Quizá sea un cumpleaños agridulce, de agradecimiento por la vida, pero habrá desgracia y melancolía. Cumpleaños porque significa el decadencia y declive por aferrarse a una condición de la cual, hasta ahora, verá cómo sacarle más provecho y beneficios mientras, a su alrededor, la camarilla que ha creado le dará palmadas de consuelo por encima de la mesa, mientras, por debajo, todos se patean para propinarse el daño más hiriente posible. Inevitable sucesión que el festejado intentará contrarrestar con la beneficiosa “prórroga” hasta que el Papa “no disponga otra cosa”.
Este 9 de enero, Carlos Aguiar Retes presenta su obligada renuncia. Sus días están contados y sobre él pesa el agobio de ver cómo el poder se le escurre de entre las manos. Y lo sabe bien… Este 75 cumpleaños tiene a todo el presbiterio de la arquidiócesis de México entre la esperanza y el temor. ¿Esperanza? Sí. De ver que una renuncia sea rápidamente aceptada y en menos de un año se abran nuevas señales que levanten y reconstruyan lo que queda de una Iglesia particular hundida, agobiada y azotada, pero también temor porque, de prolongarse, para Aguiar y sus cómplices será como el año de Hidalgo…
En su momento, sus zalameros e incondicionales vendieron la idea del ímpetu y ardiente deseo del paso acelerado para dar un fuerte giro en el timón de la Iglesia de la Ciudad encarnado en el arzobispo “amigo y hombre” del Papa. Sin embargo, sus ideas han quedado en los linderos de la espontaneidad, de “aguiaradas” sinónimo de aparentes “cambios veloces” que poco han convencido al clero que ve el desmantelamiento de estructuras útiles y consolidadas confeccionando una sotana a la medida y gusto del cardenal, mientras la arquidiócesis vive paralizada por la confusión, el desánimo y la desilusión de una gran parte del clero y laicos comprometidos.
Sus 75 representan el ocaso. Desgraciado cumpleaños… del eterno ausente, en la virtualidad presente y rebasado por el cambio de época. Ahora, como siempre sucede, cuando el final llega, aparenta artificial e inútil presencia, de las apariencias sinodales y autoritario en las decisiones; de sonrisa plástica, pero, como Judas, centrado en las todavía aspiraciones del clérigo arribista y de aeropuerto.
Para nadie es desconocido que “Don Carlos”, así es como todos le dicen, como si fuera “el capo”, prácticamente se deshizo de quienes podían hacerle sombra para rodearse de sujetos sin importar su calidad o probidad moral, esos últimos los tiene sea en México, Roma o España. Su “magnética personalidad cardenalicia” perdió energía, descubriendo el lema pragmático de estos seis años de gobierno pastoral: “Estás conmigo o estás contra mí”; hábil y astuto, como los fariseos del Evangelio que se mueven en la oscuridad, de una personalidad impositiva más que sinodal y de diálogo, de propiciar reverencia a sus más allegados, propenso a estructurar las jerarquías de subordinados que él conoce para tener control que le lleve a creer que todavía tiene un buen tiempo de gracia para realizar los “formidables” planes pastorales y asambleas sinodales porque viene lo mejor para la arquidiócesis de México.
Sin embargo, el eclipse y ocaso abrirá el peligroso capítulo común cuando alguien se agarra del poder como tabla de salvación, de decisiones cada vez más confusas y contradictorias, ambiguas y muchos propósitos que realizar de manera atropellada; impondrá a otros realizar sus órdenes para no tener confrontaciones directas, buscará a sus más leales e incondicionales para que ellos se encarguen de realizar el trabajo sucio y su real talante se descubrirá en este momento de crisis en su vida personal: la del fin de su poder.
Quizá este balance debería ser más profundo y se hubieran querido más signos de esperanza para un arzobispo que, en cada cumpleaños, se desinfló. La Iglesia en salida que existía en la arquidiócesis de México desaceleró su inercia debido a su agorafobia; arraigado en sí y empedernidamente clericalista. Pasó este tiempo enfundado en la armadura de su investidura mientras la arquidiócesis de México se le desmoronó. Opaco y no sincero, improvisado, no espontáneo ni cálido, quiso aparecer como pastor de avanzada cuando, en la realidad, vivió en la paralizante autorreferencialidad. Del arzobispo Aguiar aún nos falta mucho por descubrir. “No hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.” (Lc 8, 17), lo entiende y lo sabe muy bien.
Cada felicitación este 9 de enero será un amargo recordatorio de lo que ha llegado en este momento de su vida. En el futuro, su paso por la arquidiócesis de México será eso simplemente, un nebuloso recuerdo cuando el visitante curioso vea la galería de arzobispos en catedral y diga ¿Y ese quién es? ¿Su mayor mérito? La división, no sólo arquidiocesana. ¿Su epitafio? “Pasó sin gloria y mucha pena”. Blindado y escoltado, rodeado de personas armadas. Para millones, gran desconocido. Como fieles, hubiéramos podido desear que el arzobispo no se vaya que el “Papa nos lo regalara otro tiempo más”, pero nadie quiere eso. A los 75 años, la edad canónica del retiro, muchos pedimos, yo incluido, lo que debe ser con efectos simples y definitivos: Arzobispo Aguiar… ¡Renuncia!
Estoy seguro de que Francisco no va a aceptar la renuncia a Aguiar por ahora. Y si se la acepta, probablemente nombre a otro peor.
Y así tenemos otros obispos en México… no crean que es el único
Con ejemplo Adolfo Miguel castaño Fonseca algo similar o peor
Una pregunta Gazanini y si Aguiar Retes sugiere como posibles sucesores a sus auxiliares Jasso o Acero ¿cuál es tu opinión, los manipularia el Nayarita en su retiro?