La Iglesia de México se alegra hoy en el día de la festividad de san Felipe de Jesús, protomártir, de quien este 2022 rememoramos el 450 aniversario de su nacimiento (1572) y 160 años de su canonización por el Papa Pío IX. Fechas significativas, hoy que pasan de largo y cada vez significan menos en nuestra memoria histórica.
Numerosas biografías han dado cuenta de la vida del joven Felipe. Criollo vio la luz en la capital del virreinato, el 1 de mayo de 1572. Es posible que el matrimonio de sus padres se diera también como parte de los planes de esa familia para ir al nuevo mundo, al dejar España el 10 de agosto de 1571 al partir de Sanlúcar de Barrameda. Felipe nació nueves meses después de que el matrimonio formado por Alonso de las Casas y Catalina Martín embarcaran hacia el virreinato.
La hagiografía oficial dice que Felipe fue un joven sin oficio ni beneficio, un ni-ni novohispano; sin embargo, otros señalan que, a los 17 años, ingresó en el convento de los Descalzos de Puebla para después dejar los hábitos y adoptar el oficio familiar, la platería. Su padre lo envió a las Filipinas para seguir con la actividad empresarial, también territorio de la Nueva España, donde hizo gala de una vida de opulencia, pero algo pasó en su vida y retomó aquella vocación negada en Puebla.
En 1593, tomó el hábito franciscano en Manila y cultivó las virtudes del religioso. El 12 de julio de 1596 salió de las Filipinas en el galeón San Felipe, llevando 233 pasajeros hacia Acapulco. El naufragio del galeón con su rica carga es de todos conocido. En Japón, desde el 18 de octubre de 1596 en Japón hasta el 5 de febrero de 1597, pasaron poco más de tres meses. Religiosos franciscanos, jesuitas y laicos fueron aprehendidos el 8 de diciembre en Meaco y empezó un prolongado martirio que se consumó con la crucifixión en Nagasaki, pero la noticia de la muerte no llegaría a la Nueva España hasta un año después.
El 14 de septiembre de 1627, Urbano VIII, el Papa del caso Galileo, dio la Bula de beatificación de los 26 mártires de Nagasaki, la cual llegó a la Nueva España en 1628. El Cabildo de la capital del virreinato hizo su patrono al “glorioso protomártir de las Indias, S. Felipe de Jesús” y el 5 de febrero de 1569 se dio la apertura de las fiestas magnas en honor al mártir beato. Así, el culto a san Felipe tendría especial arraigo y los virreyes se dieron a la tarea de conseguir recursos para apresurar la canonización de Felipe. La situación en la que se fue sumiendo el virreinato hasta la Independencia hizo que el culto disminuyera, pero emergió junto con el afianzamiento del nacionalismo mexicano.
Durante la época del anticlericalismo de la reforma de Juárez, el beato Papa Pío IX elevó a los altares a Felipe, el 8 de junio de 1862, justo cuando seis prelados mexicanos se hallaban en Roma debido al destierro ordenado por Benito Juárez. Pío IX destacó por ser quien comenzó a canonizar grupos grandes de mártires.
Porfirio Díaz fue, en gran medida, quien impulsó la reanudación del culto al mártir. Lamentablemente, la infausta y desafortunada historia anticlerical y laicista de México nos quiso meter en la cabeza que el 5 de febrero es día de fiesta por la promulgación de las constituciones de 1857 y 1917, desvaneciendo esta celebración del primer santo «mexicano».