en el Génesis que algo no se califica como “bueno”).

La segunda es: ¿quién es este “hombre”? La lectura habitual es la del varón sin la mujer. De hecho, incluso hemos tomado el sustantivo colectivo hebreo para “hombre” – adam – y lo hemos convertido en su nombre propio: Adán.

La Teología del cuerpo de san Juan Pablo II lleva esta cuestión aún más lejos. En este estado de soledad original, ¿es el “hombre” el varón – o el ser humano? ¿Puede el “hombre” saber lo que significa ser “hombre” antes del contraste complementario con la “mujer”? El “hombre” conoce las cosas de forma negativa, es decir, que en el desfile de la creación presentado por Dios al estilo del Dr. Dolittle, no hay “compañera adecuada”. Dios dice que “no es bueno”. Pero, ¿lo reconoce Adán como “no bueno” o simplemente como “inexistente”? ¿Es un reconocimiento consciente? ¿Visceral? ¿Ninguno? ¿Ambos?

Dios remedia la situación “no buena” del hombre con la creación de la mujer, lo cual –como señaló Juan Pablo II– establece claramente la experiencia de “varón” y “mujer”, reafirmando que la diferenciación sexual no es algo incidental o sin valor para la antropología humana. Mi pregunta es: ¿tienen los hombres y mujeres modernos esa misma experiencia de “varón” y “mujer”?

¿Los varones estadounidenses de entre 20 y 30 años que viven en los sótanos de las casas de sus padres sienten que “no es bueno” estar solos, o lo ven como algo opcional, indiferente? ¿Las mujeres estadounidenses de la misma edad, a menudo mejor formadas y más rápidas en incorporarse al mercado laboral que sus pares masculinos, consideran estar con otro como una especie de sine qua non, algo esencialmente “bueno”?

Tomando prestado el lenguaje de Brad Wilcox sobre la paternidad, ¿consideran esas mujeres el matrimonio como una “piedra angular” necesaria para construir una “buena” vida, o como una “corona”, un logro decorativo en el currículum de la vida?

Hubo un tiempo en que los padres empujaban –sutil o no tan sutilmente– a sus hijos hacia el matrimonio. A las jóvenes se les preguntaba con frecuencia: “¿Estás saliendo con alguien?”, “¿Cuándo te vas a casar?”, “¿Qué estás esperando?”, “¿Vamos a tener nietos algún día?”

Pero esas preguntas no eran exclusivas de las mujeres: los varones jóvenes también las recibían, junto con expectativas socioculturales como “¿Cuándo vas a conseguir trabajo para independizarte?” – lo cual no significaba tanto estar “solo” como estar con un cónyuge en una relación adulta. (Nótese que la expectativa era: “¿Cuándo vas a conseguir trabajo?”, no necesariamente “¿cuándo obtendrás un título?”).

Estos impulsos parentales hacia el matrimonio todavía existen, aunque suelen ser más atenuados o simplemente se expresan en términos de “elección”. Quien escribe también es lo suficientemente mayor para recordar cuando el “estado de vida” para un católico significaba estar casado o en la vida religiosa formal. No fue sino hasta los años setenta que se comenzó realmente a hablar de “matrimonio, vida religiosa o soltería”.

Pero quizás deberíamos explorar ese cambio. Siempre me pareció algo fuera de sintonía con “no es bueno que el hombre esté solo”. El matrimonio, que era el estado natural para la mayoría de las personas, respondía a esa carencia. Pero también lo hacía la vida religiosa, al menos si se entendía correctamente como paternidad o maternidad espiritual. Tal vez cuando empezamos a pensar el celibato como “soltería”, al tiempo que se minimizaba su significado de paternidad espiritual, comenzó a profundizarse nuestra crisis vocacional.

Los defensores de la “vida soltera” querían una redefinición, insistiendo en que fuera reconocida como una identidad afirmativa, positiva y autónoma al mismo nivel que el matrimonio o la vida religiosa. Señalaban al soltero que se “comprometía” generosamente con su trabajo, por ejemplo, el médico o enfermero abnegado.

Pero el hombre no vive solo de su empleo.

La cultura estadounidense, enraizada en falsas antropologías ilustradas del contrato social que ven la comunidad humana como algo opcional en el mejor de los casos y alienante en el peor, no hace sino reforzar este individualismo radical. Y no se trata solo de filosofía elevada. La teología protestante ensalza una cristiandad donde Jesús es un Salvador “personal” y las instituciones (Iglesia, sacramentos) son elementos accesorios. Desde Horatio Alger hasta el vaquero Marlboro solo en medio de los Tetones, pasando por Frank Sinatra cantando “I did it my way”, la cultura occidental –y especialmente la estadounidense– exalta el individualismo y considera los vínculos que nos unen como obstáculos para la realización y la libertad humanas.

Quizás una de las razones de nuestra crisis matrimonial actual sea el efecto acumulado de estos gases culturales, que socavan la verdad de Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo”. Y, en medio de la confusión de la ideología de género, ¿ha perdido el hombre moderno la conciencia de lo que Juan Pablo II llamaba la “experiencia del varón y la mujer” que surgió cuando Adán conoció a Eva… y cada Harry conoció a su Sally?

¿Es acaso la primera pregunta social de nuestro examen de conciencia: “¿Creo de verdad que Dios tenía razón cuando nos dijo que ‘no es bueno que el hombre esté solo’?”

Acerca del autor

John Grondelski (Ph.D., Fordham) fue decano asociado de la Escuela de Teología de la Seton Hall University, en South Orange, Nueva Jersey. Todas las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

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