Por Michael Pakaluk
Cuando María visitó a Isabel, si hubieras estado presente y les hubieras preguntado: “¿Dónde está el Señor? ¿Quién es el Señor?”, ambas habrían señalado el vientre de María y habrían dicho: “Ahí está. Está dentro de María”.
Ellas comprendieron su encuentro, claramente, como una reunión de cuatro personas. “¿Y de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”, pregunta Isabel (Lucas 1,43). No se trataba de que María iba a ser madre, sino que ya lo era, entonces, de el Señor, al igual que Isabel ya era madre, entonces, de Juan.
Y sin embargo, cada madre era también consciente de que ella, con sus poderes vivientes, era una especie de mediadora para el pequeño ser que llevaba dentro. Los bebés en el vientre oyen sonidos. Los recién nacidos cuyas madres viven cerca de aeropuertos no tienen dificultad para dormir cuando pasa un avión, porque ya están habituados desde hace tiempo a ese ruido.
Y sin embargo, Lucas se esmera en precisar, y también Isabel transmite el dato, que Juan saltó en su seno no cuando Juan oyó el saludo de María, sino más bien cuando Isabel lo oyó (v. 44).
Este Profeta y Precursor aparentemente se conmueve no por el Señor directamente, sino a través de Isabel, a través de María. El saludo de María, el saludo del Señor; la audición de Isabel, la audición de Juan. Con todo, no son los “cuerpos” de María e Isabel los que median, sino más bien los poderes vivos de sus almas, porque los poderes de oír y hablar son poderes de vida.
Así, cuando María comienza su Magnificat y dice, en una traducción literal, “Mi alma está haciendo crecer al Señor” (como dice estrictamente su lenguaje), se refiere al ser que lleva dentro. Por supuesto que debe ser así, ya que el referente de “el Señor” no pudo haber cambiado desde la declaración de Isabel.
Para Isabel, “el Señor” significaba el ser en el seno de María, de quien ella era madre, y luego María, refiriéndose a ese mismo “Señor”, dice que los poderes vivos de su alma están nutriendo Su crecimiento. Es decir, el Magnificat comienza con el testimonio de María de que Dios crece dentro de ella. (Y puesto que la Escritura es inspirada, no hace falta buscar más para encontrar un fundamento divino del título Theotokos).
Rechazo la visión común de que los dos primeros versículos del Magnificat muestran “paralelismo semita”, es decir, el recurso poético hebreo de decir lo mismo dos veces con ligeras variaciones. ¿Por qué habrían de hacerlo, cuando ese recurso (¡obsérvese bien!) no aparece en ninguna otra parte del Magnificat?
Además, “alma” (psuchē) y “espíritu” (pneuma) no deben asimilarse. Dios y los ángeles santos son espíritus, pero Dios no es un alma, y los ángeles no son almas desencarnadas. Las almas vivifican cuerpos; los espíritus están vivos, en cambio, con vida espiritual e intelectual. “Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del espíritu es espíritu” (Juan 3,6). Pero la carne engendra carne gracias a las almas. El “alma” de María, entonces, es un poder muy distinto de su “espíritu”.
Si María, en el primer versículo del Magnificat, declara que su alma nutre al Señor encarnado dentro de ella, en el segundo versículo contempla serenamente esa realidad en su interior, en su espíritu, y exulta de gozo. El gozo puede definirse como placer en el reconocimiento de un bien presente y poseído. Como Dios es su fin último y su felicidad, ella se regocija en verdad por poseer la felicidad.
Podría haber dicho simplemente: “Mi espíritu se alegra en el Señor”. Sin embargo, lo reemplazó por “Dios mi Salvador”. “Salvador” lo había aprendido del ángel, que le dijo que su hijo se llamaría “Jesús”, que significa “Dios salva”. Pero fue un toque personal suyo decir “mi Salvador”, lo cual muestra que sabía que ella también necesitaba ser salvada, y que fue salvada “retroactivamente”, lo cual la Iglesia siempre ha sostenido, incluso cuando se debatió, durante siglos, si la salvación de María ocurrió en el momento de su concepción, o en algún momento entre entonces y la concepción de Jesús.
En cuanto a que se refiera al “Señor” dentro de ella como también “Dios”: con eso muestra que ella, e Isabel también, no dudaban de que ese ser que crecía dentro de ella era divino, tal como también lo había dicho el ángel.
En el Magnificat, entonces, María primero da testimonio de que Dios crece dentro de ella, y luego expresa su alegría por poseerlo de ese modo.
En el tercer versículo da la causa de su estado: es porque “miró con atención la humillación (tapeinōsis) de su esclava”. La palabra griega que se traduce como “miró con atención” sugiere que Dios la “examinó” y la encontró atractiva. ¿A qué se refería María con este lenguaje?
La mayoría de los traductores interpreta que María se refiere a su humildad habitual, su “bajeza”. Sin embargo, la palabra griega que ella usa (o que Lucas elige para expresar su sentido), por terminar en –ōsis, significa en primer lugar algún proceso o acto de humillación. Compárese: lo que los teólogos llaman la kenōsis de Cristo es, en primer lugar, el acto por el cual Él se vació de sí mismo, para ocupar un estado de bajeza (Filipenses 2,7). Supongamos, entonces, que ella se refiere a un acto concreto de humillación, que Dios miró y admiró. ¿Cuál sería?
María da la pista cuando se refiere a sí misma una vez más como “esclava”. Sin duda fue un profundo acto de humillación que esa esclava dijera: “hágase en mí según tu palabra”. Y Dios respondió a ese acto haciendo que el Espíritu Santo descendiera sobre ella, y que el poder del Altísimo la cubriera con su sombra. María, entonces, en el tercer versículo del Magnificat, con máxima discreción, alude a la concepción del Señor dentro de ella.
Mi alma nutre a Dios.
Mi espíritu se alegra de poseer a Dios.
Dios hizo en mí cosas grandes, por mi humildad cuando dije “Fiat”.
El lenguaje del Magnificat, preciso tanto como poético, es un tesoro doctrinal que nos ofrece el paradigma de toda grandeza cristiana.
Acerca del autor
Michael Pakaluk, especialista en Aristóteles y Ordinarius de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino, es profesor en la Escuela de Negocios Busch de la Universidad Católica de América. Vive en Hyattsville, Maryland, con su esposa Catherine, también profesora en la misma escuela, y sus ocho hijos. Su aclamado libro sobre el Evangelio de Marcos es The Memoirs of St Peter. Su obra más reciente, Mary’s Voice in the Gospel of John: A New Translation with Commentary, ya está disponible. Su nuevo libro, Be Good Bankers: The Economic Interpretation of Matthew’s Gospel (Regnery Gateway), ya puede adquirirse en librerías selectas. El Prof. Pakaluk fue nombrado miembro de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino por el Papa Benedicto XVI. Puedes seguirlo en X, @michaelpakaluk